Ideas y creencias 7

Destrucción y creación, dos formas de creencias del humano aturdido

El fin está cerca, se nota. La devastación, la sublevación tecnológica, la crisis ambiental amenazan. “La historia no se repite”, decía Mark Twain, “pero rima”. ¿El destino es del desastre? El autor de este ensayo afirma: “La corriente de la historia es oscilación entre dos paradigmas de creencia: creer en la destrucción al final del camino, o creer en el acto creador que supera siempre las amenazas de devastación”. Pero tal vez haya una salida: la creencia en la acción que edifica caminos de superación.

Ideas y creencias. Foto: cedoc

En la historia se repite la creencia de que el mundo se encamina a la destrucción. Por ejemplo, la visión religiosa apocalíptica en una futura devastación, en un terminal quejido, de las sinfonías de seres, montañas y árboles. O la creencia tecno contemporánea de una sublevación por venir de robots humanoides de alta inteligencia artificial, que se rebelan contra sus creadores humanos y devienen nuevos emperadores del tiempo; o el vaticinio, más probable por su comprobación científica, de un desastre ambiental en ciernes, ya en marcha, que aún muchos no quieren ver, en cuanto al aumento del frío o el calor, o el alza de las aguas, o la contaminación sin freno.

Tras las creencias en la destrucción, emerge una pregunta sobre la flecha de la historia: ¿su destino es el desastre futuro, o, a pesar de los acontecimientos o amenazas destructivas, lo dominante es la fuerza de la creación? Es decir: la creencia en que las acciones creadoras (acciones de distintos tipos de cambio, novedad y superación, más allá de la creación artística en particular, en este caso), que pueden, aunque sea hasta cierto punto, neutralizar y superar los golpes destructores en el tiempo. De nuestra parte queremos creer en esto último. Vista así, la corriente de la historia es oscilación entre dos paradigmas de creencia: creer en la destrucción al final del camino, o creer en el acto creador que supera siempre las amenazas de devastación.

En sus orígenes, la creencia en la destrucción es instrumento divino para castigar a los corruptos y reiniciar el ciclo de la historia. El caso del Diluvio universal. El momento en el que el cielo se cubre de nubes negras, y se deshace en cataratas continuas de lluvia inclemente. La tierra entonces se hunde. Y los seres gritan antes de la asfixia espantosa. El relato bíblico del Arca de Noé es la aniquilación de una humanidad envilecida. Sin embargo, a ésta se le concede una nueva oportunidad. El arca permite la supervivencia de Noé y su familia, y la de un ejemplar de cada especie. En la Mesopotamia asiática, en la Epopeya del Gilgamesh, en un fragmento del Libro egipcio de los muertos, y en otras partes, también se profesó la creencia en el diluvio. La gran inundación es antecedente de una nueva destrucción por llegar. Por ejemplo, en la Edad Media se aguardaba un catastrófico final cuando la lucha entre Dios y el Anticristo. Entonces, se iniciaría un milenio en el que se restauraría el cristianismo evangélico, el verdadero. La edad de los auténticos cristianos: los campesinos y pobres. El milenarismo.

La creencia en el fin del mundo o Armagedón, se repite en los Testigos de Jehová, y en otros cultos cristianos. La fe religiosa en un Dios que maneja las llaves del tiempo también se trenza con la visión profética en el siglo XVII. El tiempo de Nostradamus y sus profecías. Sus cuartetos han dado pábulo a distintas interpretaciones, pero todas coinciden en predecir una gran calamidad en el reino del mañana.

En sus distintas formas, la creencia apocalíptica barre con la arrogancia humana. También con el vuelo de los pájaros. Y revela al futuro como realidad insostenible. En la modernidad, esta creencia fluctúa desde el Dios que dispone el final de los tiempos, a la distopia de la bomba atómica, la alteración climática planetaria, o una tecnología que podría cancelar la libertad o la propia existencia humana.

En la posguerra, en la Guerra Fría, los arsenales de ojivas nucleares norteamericanas y soviéticas, activan la amenaza de la catástrofe nuclear. La Crisis de los misiles en Cuba, en 1962, fue el ápice del temor a la debacle atómica. En el paso del siglo XX al actual, la tecnología informática y digital deparó también predicciones inquietantes. En el llamado “temor al Y2K”, o “efecto del año 2000”, se creyó que la primera hora del nuevo siglo no sería procesada por los sistemas informáticos. Se avizoró una catástrofe global, que fue tan irreal como un vuelo de aves dentro del agua.

A su vez, en la cultura popular, los escenarios distópicos de catastrofismo tecnológico son comunes, y la película Terminator perfiló el futuro bajo el yugo de robots hiperavanzados. Síntoma de la inteligencia artificial que deviene autónoma, se programa a sí misma; y decide la cancelación del homo sapiens por su peligrosidad para los demás seres, y el medio ambiente.

La creencia religiosa de algún apocalipsis no se extingue del todo. El 21 de diciembre de 2012, muchos temieron el cumplimiento de una supuesta profecía maya aniquiladora. O hay quienes creen en un punto de quiebre cercano de la tecnocivilización, como el movimiento de los preppers, que se preparan para la supervivencia en un inminente escenario de masiva crisis energética, terrorismo; o incluso de eventos naturales con efectos devastadores, como terremotos en serie, tsunamis, o la erupción simultánea de las bocas de fuego y lava de los volcanes.

Y en la escala de millones de años, la cosmología científica actual también aporta lo suyo, aunque, para los efectos prácticos, sea lo demasiado lejano: la expansión futura del sol, su abrasadora absorción letal de la Tierra, antes de convertirse en enana roja, y luego en enana blanca, y negra, ya casi sin emisión de luz; y el desgaste entrópico, y la contracción del universo. 

La creencia múltiple en la destrucción futura convive con la creencia en el poder mayor de procesos que crean cambios y novedades superadoras. Hegel y su confianza en la dialéctica que provoca nuevos y mejores estados se acomoda aquí, como posible ejemplo. También las perspectivas optimistas sobre el desarrollo tecnológico (algunas quizá excesivas y acríticas).

Ante las amenazas de hoy y mañana, la creencia en la acción que edifica caminos de superación. La construcción de esos caminos, por ejemplo, podrían torcer la degradación ambiental hacia el restablecimiento lento del equilibrio; o la regulación consensuada, desde una legislación internacional, que evite la inquietud sobre el futuro tecnológico, con la inteligencia artificial generativa mediante, para que ésta beneficie a su creador, antes que amenazarlo.

Y la creencia en la acción creadora y superadora también debe enfrentar otra amenaza actual: la de las crisis económicas sistémicas, continuas, que obstruyen el derecho a la realización de las personas.

Así, la liberación de la creencia en la historia como camino a la destrucción, da lugar a otra posibilidad. La creencia de que, a pesar de todo, en el torbellino del tiempo, prevalecerá la acción que crea nuevos caminos para superar, o al menos debilitar, la sombras que amenazan las costas, de hoy y mañana.

(*) Filósofo, docente, escritor, su último libro es La red de las redes (Ediciones Continente).