Filosofía en 3 minutos: Antístenes
Maestro del legendario Diógenes de Sínope, fue el discípulo preferido de Sócrates y uno de los primeros que siguieron sus enseñanzas.
Se sabe que Antístenes (444 a. C. - 365 a. C.), fundador de la escuela cínica y maestro del legendario Diógenes de Sínope, fue el discípulo preferido de Sócrates y uno de los primeros que siguieron sus enseñanzas. En el diálogo Fedón, donde se relata las últimas horas de vida de Sócrates en la celda mientras aguarda el momento de la ejecución, realizada en el 399 a. C., Platón afirma que Antístenes fue uno de los que lo acompañaron. Inicialmente, sin embargo, había estudiado erística (“el arte de tener razón”, de acuerdo a Schopenhauer) con el sofista Gorgias. Hijo de una esclava tracia, por lo que no poseía la ciudadanía ateniense, Antístenes comenzó a reunirse con sus oyentes luego de la muerte de Socrátes en un gimnasio abandonado para hijos ilegítimos en las afueras de Atenas, el Cinosargo, palabra compuesta de kynos (“perro”) y argós (“ligero” o también “blanco”), de la cual proviene el nombre de la escuela, kynikós (“perrunos”). Dentro de este gimnasio marginal, cerca del camino que lleva a Maratón, había un santuario a Heracles, el héroe mitológico predilecto de los cínicos que simbolizaba esfuerzo y fortaleza anímica.
El cinismo es la única de las “escuelas socráticas” (junto con la platónica, la escuela de Megara y la de Cirene) que se extiende durante todo el período helenista (siglo IV a. C.- siglo I a. C.), la época romana e incluso su influencia llega hasta el cristianismo primitivo. El fundador del estoicismo, una de las grandes filosofías de la antigüedad que se expandió por el Imperio Romano, Zenón de Citium (Chipre), había sido discípulo de un discípulo de Diógenes de Sínope, Crates de Tebas, de quien se dice que su maestro lo convenció de arrojar todas sus riquezas al mar. Algo similar ya había hecho Antístenes al desprenderse de todos sus bienes y repartir el dinero entre sus amigos. Los estoicos heredan de los cínicos el principio de vivir conforme a la naturaleza y repudiar las convenciones sociales, las necesidades superfluas y los falsos valores como el lujo y el placer, con el fin de alcanzar la autarquía suficiente para enfrentar el sufrimiento y los males naturales. Los cínicos, sin embargo, llevan mucho más lejos el ideal de la vida natural (de ahí el modelo irónico del perro), la renuncia explicita a la moral heterónoma y una actitud beligerante ante la vida civilizada, mientras los estoicos atienden más al logro de la autarquía y el dominio de sí mismo (central en el cinismo), en especial de las pasiones, y desechan el ataque sarcástico y agresivo al orden social.
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Se dice que Antístenes, de cuya voluminosa obra sólo se han conservado fragmentos, dedicó mucho empeño en demostrar cómo entre los hechos y el lenguaje había poco menos que un abismo. Se negaba a aceptar el principio de contradicción (“nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido”), y admitía que podía ver a hombres por aquí y por allá pero no a la humanidad. Desde luego, no simpatizaba con la doctrina de las ideas de Platón, que a su juicio confundía los nombres con las cosas reales, y afirmaba sólo el ser de las existencias singulares, no las esencias universales. Escribió un diálogo contra Platón, que se ha perdido, en cuyo título – Sathón – lo alude fonéticamente de modo obsceno y burlón. En el comentario sobre Isagogue de Porfirio, el filósofo neoplatónico Amonio de Hermia le atribuye la siguiente observación claramente antiplatónica: “Veo el caballo, Platón, pero no la caballidad”. Se le adjudican varios diálogos, entre ellos Verdad y Protrépticos, y tratados, como el Heracles mayor y Ciro, en los cuales argumenta a favor del esfuerzo como un bien.
Según consigna Diocles de Magnesia, un doxógrafo que escribió en el siglo I o II a. C., y Neantes, un escritor de alrededor del 241 a. C., Antístenes fue el primero en usar sólo un manto como toda vestimenta y llevar una alforja y un báculo o cetro (desde antiguo, un signo de autoridad), se supone que como símbolo de su poder sobre sí mismo, que luego adoptaron la gran mayoría de los cínicos, entre ellos Diógenes de Sinope. Diocles también le atribuye a Antístenes varias máximas, como por ejemplo “para el sabio nada es extraño ni dificultoso”, “hay que hacer aliados a los hombres de coraje y a la vez justos”, “es mejor combatir con pocos hombres buenos contra muchos malos que con muchos malos contra pocos buenos”, “hay que prestar atención a los enemigos, porque son los primeros en percibir los errores”, “hay que tomar más en cuenta a un hombre justo que a un pariente”, “la misma virtud es propia del varón y de la mujer” y otras. Teopompo, considerado el más importante historiador griego del siglo IV a. C., elogia sólo a Antístenes entre los socráticos y asevera que podía dominar a cualquiera con su elegante conversación.
En realidad, la mayor parte de lo que hoy se conoce de él se encuentra en Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres del doxógrafo Diógenes Laercio (circa 180-240), una fuente insoslayable sobre filosofía antigua y clásica hasta el siglo II. Allí se dice que Antístenes definió por primera vez el enunciado como “lo que muestra lo que era o es” y que era muy agradable en las conversaciones, sin duda debido a su formación en oratoria y erística. Según Diógenes Laercio, sostenía que la virtud era enseñable y que bastaba para ser feliz, porque la felicidad necesitaba nada más que de la fuerza socrática, y que surgía sólo de los actos, en la medida que no requería de grandes argumentos. Decía, además, que la mala fama era un bien, como el sufrimiento, y que el sabio se bastaba a sí mismo y participaba de la sociedad, no de acuerdo a las leyes establecidas, sino con su propia virtud. Afirmaba que las ciudades se destruyen cuando no pueden diferenciar los mediocres de los virtuosos y que se angustiaba de haber hecho algo mal cuando lo elogiaban hombres corruptos. También decía que era mejor caer entre cuervos antes que entre aduladores, porque los primeros devoraban cadáveres, pero los otros seres vivos.
Diógenes Laercio transcribe máximas de Antístenes, como “prefiero morir antes de sentir placer” (seguramente dicho contra el hedonismo de los cirenaicos) o “es preciso convivir con mujeres que sean agradecidas”, y algunos interesantes fragmentos de diálogos. Por ejemplo, una vez que se iniciaba en los misterios órficos, el sacerdote le dijo que aquellos que se iniciaban participaban de muchos bienes en el Hades y él retrucó: “¿entonces porque no te mueres?”. Otra vez, cuando le preguntaron cuál era la mayor dicha, contestó: “morir feliz”. Al que le dijo que muchos lo alababan, le replicó: “¿qué hecho mal?”. Interrogado acerca de con qué clase de mujer había que contraer matrimonio, respondió: “si es bella, la compartirás, si es fea, la padecerás”. Cuando alguien lo consultó sobre cuál sería el más importante de los aprendizajes, dijo “desaprender”. Por lo demás, entre estos fragmentos hay uno característicamente socrático, que muestra la afinidad de Antístenes con su maestro. La pregunta que le hacen es qué ventaja obtenía de la filosofía, a lo cual respondió: “poder convivir conmigo mismo”.
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Aparte de las anécdotas y fragmentos de diálogos, Diógenes Laercio dice que Antístenes fue el responsable del exilio del mercader Anito y de la muerte del poeta Meleto, dos de los tres ciudadanos atenienses que acusaron a Sócrates de “irreligiosidad” o “sacrilegio” (asébeia). El tercero fue el político Licón, el menos conocido. En la Apología de Sócrates, Platón destaca a Meleto como el principal acusador. Diógenes Laercio no hace comentario alguno sobre de qué modo Antístenes incide en la muerte de Meleto, pero relata que provoca el destierro de Anito conduciendo ante él a unos jóvenes, que venían del Ponto para conocer a Sócrates, diciéndoles que era más sabio que este, lo que indignó al grupo y obligaron a Anito a huir de Atenas. El episodio se describe como parte de la reacción de los atenienses ante la ejecución de Sócrates. Lo honraron con una estatua de bronce, cerraron las palestras y gimnasios y, al parecer, sentenciaron a muerte a Meleto a instancias de Antístenes.
Lamentablemente sólo ha llegado una frase suya, transmitida por el doxógrafo Estobeo (siglo V-VI d. C), sobre la relación del filósofo con la política: “como al fuego, ni demasiado cerca, para no quemarse, ni lejos, para no congelarse”. Si se le cree al autor de Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, Antístenes avivó el fuego que despertó la muerte de Sócrates, ya en la decadencia de la democracia ateniense, aunque su protagonismo parece limitarse a la incitación o la persuasión, por medio posiblemente de sus conocimientos de erística. Teopompo (no sólo él, además) decía que podía dominar a cualquiera con su discurso elegante. Si ha sido así, por el momento, no hay manera de probarlo históricamente. Poco importa. El uso argumentativo de la palabra define el modo de la intervención filosófica en la política (y en los más diversos campos), con independencia de su inclusión efectiva o no. Con ello, como sugería Antístenes, la filosofía se mantiene (lo cual no quiere decir que lo logre) a prudente distancia de la política: ni demasiado cerca ni demasiado lejos. Acaso fue eso lo que concluyó de la condena a muerte de Sócrates, quién se había acercado demasiado a ese rutilante fuego que terminó con su vida.
*Doctor en filosofía, escritor y periodista
@riosrubenh
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