crítica

Hermosos perdedores

El peso de la rutina, los sueños no cumplidos y la frustración (en ámbitos abiertos de playas o cerrados de departamentos y mínimos balcones) marcan a casi todos los personajes, siempre en busca de desvíos, de algo que los haga sentir mejor, incluso o sobre todo sexualmente.

Qué beben los que no leen como yo. Foto: cedoc

Para el inagotable Luis Mey (Buenos Aires, 1979), lo lúdico es parte fundamental de su literatura. Y se puede decir que ya desde el título de este libro de cuentos (el primero publicado de su extensa producción) nos da una prueba: Qué beben los que no leen como yo no remite a ninguno de ellos, y ni siquiera es una frase que aparezca en el mismo. 

Ganador del premio de la revista Ñ de Clarín en 2013 con La pregunta de mi madre, Mey ha incursionado por casi todos los géneros, desde el realista hasta el de terror y el fantástico, con hincapié en la infancia, puesto que es un autor para quien todo es objeto de narrativa. 

Pero hay mucho más que humor (e ironía y sarcasmo) en estas historias que llevan este epígrafe: “Cuando muere un vínculo, muere un lenguaje. Por eso, el verdadero duelo es el silencio”. De vínculos y silencios, entre otras muchas cosas, va este libro. 

Maestro de los detalles en el sentido de que una única imagen le basta para descubrirnos el mundo de un personaje, en estos doce cuentos Mey vuelve a movilizar emociones. 

En el primero, Levitación incompleta, por un golpe de “buena suerte” Marcelo se ve involucrado en una situación que, más que un premio del destino, con el tiempo se convertirá en una culpa silenciosa. Se sabe: las acciones de los antihéroes –protagonistas malogrados, problemáticos, que carecen de las virtudes de los héroes tradicionales– no suelen ser bondadosas. Pero no por ello resultan menos ingenuas y amables. Algo similar sucede en La película norteña, a raíz de una broma que le hacen unos novios a una ingenua Elvira, dueña de un restaurante jujeño. 

El peso de la rutina, los sueños no cumplidos y la frustración (en ámbitos abiertos de playas o cerrados de departamentos y mínimos balcones) marcan a casi todos los personajes –entre los treinta y los cuarenta y pico, infieles ellos, infieles ellas–, siempre en busca de desvíos, de algo que los haga sentir mejor, incluso o sobre todo sexualmente, aunque no sepan qué. 

En ese camino sin señales irrumpen las sorpresas: desde la decepción –pero a contracorriente del lugar común– tras un encuentro que se produce por un contacto en Tinder (La legitimación), hasta la rendición amorosa que trae aparejada una situación equívoca que plantean al mismo tiempo Maxi y Maru en Una camisa blanca. Soledades compartidas, en fin, o compañías en la soledad de la incomunicación (“ese amor que solamente la confianza y los códigos, a veces bien velados, traía”, reflexiona el narrador en El paraguas del bazar). Nada parece alcanzarles; excepto, tal vez, seguir como se pueda: “¿Qué camino agarramos?”, le pregunta Malena a su novio en Miedo a la música, durante una caminata. “¿Qué camino?”, retruca él.

De los doce cuentos, los más conmovedores son Poesía de máquina de escribir (“escritora madura adopta joven escritor”), que sucede en Tucumán, y el que cierra el volumen, No podemos ponernos burocráticos. Un cierre que es también una apertura: la que provoca el deseo de leer y releer a este autor.

 

Qué beben los que no leen como yo

Autor: Luis Mey

Género: cuentos

Otras obras del autor: Las garras del niño inútil; En verdad quiero verte pero llevará mucho tiempo; Los abandonados; Diario de un librero; La pregunta de mi madre; El pasado del cielo; Macumba; Los pájaros de la tristeza; Brujas de Carupá; Curabichera

Editorial: Factotum, $ 22.900