Volver a Saló
Eludiendo la fiebre por los podcasts de calidad variable y las biopics traccionadas desde las plataformas de entretenimiento, di con Saló de ayer a hoy (2002), documental dirigido por Amaury Voslion, que había escapado de mi radar. Con maravilloso material de archivo y entrevistas a Ninetto Davoli, Hèléne Surgère, Juean-Claude Biette, entre otros, se concentra en el detrás de escena de la última película de Pasolini. Muchas son las cosas que llaman la atención, como la liviandad con la que los jóvenes actores encararon el rodaje y la posterior perturbación que sintieron al ver el film en pantalla, o las apreciaciones políticas de Ninetto. Pero diría que lo más jugoso está en los nuevos sentidos que puede cobrar una película en la que las ideas del gran maestro de cine, poeta e intelectual italiano sobre el fascismo tienen menos que ver con el período mussolineano que con el futuro. Como sabemos a partir de sus escritos, ya en la década del 70, estaba más interesado en mostrar la mutación de los cuerpos en commodities, entendiendo al fascismo como un movimiento reconvertido en algo muy diferente al de los años de las camisas negras, en alguna consonancia con lo que décadas después plantearía Godard en Film Socialiste.
Durante una entrevista que le hice para este medio, el filósofo italiano Diego Fusaro dijo que “Pasolini notó mejor que cualquier otro que el capitalismo pasó de su variante burguesa y autoritaria al nuevo capitalismo líquido de la civilización del consumo, basado en el individualismo hedonista y en la demolición de toda figura del límite y de la autoridad”. Es cierto: al volver Saló, reconfirmamos que el tano la vio antes y más claro y, ¡lo mejor!, que pudo sintetizar cinematográficamente esa visión adelantada. Su obra más revulsiva funciona, casi cincuenta años después, como una advertencia sobre las mutaciones de las élites que se reactualizaron sobre la base del consumismo vacío, la disolución de las jerarquías tradicionales y el control social irrestricto. Volver a Saló, dedicada, en palabras del propio Pier Paolo, a todos lo que como él “detestan el poder por lo que le hace al cuerpo humano: la reducción a la cosa, la anulación de la personalidad” es una forma cruel, pero paradójicamente vital de entender el presente.
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