testigo visual

El instante decisivo

El escritor argentino Luis Gusmán se topó con un libro extraño: “Jack London, photographer”, una colección de fotografías sacadas por el célebre escritor estadounidense, reunidas por Philip Adam, Sara S. Hodson y Jeanne Campbell Reesman. Gusmán presta especial atención a la serie de fotos que testimonian el estado en que había quedado la ciudad de San Francisco luego del terremoto de 1906: una mirada piadosa, triste y melancólica, que es a la vez un llamado a la solidaridad.

Testigo. Algunas d elas fotografías publicadas en “Jack London. Photographer”, y que dan cuenta de su hobby singular y desconocido. Abajo, junto a la tapa del libro, el escritor en acción. Foto: cedoc

Los sentidos se suelen cruzar. La figura es la sinestesia. Si es de colores y sonidos se lo llama cromestesia.

Paul Claudel en sus viajes por Oriente escribe El ojo que oye. Los garabatos, dibujos, de Kafka irrumpen en su diario y lo trágico, como él dice, se vuelve caricaturesco. 

En las fotos de Juan Rulfo basta mirar “Barda de adobe en Guadalajara” para ver cómo ese muro de ladrillos interrumpe en el espacio desierto para atraer la mirada.  

En Jack London, fotógrafo, su mano “ve”.

De las fotos de London sobre la guerra ruso-japonesa y la vuelta al mundo en más de ochenta días y ochenta imágenes, solo voy a tomar “Historia de dos ciudades: Londres y San Francisco”.

Las fotos de London de San Francisco, que tomó después que el terremoto que destruyó la ciudad en 1906, vienen acompañadas de su propio testimonio, que publicó con el título “Relato de un testigo visual”. Las imágenes nos introduce en una mirada que, cuando la tierra tembló, hace más de cien años, que no hizo que temblara su mano cuando tuvo que tomar esas fotos en un estilo, si se quiere, aparentemente realista. 

A London lo conocí como lector por leer en la colección Robin Hood: Colmillo blanco fue el primer animal literario en el bestiario de mi infancia.

Como testimonio del terremoto dejó ese libro. Como buen americano, lo primero que dice es que la destrucción quemó una cantidad incalculable de dólares. También, como en el Apocalipsis, “las llamas eran una torre que se balanceaba en el cielo durante días”. Y solo quedan siluetas de las casas en las afueras de la ciudad.

¿Cómo reproducir en fotos blanco y negro, las llamas apocalípticas que llegan hasta el cielo y horadan la tierra hasta el mismo infierno?

El libro con sus fotos se titula Jack London, photographer lo muestra en su juventud con una gorra, un cigarrillo en la boca, un pañuelo de cuello, y en esa foto ya se anticipa una elegancia de la época Gastby. 

En principio, más allá del vitalismo americano capaz de reconstruir de las ruinas, una “segunda San Francisco”, las fotos de London captan la destrucción en lo queda en pie o fue demolido, porque fotografía los espacios vacíos de esos edificios. Las ventanas, con una persiana sola y la otra vacía, parecen tuertas. Y esos agujeros muestran lo que queda de cielo, de aire que todavía entra por ellas para que la cosa se vuelva respirable.

La ciudad como un esqueleto de piedra, entre sus costillas solo se ve el vacío. 

Comienza el testimonio del terremoto con una referencia al dólar; basta mostrar la foto que tomó de cómo quedó el edificio de la bolsa de San Francisco. 

Los carteles que fotografió “sosteniendo” las ruinas son el testimonio que la foto no muestra lo que es o lo que quedó, sino siempre evoca lo que era la ciudad. London quiere fotografiar no la destrucción, sino que las fotos revelen lo que había sido ese San Francisco que había desaparecido, de la que ya se planea una futura reconstrucción, con una solidaridad brotada de las llamas. 

Hay una fotografía reveladora: dos casas nos muestran que la destrucción no pudo con todo sino que, como árboles o personas que se inclinan una sobre la otra para apoyarse, le dan a la foto una humanidad que las mantiene en pie. Una casa se sostiene en la otra.

Por eso, como el norteamericano que es, la fotografía de los carteles de la sociedad Corey y Phillips, que vendía alcohol, refieren a la futura restauración de la ciudad. 

Cierran la serie del temblor, transformado en terremoto, dos bloques enteros de piedra transformados en montañas de escombros que testimonian no la destrucción, sino la tentativa de rescate. 

Como si London hubiera retratado en serie lo que podríamos llamar el espíritu americano de esa época: terremoto, catástrofe, ruina, unión, trabajo   de rescate y reconstrucción.

Gente pobre, asilos, colas de personas esperando un trabajo, gente durmiendo en la calle, en los bancos de la plaza, aglomerados para poder entrar a una asistencia médica pública. Un paisaje de mil novecientos que, ciento veinte años después, lo podremos reencontrar sin modificaciones, ya que el celular en la mano del que esta durmiendo en la calle no disimula la ruina si no que la aumenta en lo que podemos llamar anomia.

Comienzo por el asilo porque muestra los dos extremos de la vida a la intemperie. Un chico sentado en el umbral. A su lado, el tacho de basura revela su desamparo. Esta fotografiado en la puerta de un asilo y anticipa en esa niñez descarnada lo que le va a esperar en la vejez. 

La soledad y la desolación, la mirada perdida en un pasado que anticipaba un futuro, miran nada o hacia la nada.

Un hombre joven parece ser alguien de la calle. En la gorra conserva cierta dignidad, pero con su mano aferra sus pertenencias. Un policía, típicamente ingles, avanza sobre los escalones. Es de noche, y con una linterna le enfoca la cara. En ese acto de identificación reside una violencia que irrumpe al durmiente que se despertará aterrorizado. El talento de London en esa foto reside en el rayo de luz que ilumina en la noche al que, indefenso, se ampara en la oscuridad. 

En otra foto tomada en los Spitafields Gardens, hoy atracción turística donde está el mercado de Londres, los cuerpos yacen como trapos en desuso, si no fuera porque humanamente se apoyan el uno contra el otro, Podría ser hombres o mujeres. Los sombreros les cubren la identidad, que sus ropas parecen revelar. A veces, solo basta dos para hacer un montón.  

Un puñado de hombres hambrientos hacen cola frente al edificio del Ejercito de Salvación. No están mal vestidos. La foto revela que el hambre no diferencia las edades.        

London es consecuente a su posición política, a su literatura de denuncia, pero no claudica a su imaginación ni a contar una historia: testimonia en estas fotos que fue un testigo visual de su tiempo.

John Barleycorn. Memorias de un alcohólico, novela autobiográfica de Jack London publicada en 1913 que trata sobre su afición a la bebida, revela que no escondió sus propias miserias, ni tampoco perdió el humor para referirse a su propia vida. Nació a mediados de enero de 1876 en San Francisco. Donde conoció el temor y el temblor del alcohol y el terremoto. Ni para escribir sus Memorias ni para tomar esas fotos, como se suele decir: “le temblor el pulso”.
 

*Escritor argentino. Su último libro es No quiero decirte adiós (Edhasa).