Un mundo impredecible e inestable
El mundo actual no es el de la Guerra Fría, bipolar, estructurado y predecible, sino multipolar, impredecible e inestable. Esto último se acentúa por la ausencia de sólidos liderazgos, y sin ellos “las instituciones pierden el rumbo y las naciones se exponen a una irrelevancia cada vez mayor y, en última instancia, al desastre” (Kissinger, Liderazgo, pág. 15).
Un falso o mediocre líder se maneja con fanatismos, soflamas demagógicas, argumentos falaces o planteos superficiales, contribuye a enervar sentimientos y carece de la necesaria prudencia para la conducción del Estado, palabra que proviene de Status y significa orden o situación. Fue Maquiavelo quien la consagró para designar a las organizaciones políticas supremas, conformada por tres elementos básicos: población, territorio y poder soberano.
El jurista francés Raymond Carré de Malberg definió a la soberanía como “el carácter supremo de un poder en el sentido de que no admite a ningún otro por encima de él ni en concurrencia con él”, y para el alemán Georg Jellinek, “debe encontrar los límites de su actividad allí donde se está ante los aspectos íntimos de la vida humana”.
Es obvio señalar que el líder necesita disponer de la imprescindible y legal coacción física, llamada Poder, pero en ningún caso estará en condiciones de convertirse en su principio estructural. Al respecto el napolitano Guglielmo Ferrero, en 1942, sostuvo: “El Poder, para sobrevivir, necesita de algo más que de la fuerza, de bastante más que la violencia, de mucho más que la coacción. El Poder, para alcanzar la estabilidad, precisa del asentimiento, de la obediencia libremente prestada, del consentimiento de los llamados a obedecer. A eso, Ferrero le llama legitimidad” (Poder, Ed. Tecnos, pág. 25).
Actualmente, en el contexto internacional, la ausencia de auténticos líderes –salvo contadas excepciones–, incide en que los sistemas políticos, económicos y militares colapsen, grandes y medianas empresas de-saparezcan, exista inquietud en la distribución de bienes y servicios, se consuman los recursos naturales sin ningún modelo sostenible, y se esté siempre ante la posibilidad de una crisis o, peor aún, de una guerra con sus secuelas conocidas (millones de civiles muertos, heridos, desplazados, refugiados y un incalculable costo económico).
En nuestro país, en poco más de cuatro décadas en democracia que han tenido sus luces y sus sombras, conocidos funcionarios públicos eludieron sus responsabilidades y culpas, y gran parte de la sociedad ignoró los hechos, facilitando con ello la repetición de actos de irresponsabilidad y anomia política, una de ellas, quizás la más benigna, fue y es la de criticar, pontificar y proponer soluciones olvidándose que cuando ejercieron cargos públicos –incluidos diez gestiones presidenciales– su incompetencia e impunidad fueron evidentes, con solo pocas excepciones.
La impunidad en un sentido lato, es la falta de castigo que conduce a la degradación ética, a la amenaza en la creencia en las instituciones de la República, a la esencia de los valores democráticos, y directa o indirectamente estimula o premia el delito y la corrupción. También la impunidad ayuda a quienes tienen el poder a imponer una versión de la historia y un orden social de acuerdo a sus propios intereses. Para el jurista español Carlos M.
Beristain, entre otros efectos “confunde y crea ambigüedad social; la mentira y la negación son institucionalizadas; afecta la creencia en el futuro y puede dejar a mucha gente excluida de la historia (Justicia y Reconciliación, pág. 21).
En un Seminario Internacional sobre procesos de paz, Roberto Carretón se refirió a la impunidad en sus cuatro dimensiones: la jurídica, la política, la moral y la histórica (Barcelona, España, 27 y 28, febrero 2004). Nosotros, desde mediados del siglo XX, hemos conocido todas ellas.
La impunidad jurídica, tiene para muchos medidas aliadas, entre otras la prescripción, la inextradición por causas políticas, la prohibición de procesos en rebeldía, el derecho de asilo, la eximición de responsabilidad de cumplimiento de órdenes superiores (obediencia debida) y la amnistía, que en algunos países ha llevado a nuevas interrupciones de la democracia.
La impunidad política es la que no distingue entre la forma democrática y la forma marginal de gobernar, de modo que grandes represores o dictadores, con su consciencia tranquila y apoyo político, alcanzan altos cargos y distinciones ciudadanas. Es un empate moral quizás inspirado en el tango Cambalache que Enrique Santos Discépolo compuso en 1935. Cuando falta la Justicia, la verdad se niega fácilmente.
La impunidad moral garantiza a quien ha delinquido un seudoestatus de benefactor de la sociedad, legitimando la creencia de que ha actuado para “salvar a la Patria”, “salvar la civilización occidental y cristiana”, “lograr un país mejor”, etc. Los causantes se sienten héroes, merecedores de un positivo reconocimiento, y enfatizan que no tienen nada de que arrepentirse.
La impunidad histórica busca que la historia recoja como verdad la mentira oficial, y también el olvido que no es solo el riesgo de repetición sino quizás una fuente de mayor dolor para la sociedad y las víctimas. Incomprensiblemente, en 1987, el Consejo
Supremo de las FF.AA., al plantear una cuestión de competencia ante la Cámara Federal de Córdoba, afirmó: “Existió una guerra revolucionaria, en que el gobernante libera su energía política, la sujeta a su imperio y la libera del condicionamiento jurídico y en ocasiones del ético”.
Como conclusión me permito expresar lo que hace años escuché en un simposio “…tanta mentira exige que las sociedades hagan de la cultura de la verdad uno de los fundamentos de su construcción política. La verdad se opone a la impunidad política, histórica y moral.
Y a la impunidad jurídica se opone el valor de la justicia local e internacional”. Quiera Dios que en nuestra Argentina se cumpla lo expresado por el profeta Amos y que “…fluyan como agua la justicia, y la honradez como un manantial inagotable (Am 5, 24/28).
* Exjefe del Ejército Argentino, Veterano de la Guerra de Malvinas y exembajador en Colombia y Costa Rica.
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