panorama actual del policial argentino

Escritos con sangre

El policial es un género que, desde hace algunos años, goza de buena salud en buena parte del mundo. Argentina, en este sentido, no es la excepción: a la ristra de novelas, ensayos y antologías recientemente publicadas, se suman los premios que escritores y escritoras cosechan dentro y fuera del país y la sorprendente convocatoria de público durante la última edición de la Semana Negra de Buenos Aires. Como sea, el único misterio ya revelado es elocuente: el policial argentino reafirma su vitalidad y sus raíces en la realidad social y política, una cantera literaria inagotable.

La literatura en el medio. En un panel de la última edición de la Semana Negra BA (inaugurada por Claudia Piñeiro), Carlos Gamerro releyó su decálogo “Para una reformulación del género policial argentino” y recordó que al escribirlo “me preguntaba qué posibilidades había de hacer novela negra con los crímenes de la dictadura”; y aclaró: “ya no es algo sobre la dictadura: continúa hasta el presente, el presente Bullrich, digamos”. Foto: fotomontaje: verónica González

Claudia Piñeiro dejó el interrogante en la inauguración de la Semana Negra de Buenos Aires: “Me pregunto qué estarán escribiendo hoy, en este momento, autores y autoras argentinas que estén frente a sus computadoras pergeñando una historia, qué novela negra se instalará en sus cabezas a partir de la realidad que nos rodea”. Cualquier respuesta sería prematura e incierta, pero el misterio tiene algo de revelador: el policial argentino está de regreso y revalida su mandato como género que afirma sus raíces en la realidad social y política.

La revitalización del policial resulta todavía más alentadora ante la situación crítica que enfrenta la industria editorial. La realización de la Semana Negra de Buenos Aires, con notable convocatoria de público; el Grand Prix de Littérature Policiére 2024 otorgado en Francia a Eugenia Almeida por su novela Desarmadero (La casse) y la publicación reciente de antologías y novelas que se referencian en el género son indicios.

Carlos Gamerro introdujo un gesto cargado de sentido en la Semana Negra. En el panel que compartió con Martín Kohan y Cristina Mucci, releyó su decálogo “Para una reformulación del género policial argentino” y recordó que al escribirlo “me preguntaba qué posibilidades había de hacer novela negra con los crímenes de la dictadura”. Aquel programa para la ficción nacional que comienza con la regla de que el crimen lo comete la policía, aclaró a continuación, “ya no es algo sobre la dictadura: continúa hasta el presente, el presente Bullrich, digamos”.

El programa de Gamerro fue citado en otros paneles de la Semana Negra de Buenos Aires, una demostración de su vigencia. El autor de El secreto y las voces pensó el decálogo “cuando la última dictadura aparecía como una especie de mole de granito en la cual ninguna literatura, al menos la policial, podía arraigarse”. Y al releerlo entre los aplausos del público dijo que ahora el texto también podía presentarse con el título “Qué me enseñaron Rodolfo Walsh y Ricardo Piglia sobre cómo escribir policial en la Argentina”.

“Me achacaron que yo había dicho que la policial negra estaba muerta. Lejos de mí. Sobre todo siendo un cultor un poco tránsfuga del género”, bromeó Gamerro en una presentación muy festejada por el público. El género, dijo, parecía encontrar su límite ante los horrores de la última dictadura: “En ese sentido es significativo que cuando Ricardo Piglia hace lo más parecido a una novela negra clásica, en Plata quemada, sitúa la acción en 1965”. También recordó que en La pesquisa, de Juan José Saer, Pichón Garay no logra develar la desaparición de su hermano durante la dictadura y, más lejos en el tiempo y para desalentar el realismo, “Borges decía que Poe situó sus cuentos en París para que nadie pensara que eso tenía que ver con la realidad, era el gesto de señalar una ficción que transcurre en un espacio imaginario”.

El llamado del género. El policial argentino tiene sus hitos y sus épocas doradas. Enigma Walsh, la escritura del oficio, ensayo de Horacio Campodónico que publica Refucilo, sitúa con testimonios y documentos una época dorada durante las décadas de 1940 y 1950: fue el momento en que se desarrollaron las colecciones como Rastros, Pistas, Evasión y El Séptimo Círculo.

El contexto explica el desarrollo del policial en la época: “Las dos décadas comprendidas entre 1936 y 1956 dan cuenta del período de mayor prosperidad y relevancia internacional de la industria editorial argentina. Durante el ciclo 1942-1947, ésta comienza a generar divisas y se transforma en una importante exportación no tradicional que distribuye más del 40% de su producción en España, México, Chile, Venezuela, Colombia, Cuba, etc. Esta tendencia se mantendrá estable hasta 1950, momento a partir del cual se observan las cifras pico de publicación (1951-1956), para luego iniciar un progresivo descenso y deterioro industrial, dada la potente y veloz recuperación española”, escribe Campodónico en Enigma Walsh, un ensayo que pone el foco sobre el autor de Operación masacre en sus diversos oficios para la industria, desde la traducción al periodismo de divulgación.

Las condiciones actuales de la industria no podrían compararse con las de aquella época, pero las muestras de vitalidad se vuelven visibles en las situaciones menos favorables: “es un género que no se agota”, señala Eugenia Almeida. “El presente es auspicioso y rico porque es muy heterogéneo. Es cierto que tenemos toda la calamidad económica sobre la industria y eso hace que muchas personas que podrían estar editando, escribiendo, ilustrando, tengan que vender su fuerza de trabajo en otra área. Pero a pesar de la crisis hay muchas cosas muy valiosas”, agrega la autora de Desarmadero, entre otros títulos de referencia.

Juan José Delaney se encuentra escribiendo una historia del género en la Argentina. “La producción es incesante y la calidad fluctuante. Desapareció el pudor del escritor por escribir historias policiales: ya nadie se esconde detrás de un seudónimo. En otro sentido, no hay escritores que practiquen excluyentemente el género”, dice.

También editor de la correspondencia entre Walsh y Donald Yates (De la Flor, 2021), Delaney puntualiza el regreso al género de Pablo De Santis y Federico Andahazi –de quien destaca la novela El secreto de los flamencos– mientras “siguen en acción Sergio Sinay, Claudia Piñeiro, Álvaro Abós, María Inés Krimer, Ricardo Feierstein, Mercedes Giuffré, Marcelo Birmajer y Reynaldo Sietecase, a los que se suman Eugenia Almeida, Ricardo Romero, Alejandro Parisi, entre tantos otros”.

“Algo nos llama en las historias policiales”, dice Eugenia Almeida. Asociación ilícita, la antología de “relatos negros del río Bravo a la Patagonia” compilada por Nicolás Ferraro e Imanol Caneyada y publicada por Fondo de Cultura Económica, convoca a treinta y seis autores latinoamericanos. La representación argentina está integrada por la propia Almeida, Horacio Convertini, Liliana Escliar, Kike Ferrari, María Inés Krimer, Leonardo Oyola y Juan Sasturain.

La antología incluye “Por una cartografía criminal”, ensayo breve en el que Ezequiel De Rosso se remite a un artículo del cubano Héctor Poveda, “La novela del misterio”, publicado en 1927, el mismo año en que se publica la primera versión, serializada, de Cosecha roja. “Pensada en el horizonte de las vanguardias, la novela de misterio se presenta, sin subgéneros, en el mismo momento en que se constituye el canon de la novela negra, como una forma política de la práctica literaria”, plantea De Rosso; los cuentos de Asociación ilícita “pueden pensarse como el último avatar de esa búsqueda de una ética, el último latido de esa revolución con la que se consolida la reflexión sobre el relato policial en América Latina”.

La actualidad del género incluye novelas recientes: La niña de oro, donde Pablo Maurette, presenta como investigadora a la secretaria de una fiscalía, Silvia Rey; Capilla ardiente, thriller histórico de Alvaro Abós en torno a la masacre de inmigrantes desatada en Tandil en 1872; Cuatro caballos negros, de Juan Carrá, que relanza la colección Negro absoluto y vincula en su trama el western norteamericano con la literatura argentina del siglo XIX. Y desentendida de las tradiciones, pero impulsada también por un misterio, Peso muerto, de Carolina Stegmayer, sitúa su historia en el Delta y recuerda que el género también puede encontrarse por afuera de las convenciones que lo identifican. En ese mismo borde indecidible se sitúan los relatos de Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan, de Marcos Herrera, y se perfilan los de Germán Maggiori en La rosca falseada.

Pero la actualidad es una cantera de historias y todavía queda mucho por contar. “El que narre los hechos de estos años en Argentina va a quedar como un autor que se aleja del realismo, donde la distopía se convirtió en la realidad cotidiana y donde cosas que parecían que no iban a ocurrir nunca terminaron ocurriendo”, adelantó Sergio Olguín en la Semana Negra.

Escritores bajo sospecha. En “El cuento policial”, el ensayo derivado de una conferencia, Borges planteó que el género había creado un nuevo tipo de lector: alguien que desconfía de lo que lee y acecha entre líneas el relato de una historia deliberadamente oculta por el autor. En la inauguración de la Semana Negra, Claudia Piñeiro situó ese estado de desconfianza en otros planos: el del menosprecio hacia el policial en tanto producción de literatura popular y el de las reacciones ante los temas que tratan los escritores.

Piñeiro trazó un panorama de las historias por venir: “Aparecerán, por ejemplo, jubilados. Un grupo de jubilados al estilo Los simuladores, que se dedican a poner justicia donde no la hay. Tal vez, en otro policial más oscuro, una madre que fue despedida de su trabajo y no encuentra otro, cuyos hijos se van a dormir sin comer, planea un robo a un depósito donde un funcionario guarda comida destinada a comedores, pero que no reparte”, dijo.

En el cierre de Asociación ilícita, Ezequiel De Rosso sostiene que el policial “rechaza la posibilidad de clausura más característica del relato de género para decantarse por un cierto escepticismo en torno a las posibilidades de identificar el final con una vuelta al orden”. La clave podría encontrarse en la frase “No hay víctimas y no hay culpables”, tomada del cuento de Kike Ferrari; “no es sorprendente entonces que los finales se resistan a pacificar el sentido: aquí la forma narrativa sugiere que la vuelta al orden es una fantasía de almas piadosas”.

El policial futuro también podría ser feminista, después de tantas mujeres malvadas, fatales o tontas, según las representaciones más comunes. “Una periodista atacada hasta la peor humillación en redes por un funcionario de alto rango y sus trolls/haters abducidos, se topará al encargado de ese ataque en la Deep Web mientras está investigando una red de pornografía infantil y tendrá que elaborar un sofisticado plan para denunciarlo sin que antes los haters acaben con ella”, imaginó Piñeiro, y concluyó: “Cómo no va a generar desconfianza el género negro si escritores y escritoras contamos este tipo de historias”.

“Si voy ahora a una librería podría recomendar diez, doce policiales de los últimos tiempos. Me pregunto cómo va a ser dentro de dos o tres años, cuando los efectos de la quita de políticas públicas, la restricción de derechos y con la aniquilación de la economía del país, empiece a mostrar sus consecuencias en todos los planos”, dice Eugenia Almeida, la escritora cordobesa: “Encontraremos el modo –afirma–. Nos vamos a seguir contando historias que tengan que ver con el delito, con el crimen, con la plataforma que sea, como podamos, aunque sea alrededor de un fuego mientras tomamos un mate”. El policial argentino estará en la escena de los crímenes sociales.

 

Una historia en progreso

O. A.

El libro de Juan José Delaney se titula Historia de la narrativa policial y de misterio en la Argentina y está en proceso de escritura. “La palabra apropiada debería ser criminal y no policial ya que la institución estatal no siempre está presente en los relatos. Pero la verdad es que policial es el término que se impuso entre nosotros para designar a este subgénero narrativo, y por eso finalmente lo elegí”, cuenta el autor.

—¿Cómo está estructurada la historia del género?

—El libro está organizado en cuatro partes. La primera arranca en 1877 con las iniciales manifestaciones deliberadas de este tipo de literatura, y termina en 1940, año en que Abel Mateo publica Con la guadaña al hombro, novela infumable, pero que tiene el mérito de haber incorporado componentes que van más allá del propósito de entretener: hay reflexiones que rozan la filosofía y aun la teología. La segunda parte arranca en 1941 con la publicación del cuento “El jardín de senderos que se bifurcan”, en rigor un relato de espionaje, en el que Borges enriquece lo policial mediante cuestiones que van mucho más allá de la originalidad del argumento. A partir de 1942, el annus mirabilis en que Borges publica el relato “La muerte y la brújula” y junto con Bioy Casares los relatos que integran Seis problemas para don Isidro Parodi, y en el que Leonardo Castellani da a conocer su chestertoniana colección titulada Las nueve muertes del Padre Metri, se inicia un período rico y fecundo que cierro en 1956. Es que en 1957, con la publicación de Operación masacre, Rodolfo Walsh inaugura una nueva era en la literatura policial del país, una visión a la que se incorporarán los epígonos de Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Ross Macdonald, promocionando la novela negra. La cuarta y última parte, subtitulada Homo homini lupus, cubre el período que se inicia con la vuelta a la Democracia hasta… aún no definí en qué año se interrumpirá esta incesante historia.

—¿Qué continuidades te parecen especialmente significativas en esa historia?

—La parodia, la imitación, la elipsis (pienso en Últimos días de la víctima, de José Pablo Feinmann), las impostadas voces a la manera de los escritores norteamericanos y hasta el malhumor de los diálogos son algunas de las continuidades más notorias que veo.

—¿Destacarías alguna etapa o momento todavía poco conocido o poco valorado?

—No puedo dejar de afirmar que Roberto Arlt fue soslayado en su aporte al género no sólo como cuentista sino como iniciador auténtico y original de la novela negra entre nosotros con su bilogía Los siete locos / Los lanzallamas. Tampoco suele mencionarse a ese gran detractor del género policial llamado Ernesto Sabato, autor de una de nuestras novelas criminales más potentes: El túnel. También en este sentido me ocupo de autores que enriquecieron la literatura policial, probablemente sin conciencia de género; pienso, por ejemplo, en los excelentes cuentos del primer Dalmiro Sáenz, algunos de los cuales se inscriben claramente en la vertiente negra o dura.

—Hay, al menos, dos comentarios que tienen mucho consenso: a) el problema del investigador es muy difícil de resolver para los escritores argentinos, y b) el género es machista y hubo pocas escritoras dedicadas al policial en Argentina. ¿Qué opinás?

—El del investigador como problema debido a que la figura del detective privado no tiene cabida en el entramado de las investigaciones criminales oficiales –los investigadores privados son tolerados por la ley, siempre y cuando se concentren en cuestiones menores o estén al servicio de cornudos– existe, pero, según se ve en la historia de esta narrativa nuestra, ha sido sorteado mediante la figura del comisario retirado, de ocasionales aficionados a la investigación y hasta por curas que buscan sondear el alma humana. Respecto de las escritoras que practican el género, no me parece que haya muchas más ahora que antes. Conocí a Syria Poletti y a María Angélica Bosco y ninguna se sintió víctima de editores machistas, más aún: sus propios colegas las instaban a la producción. A Poletti, Walsh la incitaba a que escribiera cuentos para Leoplán y Vea y Lea y lo mismo hacían los editores. Silvina Ocampo, rodeada de autores (Bioy, Borges, Peyrou…) se sintió libre de escribir cuentos policiales y de publicarlos. Hubo y hay muchas y muy buenas narradoras policiales en nuestra cultura.

 

Las cosas en tiempo real

O. A.

Nacida en Córdoba, en 1972, Eugenia Almeida ganó el Premio Internacional de Novela Dos Orillas por El colectivo (2007), el de la crítica de la Feria del Libro de Buenos Aires por Inundación. El lenguaje secreto del que estamos hechos (ensayo, 2019) y, en Francia, el Grand Prix de Littérature Policiére por Desarmadero (2022). También publicó las novelas La pieza del fondo (2010) y La tensión del umbral (2015) y poesía, La boca de la tormenta (2015), y fue traducida al inglés, francés, portugués, alemán, italiano e islandés.

—¿Cómo pensás la articulación entre la forma narrativa y los registros de lenguaje, tan importantes en tus novelas?

—Trabajo sin una programática, sin saber a dónde voy y qué va a pasar. No tengo un plan previo y prácticamente no vuelvo a leer mis libros ni a repensarlos después de publicarlos, salvo que haya sentido algo que en la escritura me fue dificultoso y trato de volverlo a trabajar de otra manera en una nueva historia. Lo que se presentan son voces, algunas imágenes fijas y un registro sonoro. Quizá por eso hay tantos diálogos en mis novelas, y son esos diálogos y esos tonos los que marcan las formas narrativas.

—¿La ficción puede ser un modo de pensar la Historia?

—La ficción puede ser un modo de pensar y también de experimentar no solo la época. Esa es la clave, la posibilidad de entrar en otro registro, el de la posibilidad. Me interesa más esa línea que leer una radiografía de época.

—¿Qué esperan hoy los lectores del policial?

—A veces, sobre todo en la literatura de género, tenemos una imagen estereotipada de quiénes serían o seríamos los lectores. Como lectora, lo que espero de un policial es que me envuelva. Ni siquiera que me atrape, que me envuelva y pueda crear un mundo en torno de mí totalmente inmersivo. No espero necesariamente que las cosas terminen de una manera o de otra, ni que trate de determinados temas, sino que me abduzca. Es difícil saber qué busca el lector. Además lo que buscamos como lectores no es lo que encontramos, afortunadamente; ahí hay una magia particular.

—¿Cómo observás la coyuntura política que atravesamos, desde la escritura del policial?

—No sé. Como decía la querida Liliana Bodoc, el mundo que conocimos y amamos ya no existe, ya no está acá. No sé qué se estará escribiendo hoy. Va a pasar un tiempo hasta que eso se vea reflejado en libros que podamos leer, también pensando en el estado de la industria. Va a pasar más tiempo del que solía pasar entre un manuscrito y la posibilidad de que los lectores nos encontremos con esos libros. Conozco pocos libros que sepan hablar de las cosas en tiempo real; pienso en la suite francesa de Irene Nemirovsky, ese tipo de textos que pudieron capturar momentos históricos, sociales, en vivo. Es parte del gran misterio cómo momentos y épocas como la que pasamos, terrible, catastrófica, funesta, van a impactar en nuestros relatos, en los modos de hacerlos y de recibirlos.