opinión

Unidad para tragarse sapos

Axel Kicillof, Cristina Kirchner y Máximo Kirchner Foto: Collage

Sinónimo de “unidad, unidad, unidad” en el peronismo: tragarse sapos. Es una reconocida traducción histórica. Axel Kicillof recomendó esa conveniencia gastronómica y partidaria hace 48 horas, aplicada a sí mismo en varias oportunidades, luego de sus últimas y caldeadas entrevistas con Cristina de Kirchner. Sin embargo, reacio a empalagarse el gobernador con la cantidad de batracios que trataba de imponerle una dama enfurecida en el menú de la “unidad”. No es la misma que él propone. El estómago del “chiquito” se resistió a pronunciárse a favor de la candidatura de ella en la interna  del Partido Justicialista. “Todo much” de sapos, como decía la gran jefa, quien en una desesperada agresión oral lo convirtió en un Judas Iscariote por su dilación y rebeldía. Nunca fue sometida a tamaña desobediencia, menos de quien creía tener escriturado.

Para Kicillof, “unidad” significa no empaparse con una sola lista en las elecciones partidarias del mes próximo, aunque en apariencia no sea de fuste el rival riojano, Ricardo Quintela, de Cristina, para quien “unidad” es sumisión y verticalidad a su designio, no competencia, de ahí el reproche bíblico a su exministro de Economía plagiando a Javier Milei cuando apela a citas de Moisés. Jamás debió imaginar que se le rebelara su pupilo preferido. Pero “la gente vota gente”, admite Kicillof, paso el tiempo de los institutos, sea el Patria o el PJ. Por otra parte, el gobernador se presenta más enlazado con el pasado que su maestra, sea en el cumpleaños de Perón o en el aniversario por el 17 de octubre: le gusta adherir a los símbolos, sea una fotografía o la marcha. Mientras, ella, en cambio, se rehusó a esas tradiciones y como dijo su ministro más apreciado, Aníbal Fernández: “métanse la marcha en el culo”. No todo pasa en la memoria colectiva.

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Además, se advierte una falta de coincidencia en los intereses personales de los dos: a Kicillof no le preocupa el partido, debe considerarlo un cascarón apenas para enmascarar una candidatura presidencial en 2027 que necesariamente debe concurrir a comicios con otras agrupaciones –siempre el PJ requirió de frentes para ganar– mientras ella se recuesta en ese apolillado paradero de la calle Matheu para invocarlo como institución perseguida, encerrados algunos con ella como titular, para denunciar law fare, si la Justicia confirma la condena a seis años de prisión y, sobre todo, la inhabilitación para ejercer sine die cualquier cargo público. Es su razonamiento elemental ante el acecho previsible de los tribunales en los próximos días. Para Kicillof, en cambio, la disminución del poder de la viuda le facilita no solo autonomía parcial en la Provincia (recordar que las elecciones del año próximo le otorgarán mayor influencia a los intendentes bonaerenses, casi todos colgados económicamente del gobernador) también la conformación muscular de su postulación con vistas a 2027. Ante, seguramente, un Máximo Kirchner al que Cristina –si puede– le habrá de transferir ese 20 o 30 % que a ella le asignan en las encuestas. Para entonces, obvio, se inclinará por el hijo natural, no por el postizo. Dura porfía.

Por lo tanto, en la rebelión en la granja hoy el desafío proviene más de Kicillof que de Quintela, una excusa demorada para la separación entre la madre protectora y el vástago putativo. Viene el gobernador afectado por las intervenciones desproporcionadas de Cristina en su territorio. Por ejemplo, de cierta humillación cuando le calzó a Martín Insaurralde como reemplazo de Carlos Bianco, su álter ego, en el Ministerio de Gobierno. Otro dedazo frustrante en honor a los vínculos de Insaurralde con Máximo, seguramente salidos del amor a la navegación. La lista de atrevimientos cristinistas en la Provincia suele enumerarla un ex de La Cámpora, justo quien le hace los rulos a Kicillof para la presidencia:  Andrés Larroque, el Cuervo, antes un fiel servidor de ella. Esa conjura se alinea con municipios claves: La Matanza, entre ellos. Clave. Un hervidero esa tierra bonaerense, más rencor contra la viuda y sus camporistas que voluntad por seguir a Quintela, un inesperado cabecilla al que solo se le reconoce militancia. Y una lista de adhesiones de incordiosos peronistas, con Cookie Capitanich auspiciando la lista y, como letrados, Jorge Yoma y el exministro de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni. Bastantes apoyos para provocarle un revolcón a Cristina, quien había jurado que no se presentaría si tuviera que enfrentar a un compañero. Parece que son más de un compañero.

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Si la unidad que demandan Kicillof o Cristina es falsa, al revés parece que el último acto de amor de Mauricio Macri con Milei –su respaldo al veto contra la ley universitaria– sea justamente el último. Otro tipo de unidad, armonía en lugar de escisión. Más bien, luego de los roces y cruces de Santiago Caputo y Karina Milei contra el ingeniero, se alcanzó un acuerdo para ir juntos en las próximas elecciones. Al menos, uno desconoce los términos de ese entendimiento, pero sabe que salieron juntos del albergue transitorio reservando turno para 2027. Hasta Patricia Bullrich se somete y se integra a esa sociedad anónima que compromete mayor participación de Macri o de su gente en la administración. Por su parte, la responsable de Seguridad parece aislarse de futuras lidias electorales, prefiere la gestión en el gabinete y quizás un ascenso si, por razones de estrés, Guillermo Francos elige un destino menos agitado como embajador en Londres.