Zurdos por la vida
Más allá de la hibridez de las categorías impuestas en la Revolución Francesa, vapuleadas por el uso y el tiempo, y del clisé que dicta que en la juventud uno es zurdo para darse vuelta de grande, el furor derechista mundial no sólo está hecho de fantoches como Elon Musk, y atrae a gente inteligente. Sus polémicos referentes intelectuales, nuevos y viejos –Evola, Benoist, Yarvin– son refutados y ensalzados desde orientaciones políticas diversas. Salvo excepciones, los pensadores de izquierda, en cambio, no tienen ideas seductoras para aquellos que históricamente el movimiento representó. Cuando hablo con amigos y colegas que se han vuelto de derecha, soy frecuentemente acusada de zurda, pese a que no me siento así. Pero es cierto que, alimentado, no por la narrativa izquierdista, sino por la clásica fantasía de la situación límite, un pequeño zurdo habita en mi interior.
Si un grupo de gente cae en una isla tipo la de Lost, los recursos destinados a preservar la vida, como agua y comida, se racionalizarán según principios igualitarios; el sistema vigente no será el de la libre oferta y demanda, sino el comunismo puro y duro. Tal vez esta escena que, si bien experimentada por pocos es conocida por muchos, haga que algunos, aun viviendo o aspirando a vivir como burgueses, sigamos siendo un poco zurdos. Como un dogma, o un mito primitivo, la imagen de ese grupo de varados en una playa, un desierto, un bosque o una montaña, impide que podamos tirarnos de cabeza, del todo y sin culpa, hacia el capitalismo. Aunque no hay que olvidar que, cuando se acaban los recursos, los varados terminan comiéndose unos a otros.
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