Siglo veintiuno cambalache
Considerada “el alma del Maipo”, Sofía Bozán (1904-1958), “la Negra”, fue estrella insustituible de ese teatro entre 1934 y 1954. A fines del primero de esos años se escuchó por primera vez, en su voz y en ese escenario, el tango Cambalache. Enrique Santos Discépolo (1901-1951) acababa de componerlo para la película El alma del bandoneón y le pidió que fuera ella quien lo estrenara. Transcurrieron desde entonces noventa años, durante los cuales tuvieron lugar el ascenso del nazismo, el Holocausto (el mayor genocidio de la modernidad) y otras matanzas vandálicas, como la de los tutsis a manos de los hutus en Ruanda, la Segunda Guerra (quizá la más devastadora de la historia) y varios centenares de conflagraciones, que incluyen Vietnam y Corea. Cayó el Muro de Berlín y el comunismo fue reemplazado en Rusia por el poder de la mafia y el reinado autoritario de Putin. América fue asolada durante décadas por una sucesión de dictaduras que se reemplazaron paulatinamente por gobiernos democráticos siempre débiles o disfuncionales. En la Argentina emergió el peronismo con su secuela de populismo, autoritarismo y sindicalismo corrupto, se vivieron sucesivos golpes de Estado, una dictadura militar funesta, el desembarco del neoliberalismo que llevaría la desigualdad económica y social a extremos inéditos y se recuperaron las formas de la democracia, pero no el espíritu de la república.
Y si lo esencial no cambió en casi un siglo, equivale a decir que empeoró
Este es un punteo incompleto y sesgado de hechos históricos negativos. Aunque también en ese lapso el ser humano llegó a la Luna, se erradicaron enfermedades endémicas, se lograron vacunas esenciales como la Salk y la Sabin, el láser hizo de la cirugía una práctica menos sangrienta y más efectiva, Gandhi mostró el poder de la convicción, los principios y la no violencia, etcétera. Sin embargo, a lo que se apunta aquí es a que casi un siglo más tarde de la descarnada y precisa descripción de la descomposición moral que hizo Discépolo nada cambió en este aspecto. Con mínimos retoques, Cambalache podría ser una obra de hoy. Y si lo esencial no cambió en casi un siglo, equivale a decir que empeoró, por más que ilusionistas, manipuladores económicos y políticos y tecnoeufóricos cacareen que este mundo es mejor, con más progreso, menos pobreza, mayores oportunidades y más vigencia de derechos y libertades. Fraseología típica de lo que el filósofo inglés Roger Scruton (1944-2020) llamó optimismo inescrupuloso. El optimismo de quienes no padecen la realidad o de quienes, padeciéndola, compran relatos ficticios sobre ella.
En la Argentina, mientras los prestidigitadores del libertarismo intolerante (y sus obsecuentes socios y feligreses) prometen un futuro tan lejano como difícil de visualizar y vociferan contra el pasado, el pasado narrado en Cambalache es puro presente. Un juez impresentable es propuesto para la Corte Suprema, personajes que emergen de la oscuridad reciente son resucitados en cargos y espacios de la gobernanza, quienes amenazan con indagar en la corrupción pasada o presente son eyectados, se manipulan cifras para pintar paraísos inexistentes, se abandona a las personas (a los más débiles, indefensos y ya castigados) a su suerte, se acomoda a los propios y se les otorgan prebendas y negocios. Todo esto, y más, en una sociedad donde las miserias morales que se exhiben en Gran Hermano o en la trifulca obscena de un futbolista en decadencia, una influencer y una aparente actriz, famosa ante todo por su interminable serie de romances escandalosos, merece más espacio y atención que cualquier tema que exija compromiso, pensamiento crítico y que sea decisivo para la vida de millones de personas. En el mismo lodo todo es manoseado y todos se manosean. Cambalache siglo veintiuno.
*Escritor y periodista.
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