Suicidas de Groenlandia
En el fondo todos queremos ser descubridores de cualquier cosa, de algo: un jugador de fútbol, una disciplina que definitiva e irremediablemente equilibre mente, cuerpo y espíritu, un nuevo autor. Movido por esa aspiración, tan auténtica como cualquier otra, es que empecé a leer El valle de las flores (Blomsterdalen), de una autora queer groenlandesa, Niviaq Korneliussen. Debe de ser raro ser escritora en una sociedad de 50 mil habitantes y con una literatura casi inexistente. Sea como sea, encontré el libro en italiano y empecé a leerlo, hasta que me di cuenta de que hacía falta entender algo previamente para que pudiera captar el tema, esto es, la altísima tasa de suicidios en Groenlandia. No es que la novela de Korneliussen hable únicamente de eso, pero el asunto no se le escapa, porque en general, a menos que un presidente con retraso madurativo diga que está dudando entre anexar tu territorio o comprarlo, la única razón por la que en una conversación se puede hablar de Groenlandia es su alto porcentaje de suicidios.
A nivel mundial, la tasa promedio de suicidios al año es de 9 por cada 100 mil habitantes. Entre 2015 y 2018, la tasa promedio anual de Groenlandia fue de 81,3 al año (en 2021 bajó a 59,9). Groenlandia tiene 57 mil habitantes, más o menos la población de Ushuaia, y no es exactamente un país, sino una enorme isla que pertenece a Dinamarca desde 1814, cuando después de las Guerras Napoleónicas las antiguas colonias de origen noruego quedaron bajo control danés. La peor década en Groenlandia fueron los años 80, cuando los suicidios anuales llegaron a 120 cada 100 mil habitantes.
Este porcentaje tan alto hace que todas las personas en Groenlandia conozcan a alguien que se suicidó. Al parecer, atravesar por la noticia del suicidio de un pariente o un amigo es uno de los acontecimientos de la vida que marcan el crecimiento, como el primer cigarrillo, el primer beso o terminar el colegio. La mayor parte de los suicidas tienen entre 20 y 24 años, casi todos de la etnia inuit, que conforman el 88 por ciento de la población groenlandesa.
El clima, como es fácil imaginar, es inhospitalario y duro. En invierno las temperaturas pueden bajar a -18º C y en verano no llegan a superar los 5,6º. Luego están las pocas horas de luz natural: hay un período del año en que amanece a las 11 y anochece a las 16.30. Sin embargo, los meses de mayores suicidios no son en invierno, sino en verano.
En cuanto a los factores que contribuyen a que los suicidas sean tan jóvenes, es el aislamiento. Groenlandia tiene solo 17 ciudades y 55 centros menores con poblaciones que no llegan a los 500 habitantes. A las localidades más remotas se llega solo en helicóptero o en avioneta y hacen falta horas de vuelo. A menudo la conexión a través de rutas queda interrumpida por la nieve. Tampoco la red de internet funciona muy bien que digamos, y hasta 2023 no había estructuras de asistencia psicológica a los suicidas. Desde entonces rige un programa nacional para prevenir los suicidios con líneas telefónicas activas las 24 horas, asistencia psicológica para los estudiantes universitarios y diez sesiones gratis para quienes hayan tenido un intento fallido de suicido.
En Groenlandia es común que los jóvenes vayan a la universidad en las grandes ciudades (Nuuk, Upernavik, Uummannaq, Tasiilaq, Aasiaat), alejándose de la red protectora de la familia. Quien puede permitírselo va a la universidad en Copenhague o en otras ciudades danesas, donde perteneciendo a una minoría discriminada integrarse no es fácil. Quien regresa a Groenlandia después de algunos años en el exterior tiene problemas para volver a habituarse a la vida de antes: no se siente ni danés ni groenlandés. Ese es el tema central del El valle de las flores, de Niviaq Korneliussen, que habla de la soledad de una joven de Nuuk que va a estudiar en Copenhague y se ve obligada a volver a la isla. La novela no es gran cosa. Seguramente un día su autora ganará el Premio Nobel.
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