conductas

Un campo minado

Señor presidente. Donald Trump cuenta con un enorme y peligroso poder político. Foto: AFP

En los años 80, a partir de la observación de la conducta de varias familias de simios distribuidas en islas cercanas a Kyoto, en Japón, el biólogo molecular británico Rupert Sheldrake desarrolló la teoría de la resonancia mórfica. Los simios de cada isla no tenían contacto de ningún tipo con los de otra, y, sin embargo, todos incorporaban los mismos nuevos hábitos y conductas de manera simultánea. Sheldrake concluyó que había una transmisión invisible, vibracional, de la información y que esta circulaba dentro de un campo morfogenético, algo así como un campo mental común a toda la especie. Un inconsciente colectivo. Retomó y refinó así una idea que algunos biólogos ya habían sugerido hacia 1920. Y advirtió que el fenómeno es común a todas las especies vivientes, incluidas plantas y humanos. “Cada especie animal, vegetal o mineral posee una memoria colectiva a la que contribuyen todos los miembros de la especie y a la cual conforman”, afirmó Sheldrake. Eso explicaría qué son las intuiciones, los pensamientos anticipatorios, el hecho de que pensemos en una persona y justo ella nos llame o se contacte con nosotros. Yendo hacia atrás en la historia podría revelar por qué la rueda, el número cero o variados instrumentos, mitos y modos de organización social aparecieron al mismo tiempo en puntos del planeta muy distantes entre sí cuando no existía ni el teléfono, ni internet y ni siquiera el correo postal para transmitir y compartir la idea. Los argumentos de Sheldrake están expuestos en sus libros Una nueva ciencia de la vida, La presencia del pasado, Perros que saben cuando sus dueños vuelven a casa y El sentido de ser observado.

Acaso Javier Milei, Donald Trump y Elon Musk compartan un campo mórfico a juzgar por sus conductas, vocabulario e ideas similares, por su análoga soberbia, por la misma carencia de empatía, compasión y comprensión, por la idéntica violencia verbal y simbólica, por la misma pobreza de vocabulario para sostener un debate respetuoso con quien piense diferente, por el mismo autoritarismo, la soberbia semejante, la misma precariedad y linealidad de pensamiento. Aunque no todo es exactamente igual. Trump cuenta con un enorme y peligroso poder político, Musk con un arrasador poder económico, y Milei con el poderoso deseo de clonarse con ellos, para lo cual puede ponerse sin pudor al servicio de ambos a cambio, por ahora, solo de un poco de adulación.

En su reciente libro Izquierda no es woke, la filósofa estadounidense Susan Neiman, ganadora de varios premios por sus ensayos, profesora en Yale y en la Universidad de Tel Aviv, quien se asume como una pensadora de izquierda, desnuda con filosa lucidez y exquisita escritura las torpezas, intolerancia y estrechez mental del supuesto progresismo woke y demuestra por qué este es tribalista, antihumanista y antiuniversalista. Si se sigue su pensamiento se puede observar cómo los extremos del populismo filofascista y el wokismo se tocan y casi se funden. Neiman hace una descripción de Trump que le cabe al campo mórfico que este comparte con otros de su especie, como Milei, Musk, Le Pen u Orban. Neiman apunta que para él sus ideas y motivaciones son las únicas válidas, que llama “perdedores” a las personas que se rigen por normas y leyes, que no tiene idea de que esas normas y leyes llevan a las personas a resignar el interés propio en favor del interés común. Tiene incapacidad para comprender las razones por las cuales hay personas que sacrifican su vida por el bien de otras. “Se conduce como si tuviera licencia para actuar siguiendo los dictados de los peores demonios de nuestra naturaleza”, escribe Neiman. Y se pregunta con temor qué pasaría si ese modelo se hiciera universal. Roguemos que no ocurra.

*Escritor y periodista.