Damien Hirst, el artista más rico del planeta
Su patrimonio asciende a US$ 384 millones. Acusado de plagiar la obra de artistas australianos, hace poco fue hurtado en un restaurant londinense: un niño se llevó su celular.
El arte conceptual cada tanto congrega las miradas de todo el público, más por el dinero al que cotizan sus obras que por la calidad artística de las mismas. O también, la calidad que se transforma en cifras sorprendentes resultan producto de una combinación de factores para constituir el verdadero mercado del arte: marketing, prensa, una dosis de mentiras, casualidades, compradores… Y un sujeto dispuesto a la representación indispensable: el artista, el que firma la obra.
Tal paradigma lo encarna el británico Damien Hirst (1965), al que podemos llamar el artista vivo más rico del planeta en todos los sentidos (y no por heredar una fortuna). Porque se hizo rico a partir de sus obras, porque también es muy vivo, al punto que la “viveza criolla”, tan argentina, queda eclipsada. Su patrimonio neto asciende a más de 384 millones de dólares. Pero el real, que incluye su firma posicionada en esos niveles de cotización, puede valer el doble, o el triple. En sí, quien estrecha su mano está saludando a mil millones.
En torno a su vida ha creado un mito de ascenso social, irreverencia, oportunismo y suerte. Del pobre infante abandonado por su padre a los 12, post punk con problemas de adaptación escolar, a niño mimado y famoso del mundo del arte. Pero su pasado artístico está ligado a un marchand, nada menos que Charles Saatchi, dueño de la que fuera la agencia de publicidad más grande del mundo en los 90: Saatchi & Saatchi. A esto siguió ese ascenso económico detrás de obras desafiantes y podemos pensar que con Charles aprendió la esencia del negocio que aplica hasta hoy.
Cabe mencionar dos de sus obras emblemáticas. El cuerpo de un tiburón conservado en formaldehído (también llamado metanal) dentro de una pecera de vidrio a medida; la calavera humana revestida en lámina de platino con 8.601 diamantes incrustados más un diamante rosa en la frente. El simbolismo que esto emana conjura muerte y resurrección del lujo, paradigma atractivo para poderosos con fantasías. Pero a esto siempre siguieron las denuncias de plagio, incluyendo algún ataque a una de sus instalaciones. Para sobresalir nada mejor que un escándalo.
Hace dos años se lo acusó de plagiar los cuadros de artistas australianos aborígenes, Emily Kame Kngwarreye y Kathy Maringka. Por sus Veil Paintings cuestionadas, Hirst argumentó seguir a los puntillistas franceses como Pierre Bonnard y Georges Pierre Seurat. El problema surge al comparar un cuadro de Maringka con el del británico: son similares, casi gemelos.
Pero a Hirst nada lo detiene y la competencia existe, por caso, el mismísimo Bansky le quita lugar en la escena mundial del arte. Por eso, hace unos meses regaló entre sus 720 mil seguidores de Instagram remeras que usa para trabajar en su taller, manchadas, con frases suyas y firmadas. Todo detrás de cierta consigna de participación, y así, uno de los ganadores de inmediato puso a la venta el regalo como obra única y original en eBay. Una remera sucia, incluso transpirada, a 250 mil libras esterlinas (casi 330 mil dólares).
A modo de justicia poética, mientras Hirst ocupaba una mesa en la vereda de un restaurant de Londres, se acercó un menor con un papel, pidiendo. El papel fue una distracción, con la otra mano se llevó el celular del artista que estaba sobre la mesa. Hirst compartió en Instagram el video de seguridad con el rostro del ladronzuelo, también se ve que no le da ni una moneda. Desagradecido, se olvidó del niño que fue.
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