Arte y salud mental

Teatro contra los estigmas. Actuar para conocer y sanar

El creador del Teatro Núcleo, Horacio Czertok, aplica los beneficios terapéuticos del teatro en lugares de sufrimiento. Desde instituciones de salud mental hasta cárceles y centros de rehabilitación. El Teatro Núcleo, que nació en el exilio, entre Argentina e Italia, y en medio de la revolución psiquiátrica, cumple cincuenta años, y su fundador está tan comprometido con enfrentar la estigmatización como en sus comienzos.

Foto: cedoc

En 1974, los actores Cora Herrendorf y Horacio Czertok crearon en Buenos Aires el Teatro Núcleo y la revista Cultura. En 1975, a un año de oficializarse la dictadura militar, el grupo lanzó Herodes, un espectáculo que escenificó la tortura y el terror que ya se vivía en Argentina. El espectáculo se representó en Italia y paseó por Europa. Cuando en marzo de 1976 estalló la última dictadura militar en el país, Cora y Horacio se exiliaron en Italia. Sin posibilidad de desarrollar su actividad teatral en Argentina, los actores decidieron trabajar en el municipio de Ferrara. 

Teatro Núcleo (re)surge en el exilio y en un contexto revolucionario en Italia. En 1978 se sancionó la Ley 180, conocida también como Ley Basaglia, por el apellido de su impulsor, Franco Basaglia, un médico italiano que denunció las deplorables condiciones de los manicomios.  

La Ley Basaglia abogó por el cierre de todos los hospitales psiquiátricos y puso la atención en los pacientes y la quitó de la sociedad, que teme y estigmatiza a quienes padecen. 

Basaglia mismo, un psiquiatra, se considera el representante máximo del movimiento antipsiquiátrico, corriente en contra del encierro de los pacientes; de los maltratos como las contenciones –prohibido en muchos países europeos, y clasificado por la ONU como tortura, pero que se sigue practicando en toda la Argentina–; en contra del uso innecesario y exacerbado de medicamentos que anulan completamente a la persona, y contra el trato de los pacientes como si fueran criminales que deben ser recluidos, cuando son personas libres. 

El Teatro Núcleo, que cumple cincuenta años, se nutrió de su contexto de origen y desde sus inicios en adelante conectó lo artístico con la salud mental, la libertad, el antiprejuicio, y la democracia. Su creador, Horacio Czertok, el núcleo del teatro, hace un recorrido por todos los espacios sociales en los que su compañía hizo la diferencia. 

—Horacio, si bien el Teatro Núcleo se desarrolla en Italia, su comienzo fue en Argentina. ¿Cómo fue ese traslado?

—El Teatro Núcleo es una cooperativa teatral fundada en 1978. Fue creado en la Argentina en 1974 y operó por años generando espectáculos que presentaba fuera del recinto cultural, en villas miseria y en fábricas, y editando la revista Cultura. La dictadura cívico-militar de 1976 impidió la continuación y obligó a la compañía a emigrar. Encontró amplia acogida en Ferrara, Italia, donde actuó en el proceso que llevaría a la abolición de los hospitales psiquiátricos.

Tiene su sede en Pontelagoscuro, a orillas del río Po, en un antiguo cine propiedad de la Municipalidad que le fue concedido en concesión exclusiva. El edificio fue restaurado con un aporte regional, porque el Teatro Núcleo está reconocido por la Región de Emilia-Romaña como Organismo Estable Regional.

—El Núcleo siempre tuvo su mirada puesta en los más excluidos, ¿qué conclusiones saca de esas experiencias?

—Nosotros simplemente hemos puesto a disposición de las personas más heridas, y de sus curadores, una modalidad de relación que transforma esos terrores en energía creativa, y devuelve salud, alegría y empoderamiento.

Siempre se tendió a considerar que las personas recluidas en el manicomio eran peligrosas. Sin embargo, la mayor parte de los crímenes, y algunos verdaderamente espantosos, son cometidos por personas consideradas sanas. Se tiende a confundir lo jurídico con lo penal, lo penal con lo sanitario. Por lo tanto, antes que nada era necesario convencer a la población de que los locos no son peligrosos. 

El edificio del manicomio de Ferrara fue, por diez años, la sede del Teatro Núcleo, que en su momento encerraba a setecientas personas. Iniciamos oportunidades creativas y festivas, se venía al manicomio a ver espectáculos. Los grupos de pacientes tenían sus pensiones y podían salir de compras. Las mujeres iban por vestidos, cosméticos y al salón de belleza. Los hombres, al bar. En todo el proceso, no hubo ningún incidente. Todo transcurrió con sonrisas. La mayor parte de los internados pudo volver a la vida civil, alquilando casas y departamentos ayudados por los exenfermeros, que ahora cumplían el rol de tutores, hasta que se pudiera lograr la autonomía. 

Hoy el Teatro funciona en otra sede, en lo que es el Teatro Julio Cortázar. 

—¿Cómo definiría al Teatro Núcleo?

—Como la única estructura de producción teatral profesional independiente en la ciudad y provincia de Ferrara, Italia. 

—Además de sus inicios, y su involucramiento con el movimiento que lleva a la Ley Basaglia, ¿qué distingue a Teatro Núcleo de otras producciones?

—Es un caso único en Italia. En primer lugar, por la composición internacional del grupo. Luego por la elección del lenguaje: un teatro que es capaz de ampliar al máximo la capacidad de comunicación escénica, más allá de las palabras, con mucha atención a la imagen, a la música y a la voz, a la calidad del gesto y del movimiento. El teatro es capaz de expresarse y existir más allá de las palabras y la calidad del acto teatral reside en la intensidad de las relaciones que logra crear entre actores y espectadores. Y el espectador contemporáneo, formado en una civilización electrónica y multimedia, tiene necesidades y procesos mentales particulares. Además de los espectadores que asisten a los teatros, existe una mayoría de observadores potenciales que contribuye por medio de sus impuestos, pero no obtiene ninguna atención.

Otra peculiaridad importante del Núcleo: la capacidad de producir y exportar un teatro apreciado por tantos países del mundo. En sus más de cincuenta años de existencia, la cooperativa logró la difícil síntesis entre poesía y negocio, entre la investigación en profundidad y las performances dirigidas, no solo a los espectadores, sino sobre todo, al público potencial de mercados descuidados u olvidados por las estructuras tradicionales. Por ejemplo, los esfuerzos conjuntos de la Universidad de Ferrara y del Teatro Núcleo permitieron la creación, en 1993, del Centro Universitario Teatral, una estructura de cultura, investigación y pedagogía teatral dirigida principalmente a los estudiantes. 

—¿De qué otros problemas se ocupó el Teatro Núcleo?

—A lo largo de los años hizo un extenso trabajo en la prevención y tratamiento de las adicciones a las drogas, en colaboración con hospitales, clínicas y comunidades públicas y privadas a nivel local y europeo. Estas experiencias han permitido la creación de metodologías de abordaje y tratamiento, impartidas en cursos y seminarios especiales a operadores de todas las naciones. Desde hace varios años colabora con la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Ferrara, donde imparte clases para la rehabilitación. 

—¿Y en qué otras áreas sociales se involucra?

—Se creó un taller de teatro con los reclusos de la cárcel de Ferrara, con el objetivo de formar una compañía estable, que ahora cumple veinte años. Esta actividad, además de mejorar las condiciones de vida de la población reclusa, tiende a intensificar las relaciones entre la cárcel y la ciudad, creando nuevos vínculos. Teatro Núcleo es, por lo tanto, una estructura polifacética. Genera espectáculos que se pueden disfrutar localmente y luego es capaz de llevarlos de Sevilla a Estocolmo, de París a Moscú, de Seúl a Buenos Aires. Es una escuela de actores y técnicos. Un lugar de investigación sobre las capacidades terapéuticas del teatro aplicado con éxito en lugares de sufrimiento, y a través del recientemente creado Centro de Teatro en Terapias, una escuela para trabajadores sanitarios y sociales.

—Teatro Núcleo surge en el contexto de un momento revolucionario en Italia, que luego se replicó en otros países, en lo que respecta a la reforma del sistema psiquiátrico. ¿Qué relación ve entre este contexto y el teatro?

—Teatro y salud mental están desde siempre ligados. Ya los griegos, inventando la forma que conocemos como teatro, habían intuido el enorme potencial y supieron generar una forma que, en una pluralidad de estilos, convocaba actores y espectadores para suscitar la catarsis. La antropología enseña que cada cultura humana inventa una forma para enfrentar las angustias de la existencia y el terror a lo desconocido: más allá de la religión, que dirige la energía hacia lo súper humano, el teatro devuelve la inquietud al ser humano mismo, reconociendo la capacidad de enfrentarlo y, por qué no, de gozar haciéndolo. 

Una característica común a las ceremonias de las civilizaciones que consideramos primitivas y que miramos de arriba para abajo, es la intensidad creativa, la potencia poética de actos que unen acción actoral, danza, canto, con una riqueza de colores e invenciones y que unen a toda la comunidad. 

Salud mental y teatro estuvieron siempre de la mano. Evoco siempre esa tarde en el teatro ateniense, donde Edipo hizo por primera vez su aparición. Toda la población estaba allí sobre la dura piedra, incapaces, probablemente, de moverse, extasiados frente a la exposición precisa, diría quirúrgica, de lo oculto en las relaciones familiares. Me pregunto cómo se habrán observado, qué miradas habrán cruzado, padres y madres, e hijos e hijas. La especie había perdido su inocencia, de la mano de la bella poesía griega. Desde esa famosa tarde, nada ha vuelto a ser lo mismo. Porque para curar lo primero es conocer.