crítica

El mal menor

La homogeneización del ser mujer, que trasvasa las tres partes de La justiciera, mistifica condiciones de mujeres tanto como una escritura que acata el entretenimiento de plataforma hacia el final a la italiana, en playa y bikini. Y beso.

Foto: cedoc

Poco antes de fallecer, Charlie Feiling, en ¿Por qué escribo tan mal?, anotaba que “los escritores contemporáneos argentinos son elegantes y económicos, quizá demasiado elegantes y demasiado económicos”. Una línea que treinta años después remueve insidiosa al pasar las rebosantes páginas “con la madurez del oficio” de La justiciera, la nueva incursión en el policial de Patricia Suárez luego de Cien maneras de matar a Bea Suleimén. Y otra vez, en boca de uno de los personajes de este libro, “las mujeres no lloran, las mujeres facturan”.

Con cucharadas de Andrea Camilleri y Florencia Bonelli, la novela de la dramaturga y narradora sigue las tribulaciones de la comisaria Silvana Mangano en Carmen de Patagones, con una hija rebelde y quinceañera, sororidades de destacamento, los malos –hombres– de siempre y una pareja a la distancia en Buenos Aires, que espera en un hotel de Flores. Y si bien la escritora se esmera en la descripción de los detalles, muchos capítulos, auténticas puestas en escena; con oficio la “autora más representada en 2019 y 2022” según la crítica teatral, la ruta negra de este policial queda en cartón decorado del ayer. Y no solamente por citas inexistentes en 2024, ningún funcionario reclamaría por una policía mujer en sabidas instituciones machistas ni se preocuparía por femicidios, sino porque una trama que pretende problematizar las cuestiones de género, en su cándida transparencia, activa formidables mecanismos de no cuestionamiento del presente en regurgitar.

“Frente a un violador podías tener minifalda o una pollera hasta los tobillos que el tipo no te soltaría si estabas en su punto de mira. Y los hombres, ¿qué? los hombres tenían terror de no demostrar su hombría. El poder letal que contenía su hombría, su condición de hombres, amos y señores de la tierra. La hombría, como el honor, quinientos años hablando de lo mismo”, asume la comisaria Mangano mientras recela de hombre que se cruce en su camino, en su pueblo chico. Hace unos años la antropóloga mexicana Marta Lamas, feminista pero no mujerista ni victimista, sostenía que “el desafío intelectual radica en reconocer las implicancias de la diferencia sexual al tiempo que se la despoja de sus connotaciones deterministas”. La homogeneización del ser mujer, que trasvasa las tres partes del libro, mistifica condiciones de mujeres tanto como una escritura que acata el entretenimiento de plataforma hacia el final a la italiana, en playa y bikini. Y beso.

El telón de fondo de la ciudad bonaerense juega un fantasma que Suárez captura en desenlace a lo Carrie. Junior es una geografía psicosocial que marcó a Carmen de Patagones, “voy a matar a estos pajarracos que me jodieron toda la escuela”.  Pero eso queda ocluido porque la teoría de verdad de cualquier buen policial, o sea simbólica,  es enterrada en el banal contenidismo.

En aquel ensayo de C.E. Feiling mencionado contaba su derrotero que implosionó los géneros arrancando en el policial El agua electrizada, o las esquirlas de la violencia que la dictadura nos legó. Y pelaba y derrochaba los cables del género que eficiente repasa Patricia Suárez.

 

La justiciera

Autora: Patricia Suárez  

Género: novela

Otras obras de la autora: La italiana, Causa y efecto, Segunda chance, LUCY 

Editorial: Aquilina, $ 19.900