LA ZANAHORIA Y EL PALO DEL MÁS FUERTE

Gaza, el negocio de la “Riviera” y la diplomacia de Donald Corleone

Bajo una frágil tregua, Medio Oriente recibió el anuncio de Trump de que EEUU tomaría el control de la Franja de Gaza y su reconstrucción mientras dos millones de palestinos son “reubicados” en otros países. Mayoritario rechazo a un plan de limpieza étnica.

Spectorovsky: "Donald Trump dejó claro que su visión para Gaza no contempla la existencia de Hamas" Foto: CEDOC

En los primeros 20 días de su segundo mandato, Donald Trump firmó decretos y llevó adelante estridentes acciones y gestos que materializaron algunas de sus más controvertidas promesas electorales.

Los anuncios de aranceles a productos de diversas naciones, incluidos sus vecinos y socios del Nafta, Canadá y México; los arrestos y deportaciones de inmigrantes sin papeles en vuelos que ya han merecido quejas de distintos gobiernos; las presiones sobre Panamá bajo amenazas de retomar el control del estratégico canal interoceánico con fake news incluidas sobre un supuesto acuerdo para que las embarcaciones estadounidenses no paguen canon, a las que el flamante secretario de Estado, el ultraconservador Marco Rubio abonó como algo razonable, son sólo algunas muestras de la dirección tomada.

La mayoría de esas medidas, como también sus repetidas alusiones a la importancia geoestratégica de Groenlandia o el desdén por organismos y tratados internacionales, como la Organización Mundial de la Salud, la Corte Penal Internacional o el Acuerdo de París para enfrentar el cambio climático, cosecharon rechazos y críticas que poco parecieran importar al mandatario republicano. Incluso algunas de ellas tuvieron el seguimiento de entusiastas admiradores del magnate, como el presidente argentino Javier Milei, quien ordenó el retiro del país de la OMS y analiza denunciar también el acuerdo climático; o el salvadoreño Nayib Bukele, quien ofreció a Trump las instalaciones de su “promocionada” cárcel de máxima seguridad para el caso de que las prisiones estadounidenses, incluida la ominosa mantenida en Guantánamo para presos sin garantías, se colmen antes de lo previsto de capturados en las razias contra extranjeros.

En el orden interno, algunas medidas del actual inquilino de la Casa Blanca, como la privación del derecho de nacionalidad a hijos de inmigrantes “ilegales” nacidos en suelo estadounidense, o algunos recortes de gastos que afectan derechos civiles esenciales, han sido frenadas o dejadas sin efecto por decisiones judiciales.

 

Mesianismo global

En el plano internacional, en cambio, la vigencia de un derecho cuyo cumplimiento y coerción están siempre supeditados al poder que ejercen los países más fuertes sobre los débiles se ve otra vez amenazada por posicionamientos de fuerza, con altas dosis de mesianismo, de un liderazgo que se considera legitimado para saltarse reglas básicas en aras de la restauración de un supuesto orden cuya definición le pertenece.

Quizá desde esa perspectiva no debería haber resultado tan sorprendente e insólita la propuesta lanzada esta semana por Trump para la Franja de Gaza, devastada por algo más de 15 meses de bombardeos israelíes lanzados en represalia del cruento ataque que Hamas perpetró el 7 de octubre de 2023.

Sentado al calor del hogar encendido de la mansión presidencial y al lado del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, quien lo visitó en Washington y lo calificó como el más grande amigo y aliado de su país, Trump anunció su propuesta de tomar el control de Gaza e iniciar una reconstrucción que –según él– insumiría entre 10 y 15 años y convertiría a esa región en la “Riviera de Medio Oriente”. Una promesa de prosperidad a la cual inicialmente no estarían invitados unos dos millones de gazatíes, quienes deberían iniciar otra vida en países como Egipto o Jordania, u otros sitios donde serían reubicados.

En la desopilante manera inicial de plantear su plan para el futuro de esta conflictiva franja costera de 45 kilómetros de largo y 10 kilómetros de ancho sobre la margen oriental del Mar Mediterráneo, el hombre que hizo fortuna con los negocios inmobiliarios afirmó: “Seremos dueños de ella y seremos responsables de desmantelar todas las bombas peligrosas sin explotar y otras armas que se encuentren en el lugar”.

 

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“Veo que será una posición de propiedad a largo plazo y que aportará una gran estabilidad a esa parte de Medio Oriente… Imagino a personas de todo el mundo viviendo allí”, alegó el gobernante norteamericano ante una mueca de sonrisa de su ocasional huésped israelí.

Sobre los cientos de miles de gazatíes que, tras la tregua alcanzada el 19 de enero, comenzaron a intentar regresar a sus casas convertidas en escombros, Trump deslizó su plan en la noche del martes y lo ratificó el jueves con matices. “La Franja de Gaza será entregada a Estados Unidos por Israel al concluir los combates. Los palestinos (…) serán reasentados en comunidades mucho más seguras y agradables, con hogares nuevos y modernos en la región. Realmente tendrían la oportunidad de ser felices, seguros y libres”. 

Al dar a conocer su iniciativa ante la prensa el propio magnate se había preguntado de manera retórica: “¿Por qué querrían regresar?... El lugar ha sido un infierno para ellos”. Las sentencias y argumentaciones de Trump no tardaron en cosechar el rechazo de los propios palestinos, del resto del mundo árabe y de actores clave del tablero global como China, la Unión Europea, Rusia, Turquía, Irán, Brasil o la secretaría general de la ONU, que calificaron a la iniciativa como una grave violación de normas del Derecho Internacional, un atropello a garantías civiles y derechos humanos o, lisa y llanamente, de una “limpieza étnica” disfrazada de desarrollo económico.

 

Realidad de ficción

Tratar de presentar la deportación masiva de gazatíes del territorio que habitaban como una oferta de prometida prosperidad en otra parte se pareció más al uso de la intimidación y el apriete que una salida consensuada. La propuesta a los palestinos de mudarse –por al menos un par de décadas– a Jordania, Egipto o Qatar, más allá de la luego pública negativa de estos países a ser parte de ese “acuerdo”, hizo recordar a aquella frase de la película El Padrino: “Le haremos una oferta que no podrá rechazar”. En la célebre trilogía con la que Francis Ford Coppola llevó al cine el libro de Mario Puzo, esa frase es pronunciada por Vito Corleone, encarnado por Marlon Brando, cuando el personaje llamado John Fontane, en la ficción cantante y actor le pide apoyo frente a un productor que le había hecho firmar un contrato esclavizante. Y la repite Michael Corleone (Al Pacino) a Kay (Diane Keaton) cuando le explica los modos de “persuasión” e intercambio de “favores” que rigen en su familia.

La visión de la Franja de Gaza como “una valiosa propiedad frente al mar” no es nueva y ya había sido manifestada en 2024 por Jarred Kushner, esposo de Ivanka Trump y artífice de que la hija mimada del magnate se convirtiera años atrás al judaísmo. El yerno de Trump, quien en el primer mandato del excéntrico líder republicano hizo las veces de asesor en materia internacional y propició una iniciativa de paz para la región rechazada de plano y considerada ofensiva por los palestinos, sugirió como salida reubicar a los gazatíes en el Neguev.

Algunas voces suman al interés por el “desarrollo inmobiliario”, o la ubicación estratégica de esta porción de tierra y mar, posibles riquezas hidrocarburíferas que alentarían esta intervención estadounidense que el propio Trump promete que se haría “sin soldados”, rechazando versiones iniciales acerca del posible desplazamiento de unos 10 mil efectivos.

Más allá del remanido uso del palo y la zanahoria para ejercer su poder e influencia a lo largo de la historia por parte de gobiernos de diferente signo en Estados Unidos, el plan de Trump suma tensión en una región donde rige un precario cese del fuego y demasiadas hipótesis de conflicto.

 

¿Leña al fuego?

“Es una idea extraordinaria que debería ser examinada, impulsada y realizada porque creo que abrirá un futuro diferente para todos”, opinó Netanyahu, el controvertido premier que por más tiempo ha gobernado a Israel en su historia.

“No necesitamos de ningún país para que dirija Gaza y rechazamos que se reemplace una ocupación por otra”, sostuvo en cambio Hazem Qasem, vocero de Hamas. 

El presidente egipcio, Abdel Fatah al Sisi, advirtió que la deportación masiva de gazatíes llevaría a su país a revisar incluso el acuerdo de paz que firmó con Israel hace medio siglo y algo similar dejó entrever el rey Abdalá de Jordania. Turquía advirtió sobre la inestabilidad que podría plantear esa “reubicación” aunque se la disfrace de “voluntaria”, Arabia Saudita enfatizó que no establecerá relaciones con Israel sin un Estado palestino independiente, y el canciller iraní propuso “trasladar a los israelíes a Groenlandia” y dejar a los palestinos en Gaza.

Los gobernantes de Alemania, Francia y España, entre otros de Europa, fustigaron la propuesta de Trump como una violación de derechos inaceptable que atentaría contra cualquier esfuerzo por la paz en la región. Más cerca de Argentina, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, le recordó a Trump que fue elegido en noviembre pasado para gobernar Estados Unidos, no para gobernar el mundo.

 

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Mientras, desde la devaluada Autoridad Nacional Palestina que preside Mahmud Abbas en Ramallah, Cisjordania, el portavoz Nabil Abu Rudeina sintetizó el pensamiento de su pueblo de modo tajante: “La Franja de Gaza pertenece a Palestina, con su tierra, su historia y sus lugares sagrados. No está a la venta y no es un proyecto de inversión”.

Los ideólogos de la “Rivera de Medio Oriente”, sin embargo, pregonan que todo tiene su precio y que en su mundo, regido por las leyes del mercado y con cada vez menos preponderancia de los estados, a quienes se interpongan en el camino les llegará en su momento una oferta que no podrán rechazar.

El negocio de la destrucción de las bombas y la reconstrucción por empresas amigas ya se vio a comienzos de este siglo en Irak, como en tantos otros sitios antes. Más allá de las ingentes sumas de dinero que se mueven en torno a cada conflicto, pacificar o democratizar países o regiones es mucho más complejo. Los 1.210 muertos por la incursión terrorista de Hamas en el sur de Israel, a los que deben agregarse 250 rehenes, y los casi 48 mil muertos, en su mayoría civiles, por la posterior ofensiva israelí en la Franja, debieran ser más que suficientes para exigir liderazgos que no banalicen las tragedias.