En el país de los buscadores de oro
La mecánica del cuento es relojería pura con giros inesperados y remates que demoran a la última línea. Los apremios de los prensas periodísticas, que O. Henry abasteció a mansalva, conformaron un estilo precursor del non fiction.
En “Dos renegados”, incluido en La senda del solitario, los confederados jamás perdieron en Gettysburg ni arriaron la bandera de barras y estrellas. Aún en el atraco norteamericano a Panamá seguían moviendo los hilos “más sólidos que el imperio romano. Es la única esperanza que te queda”. Esa capacidad de saltar temporalidades, y poner el oído a las fuerzas tectónicas de su pueblo, desclasados de feria, saqueadores de riquezas y actores de cordel, cantos rodados en eterno retorno, hacen que estos cuentos del ‘900 del norteamericano carezcan de vencimiento en su fulgor.
Los caídos del catre que entran en esta comedia humana de O. Henry son distintos y parecidos a los neoyorquinos más conocidos del escritor de Los regalos perfectos. Comparten ser tipos atolondrados, embebidos de serendipia cotidiana, pero en vez de apiñarse en Broadway, vagan en los valles y las casonas sureñas. Recuperando sus aventuras en los estados confederados William Sydney Porter, que cambiaría a O. Henry en los días de gloria de escribir un cuento cada tres horas y una botella de whisky, se confabulan estas pequeñas alegorías entre brumas, botones esclavos y los caprichos de la suerte, inaugurando así la colección Lateral de Fiordo.
La traducción de Marcelo Cohen, ajustada a la precisión que reclaman las crónicas fraguadas de “El valor de un dólar” o “Un informe municipal”, resalta en esta galería de seres despojados de toda virtud y que se arrastran en el fango por nuevos comienzos. Y que el mismo narrador advierte a la incredulidad moderna, y seguir hasta el punto y aparte, “Hay muchas clases de tontos. De momento, ¿tendrán ustedes a bien permanecer sentados mientras no se les pida de manera expresa que se levanten?”.
La mecánica del cuento es relojería pura con giros inesperados y remates que demoran a la última línea. Los apremios de los prensas periodísticas, que O. Henry abasteció a mansalva, conformaron un estilo precursor del non fiction. Las convicciones del estadounidense, al que debemos la descripción de los democracias sudamericanas como “repúblicas bananeras” y la invención de Cisco Kid, un héroe latino criminal –“Un error técnico” aquí presente tiene correspondencias con el cuento fundacional de Kid, “The Caballero’s Way”–, dejan braseros. “Ésta es, en fin, una de las razones por la que la profesión de asaltar trenes resulta menos agradable que cualquiera de sus ramas colaterales: la política y el monopolio comercial”, en Cómo asaltar un tren.
Y otro contemporáneo detalle de O. Henry, que se aleja también de las máximas del cuento tradicional, es el foco en la sicología de los personajes resuelto en una línea, banales observaciones de silenciosas bibliotecas o pastillas suicidas, delinean a criaturas furtivas y resentidas que, pese a todo, conservan pureza y ternura.
La senda del solitario
Autor: O. Henry
Género: novela
Otra obra del autor: Relatos inesperados; El regalo de los Reyes Magos; La voz de Nueva York; Cómo asaltar un tren; Repollos y reyes; Historias de Nueva York; Los cuatro millones
Editorial: Fiordo, $ 28.000
Traducción: Marcelo Cohen
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