Despedida

Última carta a Beatriz Sarlo

La crítica literaria, profesora universitaria y socióloga murió a los 82 años luego de diez días internada tras haber sufrido un accidente cerebrovascular (ACV).

Beatriz Sarlo Foto: Télam

La puta madre, me la veía venir.

No, esto no es un obituario. Es una carta de despedida. Para vos, Beatriz. Betty. Sarlo. Un apellido convertido en sello indeleble de agudeza literaria y provocación política.

Tampoco se repasará acá tu trayectoria, tus polémicas, tus debates de ideas y otras yerbas. Lo dejamos para quienes saben o buscan ahora en tu historia. Por Google o inteligencia artificial. Te indignarías.

Me voy a limitar a decirte chau. O hasta pronto. Qué se yo. Pese a que no fuimos amigos. Casi una década de ser tu último editor periodístico, en PERFIL, nos llevó sin embargo a un vínculo cercano, limitado a intercambios de mensajes por correo electrónico. Ocasionalmente, algún encuentro en eventos institucionales o en la TV.

Perdón, Beatriz, nunca me animé a decirte que me iba guardando todos esos correos a lo largo de los años. Los atesoro. Más de doscientos. Son una pintura de época, desde el cristinismo hasta el comienzo de la campaña electoral 2023. Pero, sobre todo, son un retrato de tu personalidad: filosa, irónica, graciosa, honesta.

Muchos de nuestros intercambios se centraban en mis propuestas para que escribieras. Podía ser algún tema específico o sobre algo que quisieras. Algunas veces te negaste, a sabiendas de que la paga era más que humilde.

Te habías acercado a PERFIL casi como cronista de actos, de marchas, durante el kirchnerismo. Llegó Macri y te contrataron en la revista Viva de Clarín para escribir creo que de viajes, o lugares. No voy a ir al buscador. Y también de La Nación, para esas aguafuertes callejeras.

Murió Beatriz Sarlo, ensayista y columnista de PERFIL, a los 82 años

Fue un paréntesis. Breve, por suerte. Volviste para escribir de lo que quisieras, cuando quisieras, cuánto quisieras. Y no precisamente por estímulos económicos. Siempre me lo hiciste notar. Coincidíamos también en eso.

Vos solías llamarme “Jefex” al iniciar el mail y yo jamás te llamaba por tu nombre. Prefería mencionarte con cargos impostados y falsamente grandilocuentes, como “Excelencia”, “Majestad”, “Capitana”, “Camarada” y términos de ese estilo, con intencionalidad satírica. Era parte de un código de confianza entre una descendiente de gallegos y un hijo de asturianos.

Tranquila, Beatriz, esos textos que nos mandábamos no saldrán a la luz. Aparte de las chanzas que nos dedicábamos, de la mordacidad no escapaban políticos, colegas periodistas y otros personajes de la actualidad, además de situaciones muy conflictivas dentro y fuera de nuestro ámbito laboral. Para qué meternos en más quilombos de los que ya tenemos.

Recibir tus textos para publicar en el diario eran una celebración, coincidiera o no con las ideas que planteabas. Precisos e impecablemente escritos, hacías realidad la fantasía de cualquier editor: que no hubiera que tocar ni una coma.

Me daba ternura que, cada tanto, me contaras con fingida molestia que Rafa (Rafael Filippelli, tu compañero de vida) prefería mis columnas a las tuyas. Pequeñas maldades de la convivencia.

La partida de Rafa, en marzo del año pasado, inició un temblor sin vuelta atrás. “¿Vos también me vas a dejar?”, me clavaste por teléfono cuando unos meses después te avisé que ya no estaría para editarte. Me hiciste lagrimear. Como ahora.