Vacunagate: la pandemia de pánico
Esta no es la primera pandemia que sufre la humanidad ni será la última. Pero sí es la primera pandemia transmitida en vivo. Y también es la primera pandemia global de pánico.
En 1957 Fernando Savater tenía 10 años y vivía en San Sebastián. Sabía que en su pueblo morían personas por una extraña gripe, pero no que se trataba de una pandemia planetaria por la que moriría casi el 0,04% de una población mundial de 2.800 millones de habitantes.
El filósofo español recordó aquella “gripe asiática” en un reportaje reciente con Jorge Fontevecchia: “Hoy sufrimos por todo lo que ocurre en el mundo. Cuando vemos una catástrofe en la otra punta del planeta, lo sentimos, vemos imágenes, aumenta nuestro estrés. Esta enfermedad ataca la parte social, las relaciones, nos aísla, nos hace temer… Tiene un impacto mucho mayor que la simple enfermedad y nos está destruyendo”.
Aquel 0,04% de muertos por la gripe asiática representará, probablemente, el mismo porcentaje de la población que morirá cuando termine la pandemia del covid. Quizá ahora sea menor si la vacunación se acelera. Pero a diferencia de otras pandemias, la del coronavirus es seguida en directo desde el momento en que el virus salió de Wuhan hasta los 2 millones y medio de fallecidos actuales.
Por eso, esta no es la primera pandemia que sufre la humanidad ni será la última. Pero sí es la primera pandemia transmitida en vivo. Y también es la primera pandemia global de pánico.
“Peligro de muerte”
Los casos de vacunaciones de privilegio surgieron en muchos países antes de llegar a la Argentina. Fueron funcionarios, políticos oficialistas y opositores, celebridades, que aprovecharon su posición y luego soportaron el escarnio público y, eventualmente, alguna complicación legal. Todos sabían a lo que se arriesgaban cuando se vacunaban antes de lo que les hubiera correspondido. Pero en la decisión pesó más el miedo a la enfermedad que las consecuencias de lo que hacían.
52 mil muertos por covid más que los 64 que morían antes por enfermedades respiratorias similares
El escándalo en la Argentina llegó recién ahora. Quienes se vacunaron en situación de privilegio ya sabían que la opinión pública estaba sensibilizada y que había fuertes chances de pagar un alto costo social. Aun así, decidieron enfrentar ese riesgo. El miedo al covid pudo más que el miedo al escarnio. Muchos de ellos sintieron más temor por esta pandemia que por haber enfrentado situaciones más difíciles a lo largo de su vida.
Horacio Verbitsky fue quien reveló su propio caso y después pidió disculpas. De joven fue montonero y militó en la clandestinidad. En democracia, denunció la corrupción menemista y, ya cercano al kirchnerismo, no tuvo problemas en enfrentarse abiertamente con una parte de los medios y de la sociedad. Lo hizo siempre desde un lugar de relevancia ética y de compromiso ideológico con el bien común.
Que ahora tenga 79 años y esté rodeado por nueve familiares que se enfermaron (uno falleció) quizá lo volvió más vulnerable, y su temor a esperar como cualquiera su turno de vacunación (en la Ciudad de Buenos Aires es a partir de los 80 años y recién comienza) fue más fuerte que el riesgo al escándalo mediático que sobrevendría.
Puede que haya algo de eso mezclado con lo que, a veces, son solo torpezas graves. Pero no creo que sea solo eso.
Entre los nombres que se conocieron hay políticos que enfrentaron a la dictadura, empresarios aguerridos, un periodista que investigó años a Yabrán cuando nadie se atrevía y un sindicalista pesado como Hugo Moyano.
¿También ellos se hicieron vulnerables ante lo que creían un peligro inminente de muerte? ¿El miedo les hizo perder de vista los costos a pagar?
Comparaciones
Lo que más sorprende del Vacunagate no es confirmar que hay gente que se cuela en las filas (en una encuesta en la última edición de Noticias, el 22% reconoce que haría lo mismo), sino que tantos personajes públicos hayan considerado que enfrentaban un “peligro de muerte” tal que justificaba un acto éticamente criticable y socialmente costoso.
En la Argentina ya hubo 52 mil muertes por covid y hoy casi todos conocemos personas cercanas que perdieron la vida y otras que lograron sobrevivir con grandes pesares y secuelas. Los especialistas afirman que esa cifra representa el 98% de los fallecidos totales por afecciones respiratorias.
Antes del coronavirus, la última cifra oficial sobre muertes anuales por problemas respiratorios fue de 64.800 personas. ¿Por qué los 52 mil muertos por covid resultan más aterradores que los 64.800 muertos por otros virus respiratorios?
Una primera respuesta lógica es que el covid tiene mayor letalidad y que si hasta ahora no se produjeron más víctimas es por la conciencia sanitaria para combatirlo. También se podría agregar que el covid es una enfermedad nueva cuyo final se desconoce.
Cambió el concepto sobre la muerte que rigió hasta el siglo XX. Las elites reflejan bien el nuevo miedo global.
Pero igual llama la atención que los alrededor de 60 mil muertos anuales por virus respiratorios nunca produjeron nada parecido al ataque de pánico actual. No hay datos oficiales sobre muertos totales en 2020, pero se presume que no serían más de los 330 mil de cada año.
Miedo global
Pienso que entre la pandemia de la niñez de Savater y la pandemia actual lo que pasó es la posmodernidad primero y la hipermodernidad después. Cambió el valor de la vida.
Las dos grandes guerras del siglo XX provocaron más de 100 millones de muertes y varios millones más cayeron en otras guerras y en las guerras de guerrillas. En este siglo siguió habiendo enfrentamientos armados y líderes extremos como Kim Jong-un o Trump, pero las sociedades ya no aceptan mandar en masa a sus hijos a morir en una guerra. Ni los jóvenes están dispuestos a entregar su vida para cambiar el mundo.
Y ahora, por primera vez, se alinearon condiciones sociales, de conectividad, económicas y educativas para que, a ese cambio de época sobre el valor de la vida se le sumara el pánico sobre la posibilidad de la muerte.
Socialmente, estamos cruzados por una hipermodernidad que mezcla los valores hedonistas y agnósticos de la posmodernidad con el temor a un mundo inestable que generó tres grandes paranoias: el miedo al otro, a las enfermedades desconocidas y a una crisis financiera repentina y global.
A eso se le agrega el boom de la conectividad virtual y el vértigo informativo que volvió cercano aun lo de más lejos, la educación que hace que se acepte mejor la prevención sanitaria, y el designio de época de que, gracias a la ciencia, depende de nosotros evitar las enfermedades y conseguir vivir más.
Elites
En mayor o menor medida, todos estamos atravesados por esos cambios de paradigmas, pero son las elites las que están más imbuidas por la hipermodernidad, las más interconectadas, educadas y conscientes de los peligros. Son ellas las que tienen más miedo a perder y, a la vez, las que más posibilidades tienen de obtener alguna ventaja sobre los demás. Son las que protagonizaron los Vacunagate en cada país.
Esas elites reflejan bien al miedo global que impulsó, también por primera vez en la historia, a poner a la economía en estado de coma artificial para frenar un virus.
El pánico no es un justificativo de aquellos que hicieron lo que no debían.
Ante la misma situación de miedo, otros, como la semana pasada contó en PERFIL Beatriz Sarlo, optan por hacer lo correcto.
El pánico global es una realidad y es la otra pandemia que recorre el mundo.
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