Yupanqui en movimiento
Como con la biografía de varios argentinos que llevaron una disciplina a la cumbre (Borges, Maradona), la de nuestro máximo referente del folclore tiene mucho para dar. Quizá demasiado. Desde que decide, a los 14 años, firmar sus poemas como Atahualpa Yupanqui hasta su muerte, en Nimes, a los 83, acumula experiencias que no pueden requisarse con justicia en un documental. Aunque parezca fácil, hablar sobre una figura de tamaña envergadura no lo es.
La fama o el prestigio no simplifican nada, sino que abren infinitas puertas. Su obra copiosa e influyente, admirada y censurada, motivo de polémicas y disputas con colegas, tampoco se puede contar en poco tiempo. Federico Randazzo Abad entendió perfectamente la insensatez de abarcar lo inabarcable y armó, con Fernando Krapp y Germán Sarsotti, un guion centrado sobre todo en los viajes. El contexto, por lo tanto, nunca es el mismo, no hay previsibilidad espacial de una escena a otra. Atahualpa Yupanqui, un trashumante da la impresión de viajar por donde quiere, desde el modesto departamento de París en el que el artista vivía solo, rodeado de libros y guitarras, a sus largas estadas en Japón, donde llegó a ser protagonista de mangas e inspirador de cosplayers.
Yupanqui funciona como un guía que, yendo de un lado a otro, se da a conocer, al tiempo que sirve como testigo y testimonio de su época. Con él recorremos nuestra geografía salvaje y el desierto marroquí, gracias a él vemos el Luna Park ¡lleno de verdaderos comunistas adorando una imagen gigante de Stalin! En esta movilidad constante radica la gran riqueza de la película. ¡Los que no llegaron a verla en cines rueguen por encontrarla en alguna plataforma!
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