Cómo las olas de calor podrían amenazar la continuidad educativa
Los desafíos de adaptarse a un clima en constante transformación nos llevan a cuestionarnos: ¿está la educación preparada para responder a esta realidad de cambios climáticos continuos?
En lo que va de 2024, el planeta ha experimentado una serie de fenómenos climáticos extremos que afectan cada aspecto de la vida humana: Tormentas e inundaciones devastadoras, incendios forestales incontrolables y olas de calor sin precedentes que azotan regiones enteras. Estos eventos no sólo representan una amenaza directa para la salud y seguridad de las personas, sino que también alteran profundamente el funcionamiento de las comunidades, afectando de manera especial a las escuelas y las trayectorias educativas de millones de estudiantes.
Los desafíos de adaptarse a un clima en constante transformación nos llevan a cuestionarnos: ¿está la educación preparada para responder a esta realidad de cambios climáticos continuos?
Meses atrás publiqué un artículo en el que alertaba sobre la falta de preparación de los sistemas educativos en general, para enfrentar olas de calor extremas. Hoy, las proyecciones climáticas confirman que 2024 podría ser el año más caluroso registrado en la historia del planeta y esto se profundizaría el año que viene.
En efecto, estamos ya experimentando temperaturas extremas cuando aún resta un mes y medio para cerrar el ciclo lectivo. Este contexto nos lleva a una pregunta inevitable: ¿qué están haciendo los sistemas educativos para adaptarse a un clima cada vez más adverso y preservar la continuidad del aprendizaje?
No estamos listos para enfrentar crisis que nos exigen apartarnos de lo cotidiano, ya sea por pandemias, fenómenos naturales o, como en este caso, episodios climáticos que imposibilitan el funcionamiento normal de las escuelas. Las políticas educativas suelen responder a problemas urgentes del día a día, pero carecen de una visión a largo plazo que anticipe los riesgos venideros. La falta de planificación y de un análisis de contexto profundo nos deja vulnerables, con escuelas, docentes y estudiantes sin herramientas adecuadas para hacer frente a una interrupción prolongada de la educación presencial.
En un mundo cada vez más afectado por el cambio climático, se vuelve crucial repensar la educación. Los sistemas educativos continúan enfocados en ajustes metodológicos convencionales, ignorando la necesidad de un análisis contextual y preventivo que facilite la continuidad educativa en escenarios de aislamiento social o ante fenómenos extremos que imposibilitan la asistencia a clases. Este enfoque desactualizado expone a nuestras instituciones, dejando a estudiantes y docentes sin alternativas efectivas para seguir adelante en situaciones de emergencia.
Es imperativo que las escuelas y los gobiernos estén preparados para una rápida transición hacia modelos de enseñanza híbridos, combinando los beneficios de la educación presencial con modalidades de educación domiciliaria sea virtual o con formatos analógicos. Esto no es sólo una opción en tiempos de crisis, sino una estrategia para fortalecer la resiliencia del sistema educativo en su conjunto. La planificación para emergencias debería ocupar un lugar central en la gestión educativa, incluyendo planes de contingencia bien detallados que abarcan desde la preparación previa hasta la fase de recuperación postcrisis.
Es necesario actuar ahora. Las instituciones educativas, los gobiernos y las comunidades deben colaborar para establecer un sistema capaz de adaptarse inteligentemente a los distintos contextos de riesgo climático. Esto significa asegurar que, en caso de interrupciones escolares provocadas por olas de calor u otros fenómenos extremos, el aprendizaje y la trayectoria educativa de nuestros estudiantes no se vean comprometidos.
Ante la certeza de un clima que continuará presentando desafíos extremos la educación necesita evolucionar. No se trata solamente de adaptarse a nuevas temperaturas, sino de rediseñar nuestras políticas y métodos para preservar y fortalecer el aprendizaje, protegiendo la salud y el bienestar de la comunidad educativa. La resiliencia debe ser el pilar que permita a las futuras generaciones continuar aprendiendo en un mundo donde el cambio climático ya no es una amenaza futura, sino una realidad urgente que nos toca enfrentar.
(*) Doctor en Pedagogía
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