Ejemplares similares

Sueño del dictador, pesadilla del pueblo

Nicolás Maduro. El dictador que habla con los pajaritos y que pretende honrar a Bolívar. Foto: AFP

El poder dura mientras se lo tiene. Puede parecer una obviedad, y obvio es, de acuerdo con el Diccionario de la lengua española, lo que se encuentra o pone delante de los ojos, lo que resulta muy claro o que no tiene dificultad para su comprensión. Aun así, esta evidencia se les escapa a quienes alcanzan el poder, y es remplazada por la creencia de que este es eterno. Convencidos de ello, comienzan a actuar en consecuencia. Con soberbia, con altanería, con arbitrariedad, con prepotencia, con desprecio por quienes los cuestionan y, en la instancia extrema, con violencia verbal primero y física después. Si esto ocurre en el plano de las relaciones interpersonales, destruye vínculos. En el nivel de las organizaciones las deteriora hasta su absoluta disfuncionalidad. En el campo de la política es el fermento de tragedias colectivas, del hundimiento de sociedades y naciones en pantanos que las aíslan del mundo y destruye el presente y el futuro de generaciones enteras. Quien tiene poder, lo cree eterno y actúa en consecuencia suele ser, inexorablemente, un psicópata.

El sociólogo rumano Zevedei Barbu (1914-1993) publicó en 1962 el libro Psicología de la democracia y de la dictadura, en el que estudia con minuciosidad el comportamiento de los autócratas. Allí detecta la incapacidad que estos manifiestan para comprender la realidad de su tiempo y armonizar con ella. Necesitan, según palabras de este investigador, generar “en su propia estructura mental un mecanismo represor” para negar esa realidad y reemplazarla por una regresión hacia un pasado mítico e ilusorio o hacia un relato de lo inexistente, que intentan imponer a los demás a través del discurso, de las medidas que toman o de la represión. Llamar “bolivariana” a una república que no lo es, o fabular con un engendro ideológico indemostrable llamado “socialismo bolivariano” son muestras de la manera en que el mecanismo descrito por Barbu encarna en Nicolás Maduro, el dictador que habla con los pajaritos. Desde el pasado que Maduro pretende honrar el propio Simón Bolívar le responde y le vaticina el futuro. “Todos los pueblos del mundo que han lidiado por la libertad han exterminado al fin a sus tiranos”, sentenció el político y militar venezolano, quien fue uno de los liberadores fundamentales de las colonias de la América española. “El país donde uno solo ejerce todos los poderes es un país de esclavos”, señaló también el fundador de la Gran Colombia y de Bolivia. No es difícil imaginar lo que, si resucitara, haría Bolívar con Maduro. Y lo que habría hecho antes con Hugo Chávez, el padre de esta pavorosa criatura.

Claro está que, como señala Timothy Snyder, historiador estadounidense doctorado en Oxford y catedrático en Yale, en su libro titulado Sobre la tiranía, los dictadores no actúan solos. Se rodean de funcionarios y jueces obedientes, de profesionales sin ética ni moral, de grupos violentos y de bandas depredadoras disfrazadas de “movilizaciones espontáneas”. Aun así, según la historia lo demuestra una y otra vez, el poder dura mientras lo tienen. No hay eternidad para un tirano. Pero cada uno de ellos se cree al margen de esa ley (como de todas) hasta que cae y se convierte en otro sombrío dato histórico. Stephen Greenblatt, profesor de Humanidades en Harvard, apunta en El tirano (extraordinario estudio sobre la presencia de este carácter en las tragedias de Shakespeare) que los procesos de la vida colectiva son imprevisibles, y que en un punto, las sociedades finalmente se resisten a marchar al paso marcado por un dictador. Entonces, dice, destruyen los sueños de este, sea un Bruto o un Macbeth. Podríamos agregar: también un Maduro, un Ortega o ejemplares similares.

*Escritor y periodista.