Una chispa de vida
Suena la alarma de las 19.30. Ordenás los papeles en los que trabajabas, apagás la computadora y te servís el whisky que parte en dos el día y la vida. Te entregás a la melancolía, en una silla que da al poniente entre los árboles.
Has estado pensando en cómo tu mundo se achica con los años. Cada vez quedan menos referencias fijas pero, sobre todo, menos testimonios de tu paso por la vida.
En los últimos meses, se te fueron queridísimas amigas y amigos respecto de quienes se definía tu lugar. Eso es obvio y ni siquiera te atrevés a repetir el rosario de nombres (Josefina, Sylvia, Sergio, Edgardo, Violeta, Eduardo, Beatriz, Alfredito).
Pero también personas que no fueron tus amigas pero formaban parte de tu mundo (Marcelo, Milita, Ilse, Juan José), como mojones de una intersección de caminos, personas con las que trabajaste (Noé) o personas que fundaron espacios que habitaste (Jorge).
Siempre te pareció que era una claudicación decir “en mi época”, como si esta no fuera la tuya. Pero ahora entendés que la relación con el presente no es solo una intensidad personal, una voluntad, sino que requiere una red que, con cada muerte, se desdibuja.
Tu época y tu mundo eran esos nombres que te permitían sostener una relación con el presente porque fueron testigos de tu vida o de parte de tu vida. Ahora son un rumor que se va apagando lentamente y algo de vos y de tu mundo muere con ellos.
Mientras el sol se hunde bajo su propio peso, pensás en tus amigas jóvenes, el rescoldo que guarda para vos una chispa de futuro.
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