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El término posverdad fue empleado por primera vez en 1992, aunque la “falsa verdad” y los “hechos alternativos” como herramienta de propaganda y manipulación no son nuevos; la novedad estriba en su viralización en la tecno-sociedad actual. La pregunta que aflora entonces es: ¿cómo enfrentar a la posverdad en una sociedad que absorbe y reproduce el decurso de las mentiras, mientras impera una filosofía global de desprecio por la verificación? La respuesta, una vez más, parece llegar con Spinoza, cuya influencia y legado se derrama en un dilatado entramado contemporáneo de disciplinas.

Apuesta. ¿Es posible tener contacto con lo que entendemos como “verdad”? ¿Cómo superar la subjetividad? Spinoza tiene una asombrosa vigencia, pues provee las herramientas para proponer un orden certero, aquel que rompa con la maraña de pararrealidades que atraviesan nuestros tiempos líquidos. Foto: cedoc

Amado y odiado, Baruj Spinoza es lo que podríamos llamar un verdadero filósofo maldito. Como todo adelantado, su obra no fue bien recibida en su tiempo. Sin duda nos encontramos ante un brillante intelectual escondido detrás de la figura de un solitario pulidor de cristales que, con el “lente de su mente” tuvo la capacidad de explorar lo infinitamente pequeño, como también la inmensidad inabarcable del cosmos, pudiendo así abrir las compuertas hacia el campo de lo total a partir de la razón y penetrar en la unidad oculta de la naturaleza. 

El mismo Georg W.F. Hegel, el examinador de “lo absoluto”, lo tuvo en alta estima, vio tan fundamental su obra para el entramado moderno que llegó a sentenciar: “Quien no sea spinozista no tiene filosofía alguna”. Gilles Deleuze, por su parte, lo definió como “el príncipe de los filósofos”. El ámbito de la literatura no estuvo ajeno, escritores como Paul Bourget, D.H. Lawrence e Isaac Bashevis Singer hallaron en él una inagotable fuente de inspiración. Yendo a lo más reciente, descubrimos en el campo de la novela histórica El secreto de Spinoza, de José Rodrigues dos Santos, publicado por Espasa que, haciendo uso de la ficción literaria, nos acerca una fascinante mirada del pensador. Asimismo, encontramos estudios específicos entre los que podemos mencionar Spinoza: la política de las pasiones, del argentino Gregorio Kaminsky (reeditado por Red Editorial), y la introducción de Nacho Bañeras Spinoza y la no-dualidad. Del cuerpo a la alegría, publicado por Kairós. Sin olvidar el excelente trabajo del historiador Jonathan Israel en su enorme investigación La Ilustración radical, publicado por Fondo de Cultura Económica. Por otra parte, tenemos los ensayos de Antonio Negri, más orientados a la política de izquierda, en Spinoza ayer y hoy, igualmente el curso de Deleuze En medio de Spinoza (ambos editados por Cactus) y del mismo autor Spinoza: filosofía práctica, editado por Fábula Tusquets; si bien varios de ellos no están entre lo más lozano, no por eso pierden vigencia constituyendo obras de consulta inevitables. 

¿Quién fue Spinoza? Spinoza tuvo una corta pero fecunda existencia. Nace en Amsterdam en 1632 y muere en La Haya en 1677. Siendo de origen judío, por sus cuestionamientos religiosos y por sus propuestas originales fue expulsado de su comunidad. En ese tiempo, no tener pertenencia de fe equivalía a no tener identidad. Era como no tener sujeto, ya que este se definía en función al Dios que imaginaba y no en base al yo racional. Sin religión, fue condenado a ser como una entidad vacía. Aun así, prefirió no elegir ningún credo. Decidió vivir como laico, una posición ignominiosa para la mentalidad de su época. Su obra más recordada publicada en vida es el Tratado teológico político, en el cual se respira la simpatía por la libertad y la tolerancia que intentó imponer su amigo el estatúder (lugarteniente) Johan de Witt, asesinado brutalmente en 1672. Spinoza, ante este suceso, llegó a describir el hecho como “el colmo de la barbarie” (el crimen fue retratado magistralmente por la pluma de Alejandro Dumas en su novela El tulipán negro). Pero además acusó a las comunidades calvinistas de utilizar la interpretación de la Biblia para sus fines político monárquicos. Empero, más allá de ello, este texto quizá convierta a Spinoza en el primer exégeta moderno de las Sagradas Escrituras, dando origen a lo que fue luego la corriente de Crítica Textual también conocida como Teología Liberal. 

Sin ninguna duda, su escrito capital publicado en forma póstuma fue Ética demostrada según el orden geométrico. Ya en el título mismo se ve el método a emplear. Presentó su magna obra como si fuese un teorema. En esas épocas no era extraño: tanto René Descartes como Thomas Hobbes o Roger Bacon tuvieron búsquedas parecidas. Galileo Galilei, por ejemplo, creía que la filosofía estaba escrita en la naturaleza, impresa en el universo mismo, y este poseía un lenguaje numérico que, con las claves apropiadas, se podría decodificar. Recordemos que eran hijos del Renacimiento, donde la geometría de Euclides gozaba de cierta fama, y la filosofía buscaba la identidad entre el ser y el pensamiento; por consiguiente, pretendía abandonar el terreno de lo mágico y de las correspondencias anímicas de los elementos buscando ahora el fundamento de lo seguro. Pero tampoco hay que olvidar que eran además vástagos de la escolástica cristiana, basta leer a su principal representante, Tomás de Aquino, para ver la influencia que esta ha tenido en el pensamiento teológico de Spinoza en los albores de la modernidad. Esto se nota en expresiones ya provenientes de la metafísica de Aristóteles como “naturaleza”, “sustancia”, “atributo”, “cambio” y “permanencia”. Otras posibles fuentes quizá fueron los intentos unitivos de Juan Escoto Eriúgena, un teólogo franciscano del siglo IX, quien intentó romper con la dualidad entre Dios y el mundo; o la obra del místico del siglo XVII Jacobo Bohme y su panteísmo, cuando mencionaba que “Dios es lo mismo que la naturaleza”. Algunos más arriesgados han querido ver como trasfondo inspiraciones en la cábala o en las filosofías orientales, pero esto, aunque pudiese ser posible, no está del todo probado. De igual manera, hay algo que diferenciar entre el pensamiento de Spinoza y el abordaje teológico, este último es incuestionablemente trascendente (Dios como “motor inmóvil” está más allá de la naturaleza) mientras que el autor de la Ética crea un universo inmanente, unitivo y puramente matemático. 

‘Ética’, su opus magnum. Spinoza es de lectura difícil, no hay que negarlo, pero trataré de aproximar algunas pautas para facilitar conceptos. Pensemos que la estructura de la Ética es más o menos similar a una serie de axiomas lógicos: contiene entre otras cosas definiciones, proposiciones, corolarios y demostraciones para asegurarse de que todo lo que exponga sea completamente exacto. No es un tratado de moral, más bien versa acerca de la práctica que llevará a la libertad. Divide el texto en cinco partes. La primera es la más abstracta ya que habla de Dios, pero no del Dios de la religión judía o cristiana, ni de Yahvé ni de la Trinidad, sino de un Dios inmanente idéntico a la naturaleza o de una naturaleza unitiva que puede nombrársela como Dios. Es decir, de una sola sustancia. En la segunda parte nos propone infinitos atributos de esa sola sustancia y nos muestra que cuerpo y mente no están separados sino son dos aspectos de una única realidad que cambia de estados por movimientos y reposos. En este sentido plantea un tipo de paralelismo psicofísico. En la tercera nos versa sobre los afectos y sobre la voluntad, que nos llevan a oscilar entre el bien y el mal. En la cuarta parte da las claves de la esclavitud humana ante las pasiones, sean activas o pasivas; y en la quinta y última nos da la premisa de la verdadera libertad omniabarcante, que nos conduce teóricamente a la felicidad. 

La dificultad del cierre es precisamente esta felicidad beatífica y eterna supuestamente alcanzada que nos vincula a una perfección indefinida, o sea, sin principio ni fin. Sin tiempo. No obstante, el hombre es finito, particular, más no desaparece del todo, al morir se reorganizará, pasará a formar parte de otra cosa. Aquí vemos un problema: postula una supervivencia de un ser como parte de otro en integración, pero no la permanencia de su entidad individual. La mosca es comida por la araña, al perecer el insecto pasa a constituir otra masa, este no permanece en su individualidad sino que es solo un cambio de proporciones. Asimismo el hombre: entonces no puede tener felicidad eterna como persona sino como idea en Dios. Al expirar, ¿forma proporcionalmente parte de la “divinidad”? Los comentaristas que han imaginado algún tipo de vida post mortem fueron varios pero el pasaje queda opaco. 

Más allá de estos tópicos, la idea aquí es mostrar que la filosofía de Spinoza sigue siendo de utilidad ante estos momentos plenos de incertidumbre y relatividad. En la modernidad se aceptaba una certeza de suyo que hay que encontrar. Pero hoy las cosas se plantean un tanto diferentes, la pérdida de la efectividad como cimiento seguro es sin duda el extravío del pensamiento lógico en sí y la raíz de la agonía de la Ilustración. A causa de esto, se percibe que estamos a las puertas de una época digital llena de indefiniciones e incógnitas dominada por la llamada “posverdad”. Hoy estamos más conectados que nunca, nos llega la información al instante, en tiempo real, pero en cierto modo, cada vez tenemos menos confianza en lo que percibimos. Razón por la cual la Ética quizá sea más actual de lo que pensamos y tal vez tenga algo importante que decirnos. 

Spinoza y la modernidad líquida. Hay que ser cautos en calificar a nuestra “era de la información” como democrática. Es cierto que la tentación es grande, pues todos podemos acceder a una infinidad de datos que constantemente se generan, siempre y cuando tengamos a nuestro alcance además los soportes correspondientes; sin embargo, como mencionábamos, la cantidad de contenidos y su disponibilidad por sí solos no garantizan el acercamiento a una aseveración sobre algo. El pensador italiano Gianni Vattimo, el apologista de lo “fragmentario”, habló sobre que la multitud de medios de comunicación que hoy existen permiten la virtud de elegir lo que queremos escuchar, y lo que no, descartarlo. Si bien esto es cierto, también sabemos que es un arma de doble filo ya que, así como hay un caleidoscopio de voces y una infinidad de miradas, junto con ellos se produce una desfragmentación de los eventos que termina por convertirnos en espectadores tan sobreinformados que nuestro entendimiento de los acontecimientos corre serio peligro de ahogarse en el océano de la opinión. Quizá previendo esto es que se le atribuye a Friedrich Nietzsche la frase: “No hay hechos, solo hay interpretaciones”. Idea que encajó muy bien con las tesis de Michel Foucault y todo el oleaje posmoderno que luego inundó con enconada debilidad el pensamiento filosófico. En lo personal, creo que los hechos existen, pero también existen una cantidad de versiones sobre ellos, lo que hace que las percepciones se degeneren y se extravíe el acceso seguro a lo real.

¿Es posible tener contacto con lo que entendemos como “verdad”? ¿Cómo superar la subjetividad? Tanto Descartes como posteriormente Immanuel Kant encerraron al sujeto dentro de su mirada, en el seno de su interpretación y, como consecuencia, el mundo externo fue colocado en el enigma de lo extenso, del noúmeno; hoy diríamos “de lo relativo” o “de lo ideológico”. Es precisamente en este lugar donde el pensamiento de aquel humilde pulidor de vidrios del siglo XVII, Spinoza, tiene una asombrosa vigencia, pues provee las herramientas para proponer un orden certero, aquel que rompa con la maraña de pararrealidades que atraviesan nuestros tiempos líquidos restableciendo la esperanza de que el conocer las cosas tal cual aparecen es plausible.

Habíamos dicho que el propósito de la Ética era ayudar prácticamente a que el hombre llegue desde la esclavitud de la cerrazón mental a la libertad de lo real, aquella emancipación que provee el discernimiento genuino alcanzando de esta manera la tan ansiada felicidad. Esto se logra no en la dualidad que disocia el espectro entre objeto y sujeto sino en un “holismo” cognoscitivo que asegure la intuición de la totalidad. En particular, no adhiere a las dimensiones cartesianas (res cogitans; res extensa; res infinita), sino a una sola sustancia. Mente y cuerpo son dos maneras de pensar lo mismo. Dos aproximaciones distintas a una misma realidad. Para entender mejor esta premisa, Spinoza presenta tres géneros de conocimiento con los cuales alcanzar la verdad unitiva. 

El primero es la imaginación. Todos imaginamos, el problema es creernos que esas figuras flotantes son auténticas. Para ilustrar, un escritor puede construir en su cabeza caballos alados, hadas o duendes, esto no es inadecuado, el asunto es no creer en su existencia fáctica. En cambio, si un ebrio ve semejantes visiones y las asume como reales es un tipo de saber inferior, “mutilado”, sin causa, y que hay que superar. En la misma línea entendió Spinoza a los oráculos y a los milagros que describían los profetas en la Biblia. 

El segundo género de conocimiento es el racional. Refiere a la relación de búsqueda y encuentro entre las partes comunes de las cosas. Es la asunción de las leyes patrones que hay en el universo, tanto matemáticas (ideas) como físicas (sucesos, movimientos y reposos), para estar completamente seguros de que no nos estamos autoengañando a través de meros espejismos. De este modo, mediante la razón se eleva al tercer género de conocimiento: el intuitivo. 

La intuición no refiere aquí al juicio que por lo general nos da la psicología, ni a las inferencias puramente mentales, sino a la amplitud de advertir la totalidad. Es parecido al nous en Platón, a la comprehensión inmediata de las ideas que captan la totalidad. Es cuando se logra la salud del espíritu. Las nociones genéricas nos proporcionan el acceso a la naturaleza tal como es, a su alma y, por ende, a la sabiduría de nosotros mismos como dos aspectos de un todo. Es adquirir una visión cada vez más completa de la existencia y del ser que subyace en ella. Es aprehender la esencia misma. Alcanzar la idea eterna de Dios. Este tercer género de conocimiento sigue el mismo orden que la naturaleza en la producción de todas las cosas. O sea que Dios es lo mismo que la naturaleza (Deus sive natura), pero no lo puramente biológico en sí, sino la integridad como completitud. El acceso a la beatitud dotada de un intelecto perfecto. Aquí ya podríamos ensayar una posibilidad de asumir una búsqueda mística de la razón en el corazón mismo de la obra spinozista, como por ejemplo la apertura de la sapiencia zen, lo que daría pie a otra discusión demasiado extensa para abordarla en este momento. Lo importante por ahora es que la propuesta es sumamente práctica y actual. Es colocar la filosofía al servicio del bien común, de la conducta moral y de crear perspectivas serias hacia el futuro que se avecina. 

En otra de sus grandes obras, el Tratado de la reforma del entendimiento, precursor de su Ética, expone justamente que hallar la verdad, y junto con ella la felicidad en comunidad, no es una cuestión de ganar una discusión o de tener la razón desde la mirada subjetiva (lo que nos abriría el camino para pensar los aparatos ideológicos), algo tan difundido en la era de la posverdad, sino que, del enterarse de lo cierto depende lo que luego seremos como personas, nuestra posición en medio de la diversidad del cosmos, en la democracia liberal y, además, de la constitución más íntima del sujeto. 

Necesitamos como “aldea global” crear caminos seguros, certidumbres, orientarnos hacia la construcción de una ética dentro de las diferencias y dirigirnos hacia una meta común. En otras palabras, urge como sociedad construir un sistema de filosofía que nos sostenga ante la vertiginosidad de los cambios, que nos provea de una aceptable seguridad, saber a qué atenernos ante los tiempos líquidos que enfrentamos. Porque sin filosofía las sociedades se hunden. La técnica no es suficiente, hay que pensar cómo usarla de la mejor manera para el bien común. Por ello, ante tal estado de la cuestión donde nos atraviesa el exceso de datos, en el cual los medios de comunicación, si bien no forjan la realidad ya que esta existe por sí misma, construyen percepciones emocionales colectivas sobre ella, regresar a los presupuestos de Spinoza puede ser un puntapié ideal para guiarse en este orbe de alteridades, donde lo virtual está matando de algún modo a los acontecimientos, siendo muy difícil para el acelerado mundo actual el poder ver los hechos como realmente son.