SOBERANÍA ESPACIAL

Carlos Menem y Elon Musk: pioneros de la industria satelital privada

El expresidente y el magnate dueño de SpaceX rompieron barreras en la industria satelital y redefinieron la soberanía espacial.

. Foto: CEDOC PERFIL

En los años ‘90, Argentina vivió una revolución disruptiva que rompió paradigmas. Mientras el mundo veía a las grandes potencias financiar satélites nacionales con fondos estatales, un país del sur, liderado por un presidente visionario, optó por otro camino. Carlos Menem, junto a su ministro de Economía, Domingo Cavallo, a sugerencia mía como flamante Subsecretario de Comunicaciones, decidió que la soberanía espacial argentina se conseguiría con inversión privada y de riesgo.

Esta decisión posicionó a Argentina, a través del satélite Nahuelsat, como país pionero en la industria satelital privada en América Latina, adelantándose a la lógica estatista que había caracterizado a los países de todo el continente incluidos Canadá, Brasil y México.

Lo que Menem hizo con Nahuelsat en los ‘90 fue una proeza comparable a lo que Elon Musk haría años después con SpaceX. Ambos líderes comprendieron que la innovación en el espacio no podía depender solo de fondos estatales y burocracia, sino que debía aprovechar el dinamismo y la eficiencia del sector privado. Y, en ambos casos, enfrentaron una resistencia significativa por parte del establishment.

Rompiendo el monopolio satelital de INTELSAT 
En aquel entonces, el mercado satelital estaba dominado por Intelsat, fundado por el Presidente John Fitzgerald Kennedy, un consorcio de países que funcionaba como un monopolio virtual sobre las telecomunicaciones en América. Sólo un hombre se había atrevido a desafiar esta hegemonía: el estadounidense René Anselmo, fundador de Panamsat.

Con esa referencia en mente, la subsecretaría de comunicaciones  decidió ir por más, asegurando que Argentina tuviera su propio satélite, pero con una particularidad que rompía moldes: sería financiado enteramente con inversión privada. Tenía el total y decidido respaldo del Presidente Menem y del Ministro Cavallo y un eficiente equipo dirigido por Jose Luis Palazzo y Jose Sanchez Elia, de la Comisión de Comunicaciones.

Brasil con Brasilsat, México con Morelos Sat y Canadá con Telesat habían optado por modelos de financiamiento público, pero la Argentina de Menem optó por el riesgo, por la apuesta a una industria innovadora y privada. La visión de Menem fue clara: los satélites eran demasiado importantes para dejarlos solo a los burócratas.

Nahuelsat: ¡argentinidad al palo!
En 1991, con Argentina recién salida de la hiperinflación y en medio de un programa de privatizaciones, la construcción y lanzamiento  de un satélite nacional parecía una quimera. El gobierno de Menem había intentado inicialmente licitar un satélite con financiamiento estatal (decreto 1095/91), pero la realidad económica no lo permitía. A pesar de los esfuerzos técnicos de los ingenieros Miguel Pesado, Humberto Ciancaglini y el Dr. Manuel Augusto Ferrer, máximo experto nacional en derecho espacial.  Fue así que se optó por un cambio profundo de rumbo, y mediante el decreto 466/92 se decidió el nuevo camino: que el financiamiento sería exclusivamente privado.

El plan de la Subsecretaría de Comunicaciones establecía con claridad los pasos: se adjudicaría el Sistema Nahuelsat a un consorcio privado a través de una licitación internacional abierta a todas las tecnologías mundiales. Finalmente, ganó un consorcio europeo con accionistas argentinos y uruguayos, y con la participación de algunas de las principales empresas satelitales del mundo: Daimler-Benz Aerospace (Alemania), Aerospatiale (Francia), Alenia Spazio (Italia), junto con Publicom (del Grupo Telecom Argentina), el Grupo Bapro (Banco de la Provincia de Buenos Aires), el Grupo Bemberg y ANTEL, la empresa estatal de telecomunicaciones de Uruguay,  ganando al otro consorcio integrado por los poderosos grupos SOCMA (Grupo Macri)  y Prima (Grupo Clarín). Este detalle rompe el mito de la "no argentinidad" del Nahuelsat.

Fue el más argentino de los satélites, ya que con el dinero de inversores locales y extranjeros resolvió un problema práctico de demanda insatisfecha, convirtiéndose, de alguna manera, en una competencia directa a Telecom y Telefónica, las dos grandes empresas de telefonía básica de la época. Es oportuno aclarar que el nombre “Nahuel” es una palabra de origen mapuche que significa “Tigre”. Era el nombre histórico que obviamente se respetó. En un hecho inédito, los principales accionistas del Consorcio perdedor felicitaron los resultados de la Licitación a pesar de sus propias expectativas de ganar.

La primera señal satelital argentina
Argentina realizó, como tituló el diario La Nación, la "primera señal satelital argentina" de telecomunicaciones, logrando una inversión privada de 300 millones de dólares. El Consorcio Nahuelsat construyó, tal como lo exigía el pliego de licitación, la Estación Terrestre TTC (Telemetría, Telemando y Control)  en Benavídez, Provincia de Buenos Aires, que hoy es la sede de ARSAT. De hecho, esa sede de Arsat es hija dilecta del Satelite Nahuel.

En una ceremonia solemne en la Casa Rosada, en el Salón Blanco, el Presidente Carlos Menem firmó el decreto 466/92, que aprobaba el contrato de adjudicación el 4 de febrero de 1993. En su alocución, destacó la importancia histórica del momento: "Uno no se puede sustraer de participar, creo yo, de un acto histórico en lo que hace a la era de las comunicaciones y telecomunicaciones en la República y en Latinoamérica". Fue un momento de triunfo para Argentina, y Menem se aseguró de destacar que se trataba de un logro alcanzado sin un solo peso del estado.

Meses después, ya en un evento enorme, se realizó la primera transmisión del sistema satelital transitorio, Paracomsat, mientras se construía el satélite Nahuel  definitivo.

En ese trascendental acto, el Doctor Bartolomé Mitre, como Presidente de la UTE del Sistema Transitorio de Satélites ParaComsat, afirmó: “El acto al que vamos a asistir, que consiste en la primera señal del sistema doméstico satelital, que fue más de una década aspiración común de nuestra gente, tiene una alta significancia en nuestra trayectoria histórica”,  agregando que “hoy, la República da un salto tecnológico que, en esta materia, se pone al frente en el ámbito de América Latina” y luego, entre otros conceptos destacó: “Al cabo de una licitación loable por su transparencia y de un trámite intachable, el gobierno acaba de adjudicar el sistema satelital argentino a la Unión Transitoria de Empresas“. Fueron muy reconfortantes esas palabras del Director de La Nación para todo el equipo que llevamos este proyecto a su concreción.

Una historia de cancelación y revisionismo
Sin embargo, esta historia de innovación y de éxito fue luego víctima del revisionismo ideologizado. En los años siguientes, bajo el largo periodo de gobiernos demagógicos y populistas, hubo un esfuerzo deliberado de “cancelación” de las obras gubernamentales de  los 90, borrando del relato la enorme proeza que fue lograr que los privados financiaran un satélite argentino.

El Nahuelsat fue el primer satélite de telecomunicaciones argentino que ocupó los puntos orbitales (en este caso, el punto orbital 71,8° Oeste), primero con los satélites transitorios y luego con el lanzamiento del propio Nahuelsat, que incorporaba la última tecnología y era el único que cubría todo el territorio nacional.

Los antecedentes satelitales nacionales eran el L.U.SAT, primer satélite argentino, para complemento de las redes de radioaficionados, y el VICTOR  (pSAT), un satélite de investigación lanzado con gran esfuerzo por los extraordinarios ingenieros y expertos del Instituto Universitario Aeronáutico de Córdoba, con el decidido apoyo del Gobernador Ramon Mestre y su secretario de Ciencia y Tecnología Marcelo Rubio.

Luego vino el modelo del "Estado presente", que con el dinero del pueblo argentino contrató y lanzó dos satélites a un costo de 300 millones de dólares cada uno (aclaro que el Satélite Nahuel tuvo una inversión privada de 250 millones, más 50 millones para los dos transitorios).  La pregunta que se debería plantear era inevitable: ¿por qué se descartó la inversión privada, cuando la experiencia argentina había demostrado que era viable? Brasil y México aprendieron de la experiencia argentina y continuaron con modelos privados.

En cambio, el modelo estatista en Argentina dejó a miles de localidades sin que se controlara el estado de funcionamiento de los SSPLD, los teléfonos semipúblicos de larga distancia, inaugurados en los 90 (aproximadamente 3.000), sin utilizar adecuadamente el FSU para financiar el acceso a las localidades con dificultades de conectividad. Esto perjudicó a millones de estudiantes durante la pandemia del COVID-19 y frenó el despliegue rural de 4G y de redes móviles en rutas, lo cual ralentizó  el desarrollo de tecnologías como el IoT para la trazabilidad logística, ganadera y agrícola. Se priorizaron “inversiones” que tienen un difuso  plan de negocios.

Dejemos aparte la red de fibra óptica, la REFEFO, que luego gracias a la gestión de Arsat  del Gobierno de Macri la enorme red, ya instalada, se puso en funciones en varias áreas, beneficiando a muchas localidades aunque ensamblada a SAPEMs provinciales o  interconectada con eficientes empresas privadas.

El nuevo modelo populista  y para los servicios de telecomunicaciones se dedicó a probar suerte en una industria tan sofisticada como la satelital, con el dinero que pagan los trabajadores argentinos a través del Fondo de Servicio Universal (FSU), un impuesto del 1% de la facturación de la industria de las telecomunicaciones. Este fondo es financiado, entre otros, por trabajadores rurales, obreros de la construcción, jóvenes y niños de zonas empobrecidas, personal de servicio, guardias de seguridad privada, comerciantes, pymes, agricultores y profesionales. En un país con tantas necesidades básicas no cubiertas, este modelo estatista se dedicó a inversiones que bien podrían haber sido financiadas por el sector privado, como en los años 90.

Menem en los ‘90 y Elon Musk en esta era, demostraron  que “zapatero a tus zapatos” es una sana regla.

Elon Musk y el paralelismo inesperado
Décadas después, Elon Musk entraría al escenario global con SpaceX, desafiando al establishment espacial y demostrando que la innovación en el espacio no debía depender únicamente de los grandes consorcios y los fondos gubernamentales. Musk, como Menem en los ‘90, se dio cuenta de que la burocracia era un freno para la verdadera innovación. Decidió tomar riesgos, invertir capital privado y mostrar al mundo que las barreras del espacio podían romperse con ambición y audacia. Un verdadero héroe.

Musk, al igual que Menem, también enfrentó el escepticismo del sector. Las voces críticas eran muchas, y no pocos le auguraban el fracaso. Pero, tal como ocurrió con Nahuelsat, el proyecto prosperó, y SpaceX terminó por redefinir cómo la humanidad explora el espacio. Al igual que Menem, Musk comprendió que la soberanía tecnológica pasa por el control privado y eficiente de los recursos espaciales.

NAHUELSAT, la estrella que alumbró desde Argentina
La historia de Nahuelsat merece ser contada, no solo porque fue un éxito tecnológico, sino porque mostró al mundo que, incluso en tiempos de restricciones económicas, la innovación es posible si se tiene la voluntad de arriesgar. Fue una lección que países como Brasil y México eventualmente aprendieron, optando luego por inversiones privadas en sus propios programas satelitales.

Hoy, los satélites de órbita baja (ya regulados en 1996 por la secretaría de comunicaciones) de empresas como SpaceX, ahora, y pronto Amazon (Kuiper), OneWeb y seguramente otras de origen chino, están revolucionando las telecomunicaciones globales garantizando la plena cobertura de acceso de banda ancha a todo el territorio nacional, cuestión que a la fecha ARSAT, con los casi 1.000 millones de USD ya erogados por los satélites estatales, está lejos de lograr.  Argentina también tiene la oportunidad de ser parte de esta nueva era, pero sólo si vuelve a adoptar el espíritu pionero que Menem mostró con Nahuelsat.

Un espíritu que desafía a la burocracia, que busca el riesgo y que apuesta por el futuro. De hecho, los satélites SAOCOM (1A y 1B), de inversión estatal para el monitoreo del mar territorial argentino, son útiles y exitosos con el aporte extraordinario de la CONAE, demostrando que hay tareas y misiones en donde el estado tiene roles claves que cumplir y que lo puede hacer utilizando la extraordinaria capacidad tecnológica y científica de nuestros expertos. Se está diseñando una nueva familia de satélites científicos que seguramente serán muy útiles para nuestra patria. La CONAE, creación del Presidente Menem, es una perla en el firmamento de la innovación.

Carlos Menem, René Anselmo y Elon Musk, cada uno en su tiempo, demostraron que los satélites de telecomunicaciones para prestar servicios son demasiado importantes como para dejarlos en manos de burócratas estatales que ni siquiera saben cómo hacer un plan de negocios o buscar financiamiento en el mercado. Son todos guapos con la plata del Estado. Nahuelsat y sus socios argentinos—y no hay nada más argentino que un extranjero que arriesga su capital en nuestra patria—le dieron a Argentina una estrella propia que alumbró el territorio nacional con sus comunicaciones. Menem lo hizo.

* Ex Secretario de Comunicaciones de la Nación

Fuentes:

Decreto 2061/1991 Infoleg

Decreto 466/1992 Infoleg

Decreto 153/1993 Infoleg

Nota Periodística. “Primera señal satelital argentina” La Nación. 2 de junio de 1993

Nota Periodística. “El satélite Nahuel al espacio” La Nación, 31 de enero de 1997

Nota periodística. “Nahuel 1, el primer satélite privado de la región” La Nación, 15 de mayo de 1998.