Entre la imagen y la palabra
Más allá de la obra, lo que suele quedar de un autor o autora es el reflejo de una imagen: la barba blanca de Whitman, el porte lánguido de Virigina Woolf o la neblina vagabunda en la mirada de Borges. Entre la palabra y la foto, aparece una marca de autor que deviene un emblema. Cuatro fotógrafas y fotógrafos argentinos reflexionan sobre la fecunda relación entre la fotografía y los creadores de literatura.
Ya lo afirma Martín Kohan en un celebrado artículo –publicado hace unos años– titulado “Fotos de escritor: la verdad de la pose”, lo propio de un autor es la palabra, “sacar el cuerpo”. El perfil que se crea de sí mismo es verbal, una construcción consolidada a partir de lo que escribe. Ahora bien, Kohan plantea que en algún momento dado ese escritor “tiene que poner el cuerpo ahí (de veras, de veras ahí), al menos para ser fotografiado, y la diferencia salta literalmente a la vista”. El desafío para el escritor como sujeto observado, entonces, estará en lo que Roland Barthes llama fabricarse instantáneamente otro cuerpo, transformarse por adelantado en imagen.
Durante el proceso en el que el escritor pasa a convertirse en objeto fotografiado se da lo que podría denominarse un desdoblamiento del yo, una imagen disociada que debe responder con la misma esencia tanto a la escritura como a la fotografía; un sujeto devenido en dos objetos (texto y retrato). Así lo explica Barthes en La cámara lúcida (1980): “La fotografía es el advenimiento de yo mismo como otro: una disociación ladina de la conciencia de identidad”.
El objeto narrado. La historia de la fotografía en Argentina comienza con la llegada del daguerrotipo, en 1843, el procedimiento venía desde Francia y aseguraba una nueva forma de plasmar la realidad, distinta de la pintura, más objetiva, dinámica y por qué no verdadera. La combinación entre luz y cloruro de plata revelaba la posibilidad no solo de eternizar el instante sino también de volverlo cercano.
El retrato es uno de los géneros más populares entre los fotógrafos argentinos. Entre ellos, hay quienes se dedican exclusivamente al retrato de escritores. Se trata de visibilizar a quienes construyen la literatura del país, sacarlos del rol activo del sujeto narrador para ubicarlos en la indefensión del objeto narrado.
Sara Facio comenzó a retratar escritores cuando, en 1957, después de un viaje de estudio a Europa, se propuso, junto con Alicia D’Amico, leer libros de escritores argentinos y latinoamericanos que, salvo excepciones como Storni, Lugones, Neruda, Ocampo y Sarmiento, hasta el momento ignoraba. Después de mucho debatir, armaron una lista de veinticinco nombres y escribieron a cada uno por correo. Se sentían más cómodas entre escritores que entre músicos, universitarios o plásticos, era como si hablaran el mismo idioma. El hecho de que hubieran leído sus obras literarias les permitió entablar buena relación con todos ellos: conversaban sobre los personajes de sus novelas o sobre el tono de los poemas, los autores notaban que eran lectoras apasionadas. “Pablo Neruda me dijo que cuando leía a nuestros escritores se le aparecían sus rostros o miradas de nuestras fotos, mejor elogio que ese no hay”, confiesa Sara.
Es evidente que Daniel Mordzinski retrata escritores porque los libros forman una parte importante de su vida, como lector, como amante de la cultura y como persona curiosa. Lleva cuarenta y dos años armando un atlas de las letras, un proyecto interminable e infinito. Como en el mito de Sísifo, cuantos más escritores retrata, más le quedan por fotografiar. La fotografía le ha dado grandes satisfacciones, entre ellas la amistad que lo une a muchos escritores. Mordzinski cuenta, además, que todos los fotógrafos latinoamericanos son deudores del gran trabajo de Sara Facio, sus retratos no se podrían entender sin los de ella. “En 43 años, son más los escritores que no he podido retratar que los fotografiados. Como no quiero parecer avaro en nombres, confieso que me hubiera encantado conocer y charlar con Juan Filloy, Silvina Ocampo o Armonía Somers (una autora uruguaya que acabo de descubrir en una antología de cuentistas latinoamericanas publicada por Páginas de Espuma). Su cuento Muerte por alacrán me deslumbró”, detalla el fotógrafo.
El retrato que impulsó la vida profesional de Mordzinski fue el de Borges: a los 18 años, el fotógrafo trabajaba como asistente en la película Borges entre millones; en determinado momento, salió corriendo a su casa y volvió con una cámara fotográfica. Ese fue su primer retrato: “Imaginá lo que puede significar para un pibe herido de las letras conocer y retratar a Jorge Luis Borges a esa edad. El poeta ciego fue en mi caso el primer escritor que fotografié y lo particular de las primeras veces es que lo son para siempre”.
Alejandra López llegó a la fotografía de casualidad, era un pasatiempo en su vida mientras se dedicaba a otras cosas (estudiaba Letras y trabajaba como secretaria bilingüe), hasta que el retrato empezó a cobrar más importancia en su vida. El interés por fotografiar escritores apareció por una cuestión de afinidad, el mundo de las letras es el lugar donde confiesa sentirse cómoda. “En la Argentina el retrato ha sido y es uno de los géneros más ricos, con grandes exponentes. Tener un gran linaje donde apoyar la espalda siempre es alentador, es pertenecer a una tradición valiosa. Es un orgullo absoluto. Y ni hablar de casos como el de Sara, que además ha sido siempre muy generosa con los que ‘continuamos el trabajo’”. Para Alejandra, el retrato es una situación muy íntima, el momento en el que uno se enfrenta con todos sus conflictos de imagen: “Eso lo comprendo perfectamente, así que no me intimida el tener que lidiar con algo de neurosis. A muchos los he fotografiado varias veces y les tengo un cariño especial, como Liliana Heker, Alan Pauls, Gaby Cabezón Cámara, Betina González. A Ricardo Piglia lo quería mucho y tuve el honor de que me pidiera que lo fotografiara al final: fueron sus últimas imágenes, ambos éramos conscientes de eso, cuando ya estaba muy enfermo. Eso es algo que nunca olvidaré, fue una situación muy especial, una muestra de confianza en mi mirada que me conmovió mucho”, explica Alejandra.
Cuando Alejandro Guyot tenía 14 años, el novio de una de sus hermanas le regaló un equipo Voigtländer, en una valija rígida, marrón, muy completa. La cámara, acompañada de todos sus impecables lentes y filtros, en primera instancia, le fascinó como objeto industrial. Más tarde, empezó a tomar fotos con ella. Su principal modelo era su novia de entonces, sobrina de Horacio Coppola (un dato que cobró sentido muchos años después, cuando decidió que se dedicaría a la fotografía de forma profesional). Se dedicaba a hacer fotos en diapositiva para el periódico del colegio hasta que, un día, le robaron el aparato y estuvo años sin tocar una cámara. En ese momento, otro cuñado lo ayudó sin darse cuenta: Guyot tomó prestada su cámara Péntax y nunca se la devolvió. Con ese dispositivo, mientras era librero de La Boutique del Libro de San Isidro (hoy, editorial y librería Notanpuán), empezó a tomar retratos de los escritores que iban a dar charlas y presentar libros. Entre algunos de los escritores que admira, Guyot menciona a Coetzee: “Lo admiro mucho, creo que leí todos sus libros. Me gustó tener la posibilidad de tomarle unas fotos en el Malba. Unos años después, cuando en una universidad polaca lo distinguieron con el título de Honoris Causa y decidieron imprimirle un libro alusivo, Coetzee pidió que pusieran mi foto en la portada. Eso me hizo bastante feliz”, explica Alejandro.
La literatura fuera de sí. En la actualidad, el arte pareciera estar fuera de sí, lejos de su lenguaje e identidad, se desborda y traspasa los límites con el objetivo de ser otro o de duplicarse en otro ámbito. En Mundos en común: ensayos sobre la inespecificidad del arte (Fondo de Cultura Económica de Argentina, 2015), Florencia Garramuño detalla: “Hoy en día, hay nuevos modos de organización de lo sensible que ponen en crisis ideas de pertenencia y de especificidad, sustentándose en una radical deconstrucción de todo aquello que tenga ver con lo propio, lo específico, lo que se define por pertenecer, de modo cómodo y estable, a un medio, una categoría, o una especie”. De un modo casi ecfrástico, la fotografía de escritores se revela como una narración, como una escritura con imágenes que engrosa el mundo literario de cada autor.
Alejandra López no cree que sea necesario conocer la obra del escritor previamente, aunque afirma que puede otorgar una identidad adicional a la foto, colaborar con la idea del retrato: “Un retrato es una imagen que narra algo de alguien. No es la narración sino una de las tantas posibles. Por eso, para mí, lo importante es que una foto cuente algo del fotografiado. Y en lo posible, que sea algo que no se contó antes”. Alejandra trabaja para algunas editoriales de libros, que le piden trabajos puntuales, aunque otras veces los escritores la llaman, directamente, para hacerse fotos.
Si bien no es posible precisar de qué manera influyen su carrera de Letras abandonada o sus estudios de francés en su trabajo diario, todo ese conocimiento se revela en las fotos que hace: “Soy una persona que ama la literatura, creo que eso genera una situación de mucho respeto, soy alguien que valora el quehacer de un autor y creo que eso aparece de alguna forma en el trato con ellos”.
Guyot tampoco cree que sea fundamental conocer la obra del artista, excepto que la foto incluya una puesta temática en torno a la obra del autor. Alejandro fue siempre muy lector; de hecho, trabajó como librero durante muchos años, ese bagaje de alguna manera ayuda a tender lazos con los autores. Cuanto más amable sea ese intercambio, más posibilidades hay de que los retratos muestren algo interno y verdadero: “Creo que la fotografía es un lenguaje. Se puede pensar en una narración cuando se trata de un ensayo fotográfico. En el caso de un retrato, creo que ahí surge algo más vinculado al registro poético: ‘habla’ lo que se ve, pero también lo que no se ve. El beneficio de que haya una tradición del retrato en Argentina es que, de esa forma, se puede visibilizar a los autores y mantener viva la tradición literaria contemporánea”.
Guyot explica que los actores y músicos son corporalmente más maleables y pueden aportar a la foto casi en colaboración con el fotógrafo. Los escritores, en cambio, suelen sentirse indiferentes o incómodos ante la cámara, y es ahí donde haberlos leído, o leer literatura en general, puede sumar para alimentar una empatía o complicidad con ellos. En un principio, Guyot llegaba a ellos a través de La Boutique del Libro, después comenzó a fotografiar para el diario La Nación (donde aún trabaja), para el Museo de Arte Latinoamericano (Malba) y para editorial Planeta, entre otros. Más allá del abanico de autores, que muchas veces es decidido por las empresas, es el mismo fotógrafo quien elige a quién va a retratar aparte para su archivo personal, y esa elección depende de muchas variables: “Quizá lo leí y me gustó, o me gusta lo que representa en la literatura, o me parece un buen personaje más allá de sus libros, o pegamos buena onda, o hay una luz hermosa que no quiero desperdiciar, o todo eso junto. Busco retratos simples (entendiendo eso como un objetivo, no como un punto de partida) y sin mucha preproducción: busco una luz y un espacio que me gusten, y ya”.
Para Mordzinski, conocer a los escritores siempre ayuda; sin embargo, a él lo que más lo ha ayudado es ser educado y paciente, ya que los escritores son personas sensibles y creadoras que pasan mucho tiempo en la soledad del acto de escritura. Como artistas, ellos entienden que un fotógrafo les proponga una idea distinta, como suelen ser las “fotinskis”. Las “fotisnkis” intentan sacar al escritor de su pose de escritor, son travesuras visuales, como las definió Juan Villoro. Se trata de un juego: literatura imaginada. Mordzinski es consciente también de que un escritor muy solicitado pueda negarse al pedido de un fotógrafo, pero raramente lo hará al de un lector.
Con respecto a la situación de la literatura latinoamericana actual, el fotógrafo cuenta que siente una enorme felicidad por el buen momento que está atravesando la literatura escrita en español, especialmente por mujeres. “Posiblemente, los buenos festivales literarios, como los Hay Festival o Centroamérica Cuenta, han contribuido a difundir la literatura y ayudan a que los escritores se conozcan entre sí, se regalen sus libros y en muchos casos sean el puente para que se publiquen más allá de sus propias fronteras. Nunca entendí por qué un autor colombiano no es publicado en su país vecino y viceversa”.
De lo espiritual en la fotografía. En línea con lo que formula Kandinsky en De lo espiritual en el arte, el arte no solo evoca algo externo, sino que también transmite algo interno, propio del artista. De eso se trata la evolución que percibe Guyot en su fotografía, de algo más interno que visible: “Hoy la fotografía es el lenguaje estelar que relaciona a las personas”.
Esto se reafirma en el trabajo de Mordzinski, quien confiesa que su obra ha evolucionado pero que es difícil autodefinirse, mirarse al espejo y ver con nitidez dicha evolución, que se podría traducir como un aplomo o crecimiento hacia una suerte de espiritualidad que, justamente, mira el interior de quien retrato. “En todo caso, me siento en forma y en plena madurez. Acabo de regresar de mi primer trabajo en un festival literario en tierras americanas: el Hay Festival de Querétaro. Antes de viajar me preguntaba cómo debía retratar en plena pandemia, rodeado de tantas muertes, y sobre todo qué relato visual quería conservar de estos tiempos duros y ásperos.
Aposté por la intimidad del estudio, el color luto y, como siempre, por el humor fino, porque la gente necesita un poco de alegría. Lo hice jugando con la idea de las ausencias, del vacío, del tiempo detenido y de las máscaras como origen de la persona”, detalla el fotógrafo.
Quizás ese crecimiento hacia una suerte de espiritualidad esté relacionado con la idea y tentación de escribir sobre lo que siente, escribir una suerte de confesión, que contenga lo que nunca enseñó por vergüenza, por miedo o por inseguridad. Un libro que contenga sus pequeños secretos, su poética: “Estoy convencido de que un libro es el mejor lugar para guardar las historias y los secretos, la emoción y las dudas de mis encuentros con los escritores, me gustaría escribir algo que explique por qué yo he preferido buscar en los rostros y entre las líneas de los libros y de los escritores en lugar de sacarles partido a las revistas del corazón”.
Algo similar sucede con Alejandra López, quien procura que la foto cuente algo de alguien, busca la mirada, la serenidad, la conexión con un momento privado, no le gusta que la gente haga cosas para la cámara. “Me gusta mucho la pose, cómo cada sujeto/a elige pararse frente a la lente. Presto muchísima atención a los detalles, creo que el punctum del que hablaba Barthes en las fotos muchas veces reside en algo pequeño (la comisura de una boca, un gesto casi inadvertido, un elemento del guardarropa, una cicatriz)”.
En suma, el futuro para Sara Facio viene acompañado de cambios sociales: “El mundo periodístico argentino sigue siendo machista. Y el fotográfico, más. Desechan tus fotos, las publican sin crédito, no las pagan. Tengo mucha experiencia. Pero seguimos adelante. Por suerte los cambios se aceleran”.
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