rock y poesía

Dárgelos, poeta y pensador

La aparición del libro de poemas “La voz de nadie”, de Adrián Dárgelos (Sigilo), fue ciertamente oportuna en más de un sentido: puso de manifiesto que la aparición de ciertos recursos poéticos en las canciones de Babasónicos, la agrupación musical argentina de la que el poeta es frontman, no es casual. Recitado, declamación, invectivas eficaces. Palabras, palabras, palabras. Como dice el mismo poeta y cantante: “palabras que usan todos y que nadie siente propias”. Ese mundo feliz donde Dárgelos hizo suya una zona del idioma.

Vergel. “La voz de nadie” no es el primer libro de poemas de Dárgelos. Con anterioridad publicó en el mismo sello argentino, Sigilo, “Oferta de sombras”. Foto: cedoc

El tesoro de la lengua, de Ariel Schettini, fue publicado por Entropía en 2009. El libro recorre y analiza los poemas más conocidos del castellano en América y el cuarto capítulo está dedicado a Cantos de vida y esperanza, de Rubén Darío. Schettini viene hablando del gesto bifronte de la modernidad, de cómo es ir hacia el pasado para mirar el futuro, del trabajo de revitalizar lo arcaico, y en la página 119 hace una descripción de Darío que secretamente parece dedicada a Adrián Dárgelos: “Eso que estamos acostumbrados a escuchar de una estrella de rock y que es la manera más común de presentarse de un artista desde hace ya un siglo (“Yo soy nuevo, siento algo jamás antes sentido (…) y expreso lo inaudito (…) entonces, para llegar a ese lugar oscuro de la cultura me sacrifico por todos”) fue dicho en Latinoamérica por primera vez por Rubén Darío”.

La voz de nadie. Sigilo publicó este año La voz de nadie, un nuevo libro de poemas de Adrián Dárgelos, y la noticia fue ciertamente oportuna porque hay tramos de Trinchera, el último disco de Babasónicos hasta el momento, que parecen propios de una lectura de poesía. “Vacío”, por ejemplo, tiene algo de recitado y declamación: es imposible que en los shows de Babasónicos no se genere, en ese momento, un silencio entre el público. La sonrisa de Dárgelos, siempre tan asociada a la provocación, se vuelve inocente durante esa canción. El gesto parece decir: “Miren lo que escribí”. Como si debajo de las luces y los parlantes de los recitales se dejara ver, al través de un artista que siempre está insistiendo sobre lo nuevo y lo actual, una actividad más antigua y más solitaria.

Cuatro tesis sobre la música. En la Feria de Editores había un título publicado Firpo Casa Editora: Cuatro tesis sobre la música en tiempos de streaming, de Adrián Dárgelos. ¿El cantante de Babasónicos había escrito eso? No, no lo había escrito Dárgelos, y en la primera página quedaba claro: “Este es un trabajo de arqueología a partir de las entrevistas que Dárgelos dio en estos últimos años; una recopilación no autorizada de los restos ensayísticos que el frontman de Babasónicos deja como huella cada vez que hace una intervención pública...”. Por si no hubiera quedado claro, la colección se llamaba “Apropiaciones”. Y Cuatro tesis... estaba lindamente impreso: papel de ochenta gramos y tapas de cartulina negra con letras en serigrafía plateada.  

¡Curioso destino el de Dárgelos! Creador de invectivas eficaces a lo largo de las décadas, desde “Camarín” (2001) hasta “Teóricos” (2018), se ha pasado la vida no solamente haciendo rock sino también pensándolo. La paradoja recuerda a aquella otra que señalara Martín Zariello en la página 177 de 1988: El fin de la ilusión: “Uno de los lugares comunes con los que se suele describir el carácter del Indio Solari está relacionado con su hermetismo, lo que deriva en su famosa reticencia a conceder notas. Sin embargo, cualquiera que leyó con cierta frecuencia un par de revistas de rock sabe más cosas del músico que de sus propios padres”.

Breve diccionario. En la Feria Migra también estaba el stand de Firpo Casa Editora. Estaba el Cuatro tesis… y, al lado, un cuadernillo pequeño y breve que se titulaba Vergel y llevaba por subtítulo Breve diccionario de palabras inusuales en canciones de Babasónicos. El autor o ideólogo era Juan Manuel Román. Se trataba de un recorrido cronológico por la discografía de la banda en la que se listaban las palabras raras que Dárgelos ha usado en sus letras, se mostraba el fragmento de la canción en el que aparece el término y se daba su definición. Estaba “abrevar”, que sostiene la imagen pastoril de “Pijamas”, y estaba “séquito”, que aparece en “Putita” y le da a la estrofa un tono del castellano de los siglos pasados: “Sin piedad dejás atrás un séquito de vana idolatría”. Basta cambiar la acentuación para encontrar un ímpetu recio y antiguo.

Palabras, palabras, palabras: Adrián Dárgelos es la única gran estrella del rock local a la que no se ha visto con ningún instrumento en el escenario. Es una especificidad fuerte, y por eso fue tan impactante la publicidad que hizo hace años para una empresa de telefonía: aquella vez abandonó por un momento el estamento de quien solamente escribe y canta y agarró una guitarra, acaso para confirmar la regla. Porque su instrumento es la palabra. E incluso: su único instrumento es la palabra.

Pequeño misterio. Quizá por eso el periodismo, en un festival de tautologías y con acento convencido, habla de la banda con palabras de sus propias canciones. Según El Planeta Urbano, Jessico es “un manifiesto de sensualidad desfachatada”. La Tercera titula “fiesta de farsantes”. En un artículo de Página/12 se lee: “Un quinteto de ganadores del pop en una cruzada eterna por la dignidad del vértigo”. En Anfibia se describe un recital: “Insuperable fiesta de música arrogante”. Y Filo News: “Un show que desparramó sensualidad”.

En “Mentira nórdica”, octavo tema de Trinchera, se escucha: “Voy a usar esas palabras/ que usan todos y que nadie siente propias”. Es una ajustada descripción de una época de algoritmos en la que las expresiones de moda se difuminan a toda velocidad convirtiendo a los seres humanos en meros repetidores de lo que hay que decir: “es por ahí”, “es un montón”, “team algo”, “en una” (digresión filológica: ¿no es sorprendente que esta expresión haya aparecido después, y no antes, de “en otra”?).

Y es en este mundo feliz que, inversamente, Adrián Dárgelos hizo suya una zona del idioma: no es importante que un autor utilice palabras inusuales, pero sí es significativo que, al tocarlas, asocie esas palabras con su propia impronta. Bambula, zafarrancho, voluta, caireles, lupanar, palestra, estertor, charada, vórtice, cadalso, casquivana, rubí, desfachatado, vergel: es imposible usar estas palabras sin escuchar el rumor de Babasónicos, y Vergel da cuenta de este pequeño misterio.