vida y memoria

El lugar de la mujer en los mitos griegos

Ningún héroe griego hubiese podido afrontar peligros, amenazas y proezas en absoluta soledad, sin la ayuda de alguna mujer esclarecida, dotada de propiedades singulares. Ulises, Jasón, Teseo... Las versiones se multiplican, pero algo queda: la intervención divina, bajo los nombres de Atenea, Medea y Ariadna, hace que las hazañas se materialicen. A veces por amor (el gran motor que mueve el mundo), a veces por simpatía, a veces por odio hacia otros. Lo cierto es que sin ellas muchas aventuras no serían posibles. En realidad, sin ellas no serían posibles los mitos griegos. Y muchos otros mitos.

Escenas. Teseo y el Minotauro en plena lucha, en el centro del laberinto. Der. Medea, prepara la poción mágica que permitirá a Jasón salir airoso de una prueba, antes de partir en busca del Velloncino de Oro, la piel de un carnero dorado alado que fue sacrificado en honor al dios Ares. Foto: cedoc

Por lo usual, cuando hacemos referencia a los mitos griegos, surgen a la memoria los nombres –inmortalizados– de aquellos varones que protagonizaron hazañas heroicas. Así tenemos, por ejemplo, a Ulises de Itaca, Jasón o Teseo. Pero cabe interrogarse: ¿estos héroes pudieron realizar las tareas propuestas con éxito en soledad o requirieron para lograrlo la labor de una mujer esclarecida, dotada de sensibilidades singulares que bien podrían llamarse mágicas o –de acuerdo a los conocimientos científicos de hoy– parapsicológicas?

Vayamos al héroe Ulises. Odiseo o Ulises. ¿Cómo podría haber realizado durante dos décadas tantas actividades si su reino –Itaca– no hubiera estado suficientemente resguardado por Penélope? Pero pongamos atención también a que, durante ese prolongado lapso, el rey de Itaca tuvo oportunidades para establecer un vínculo permanente con otra mujer. ¡Pero no lo hizo! Siempre estuvo claro en él que el final de aquella prolongada travesía habría de concluir al lado de Penélope y su familia. Ningún otro objetivo final guardaba en su mente. Recordemos el momento que está en Ogigia, prisionero de la ninfa Calipso, cuyo interés era convertirlo en su esposo. Allí interviene Atenea, que le pide a Zeus que permita la liberación de Odiseo. Zeus accede a la petición y le solicita a Hermes que le envíe un mensaje a Calipso, diciéndole que el destino de Odiseo no era yacer lejos de su hogar, sino que debía volver a reunirse con los suyos. Es entonces cuando llega al país de los Feacios y es conducido por la princesa Nausícaa a presencia de su padre, Alcínoo, que finalmente pone a su disposición una nave para que vaya a Itaca.

También hay otra versión de ese momento. Muy interesante y reveladora. Es la que señala que Ulises queda solo, con la embarcación destrozada, y en esas condiciones arriba a la isla de Ogigia, donde vive la ninfa Calipso, que lo retiene siete años a su lado. Pero Ulises no olvida su hogar, tiene necesidad de volver adonde se encuentran su esposa, Penélope, y su hijo, Telémaco. Por lo cual no se deja embaucar con las astucias de Calipso. En secreto, construye una balsa y escapa de la isla.

Sobre Penélope, lo que habitualmente fue considerado es que se trata del símbolo de la fidelidad y la abnegación, pero –a nuestro juicio– esto es solo una lectura superficial teñida por los conceptos sociocivilizatorios imperantes durante los últimos siglos y que –desde hace algunas décadas– van quedando desactualizados. Lo que encontramos esencial en Penélope es su desarrollada capacidad de astucia y engaño como elementos para lograr su propósito, que no es otro que el de aguardar el retorno de Ulises. No por una cuestión de fidelidad, sino por la certeza de que el entramado de ambos los constituye y convierte en singular unidad. Además, hay que subrayar la capacidad dirigente de esta mujer, puesto que ha quedado a cargo de un reino y ha tenido la inteligencia para mantenerlo y no dejarlo decaer. No son cosas menores.

Hay una versión de esta parte del relato que queremos traer aquí. Es la que indica que, al ser interrogada Penélope por uno de sus pretendientes, quien le manifiesta su sorpresa de que siga esperando el arribo de Ulises, siendo que ya van para veinte años de ausencia. ¿Qué le hace pensar que volverá? Tal vez ya esté muerto…

La respuesta de la reina es clave. Dice: “Volverá, pues así me lo ha dicho”. Podemos agregar entonces: Penélope tiene la certeza de que Ulises es un héroe que no va a fallarle.

Veamos, ahora, el mito de Jasón y los Argonautas, donde una dama, de nombre Medea, tiene un rol fundamental para que el héroe logre sus objetivos. Aquí, además, veremos lo que ocurre cuando quien ha recibido el llamado de la dama no cumple sus promesas quebrándolas solo por buscar más prestigio social y material.

Jasón se ha comprometido a buscar y traer el Vellocino de Oro, que es la piel de un carnero dorado alado que fue sacrificado en honor al dios Ares. La piel de este carnero está colgada en un árbol situado en un bosque sagrado, donde hay un enorme dragón custodiándola. Otras versiones mencionan a una serpiente extraordinariamente peligrosa.

Mucho antes de llegar adonde se encuentra el Vellocino, Jasón sale exitoso de una prueba gracias al uso de una poción mágica que lo protegía del calor que irradiaban los toros salvajes de Eetes. ¿De dónde había obtenido tal ungüento nuestro héroe? Pues le había sido dado por Medea, única hija de Eetes, quien estaba dotada de amplios conocimientos en las artes mágicas. Las había heredado nada menos que de la célebre hechicera Circe, que era su tía.

Medea estaba enamorada de Jasón, por lo cual le prometió toda su ayuda cada vez que la requiriera, a cambio de que él la llevara consigo a la ciudad de Yolco. Jasón acepta. En otra ocasión, surgen cientos de hombres armados conocidos como Los Espartos (en griego antiguo, Spartoí, literalmente “hombres plantados”), que se lanzan contra Jasón. Medea, conocedora de la historia de estos seres, aconsejó a Jasón que arrojase una piedra entre ellos y Los Espartos se enfrentaron entre sí.

También fue Medea la que, utilizando unas hierbas especiales y con sus poderes hipnóticos, durmió a la bestia que cuidaba el Vellocino de Oro, de forma tal que Jasón pudo tomarlo y llevárselo sin inconvenientes.

Ya con el Vellocino, Jasón y los Argonautas se marchan en la nave Argos para regresar a su tierra natal. Nuestro héroe cumple su promesa, llevando consigo a Medea.

Teseo –hijo de Egeo, el rey de Atenas– se embarca rumbo a Creta con la finalidad de ingresar al laberinto y dar muerte al Minotauro. Está decidido a concretar esta hazaña y, con ello, que el monstruo no pueda seguir asesinando jóvenes. Pero, claro, conoce que no bien dé muerte a la extraña criatura –mitad toro, mitad humano– él también estará condenado. ¡Es imposible salir del laberinto! Teseo es consciente de que en su éxito estará su dramático destino.

No bien llega nuestro héroe a Creta, conoce a Ariadna, hija del rey Minos. Surge, de inmediato, un enamoramiento recíproco. Inician una relación y es entonces cuando Ariadna conoce cuáles son las intenciones que alberga el recién llegado. Es cuando la dama le comenta que hay una manera para que él pueda salir del laberinto, tras cumplir su cometido. Está dispuesta a ayudarlo, pero le pone dos condiciones: que se case con ella y la saque de Creta.

Teseo se sorprende, acepta ambos pedidos y pone atención en lo que Ariadna le explica. Ella entregará a su amado un ovillo de hilos de oro. Él lo irá deshaciendo a medida que avance por el laberinto y usará esa señal para seguir el rastro durante el regreso a la salida. De este modo, no habrá de perderse. Teseo inició su misión. Primero hizo que el Minotauro lo persiguiera para que la bestia se cansara. Luego, dio muerte al monstruo y regresó sano utilizando la estratagema ideada por Ariadna.

Una versión de este mito afirma que, estando en el Laberinto, Teseo manifiesta en alta voz: “Palabra a los cielos doy que serás, y lo eres hoy, mi bien, mi reina y mujer”.

Esto nos muestra bien las características del héroe: su cuerpo está entrenado adecuadamente para concretar hazañas, es decidido, hábil con la espada y con la lanza, tiene un pensamiento racional desarrollado. Pero le falta picardía, sutileza, capacidad creadora de estrategias inusuales. Todo eso lo tiene la dama, Ariadna. El éxito completo solo ocurre cuando ambos se entraman, tal cual si fueran una única persona.

*Doctor en Psicología Social, magíster en Psicoanálisis y director del Instituto de Estudios e Investigaciones Junguianas de la Sociedad Científica Argentina.