Edgar Bayley, poeta mayor
Edgar Bayley fue un poeta que marcó tendencia, no sólo por su producción poética, sino también por su activa participación en el delineado de la modernización literaria y artística en la Buenos Aires de los años 40 y 50. Publicada por Gog & Magog, “Edgar Bayley. La música vendrá”, de Mario Nossoti, es una biografía que rescata la figura de un poeta insoslayable, y de una vida marcada por las pasiones. Pero el libro funciona también como un seguimiento de las sociabilidades culturales de la Buenos Aires de los años 40 y 50, que tuvieron como actores fundamentales tanto a Bayley como a su hermano Tomás Maldonado.
Una escena de lectura es la génesis de Edgar Bayley. La música vendrá: “Tenía veinte años y dos hijas el verano en que mi compañera y yo nos fuimos unos días a un balneario de la costa argentina (…) En ese mar, con esas hijas y con esa mujer, bajo la luz que filtran las hojas de los árboles, leí por primera vez a Edgar Bayley”, dice Mario Nosotti, autor de este libro que escapa de una simple semblanza del poeta Bayley, y se adentra en la evolución de su poesía y en el contexto cultural donde desarrolló su obra.
“A medida que el lector se apropia del poema el autor se desposesiona de su creación. Lo que empezó siendo lamento o efusión personal, un ‘mero yo’, se convierte en un nosotros”, señala Nossoti. Bayley hacía hincapié en esa transmigración (y transmutación) del objeto poema en el lector, para convertir “los días de un hombre en el sentido de los días de otros hombres”.
La novela familiar lo muestra a Bayley (usa el apellido materno) en una especie de sana competencia fraternal. Era el mayor de los tres hermanos Maldonado, quienes supieron destacarse en los distintos rubros que emprendieron: Héctor, el menor de los tres, fue uno de los grandes científicos argentinos en el campo de la biología; Tomás, el del medio, se había formado en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, entre 1936 y 1942, y fue un protagonista fundamental de la plástica argentina en las vanguardias de la década del 40.
Bayley tuvo dos hijos, Susana y Edgardo, con Matilde Schmidberg, y luego de separarse de ella tuvo una vida amorosa irregular y tormentosa. Un amor de madurez lo sacó de cierto ostracismo existencial. La artista plástica Stella Vergara fue uno de sus grandes amores: “Se conocen en 1984 e inician un contacto apasionado que se prolongará durante más de tres años”. Bayley tuvo una entrañable relación con los hijos de Stella: “Era muy cariñoso conmigo y con mi hermano. Íbamos a Güerrín, a Los Inmortales, siempre estaba contento. Me decía “principessa”, cuenta Yamila Kury, hija de Stella.
Uno de las rasgos sobresalientes del libro es el seguimiento de las sociabilidades culturales de la Buenos Aires de los años 40 y 50, que tuvieron como actores fundamentales tanto a Bayley como a su hermano Tomás. Ambos configuraron una sinergia dentro del campo literario como en el de las artes plásticas, marcando tendencia a través de publicaciones, manifiestos y acciones artísticas.
La ubicación de Bayley en el campo literario responde a las coordenadas de lo que se llamó “Generación del 50”. Bajo la capitanía de Raúl Gustavo Aguirre, la revista Poesía Buenos Aires se publicó entre los años 1950 y 1960; fue pródiga en traducciones de poetas europeos y norteamericanos, y se desmarcó del conservadurismo estético de la generación del 40. Mario Trejo, Rodolfo Alonso, Francisco Madariaga, Leónidas Lamborghini, y unos jóvenes Francisco “Paco” Urondo y Alejandra Pizarnik, pasaron por las páginas de una revista que asumió la misión de actualizar y modernizar la poesía argentina, en función de lo que estaba pasando allende los mares: “Además de amalgamar tendencias como el invencionismo y el surrealismo, Poesía Buenos Aires tuvo una función pedagógica, formó lectores y dio a conocer a una camada de poetas por entonces desconocidos por estas latitudes (…) En sus páginas fue posible leer por primera vez a Giuseppe Ungaretti, Saint-John Perse, Carlos Drummond de Andrade, Odiseo Elytis,E.E. Cummings, Montale, Pasternak, René Chard”.
En el ámbito de Poesía Buenos Aires, Bayley tuvo una activa participación (supo ocupar por momentos la dirección de la revista) no exenta de polémicas. Su carácter volcánico muchas veces lo llevaba a entredichos con sus colegas, lo que lo llevó paulatinamente a ser un disidente perpetuo, apocalíptico, nunca integrado, aunque supo ser reconocido por los jóvenes poetas de la posdictadura: “Una tarde de fines de diciembre de 1983, Bayley camina por el centro de una Buenos Aires que va recuperando una vitalidad largo tiempo reprimida. Se dirige a un encuentro que organiza la revista La Danza del Ratón. Alfonsín ha asumido hace unos días y la juventud está en las calles (…) La lectura está por arrancar y Javier Cófreces, editor de la revista, atraviesa la marea de gente y se acerca a saludarlo”. Hasta su obra en prosa, Vida y memoria del doctor Pi y otras historias (1983) fue leída con entusiasmo en la década del 80.
La obra ensayística de Bayley también fue relevante. Sus libros Realidad interna y Función de la poesía y Estado de alerta y estado de inocencia, reflexionan sobre el trabajo del poeta y el lento mascullar de los procesos creativos. “He querido poner el espíritu crítico al servicio de la inocencia”, dirá Bayley sobre su proyecto ensayístico.
Toda buena poesía excede los marcos generacionales, se proyecta hacia el futuro, abriéndose camino en la maleza. Aunque siempre es necesario alguien que rescate lo que parecía perdido y lo ponga en valor. Por eso, es imprescindible el trabajo de investigadores y ensayistas como Nosotti que ofician como apóstoles: blindar a Bayley de los embates del olvido fue la tarea y el resultado es ampliamente satisfactorio.
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