ironías

Seguime, chango

. Foto: CEDOC PERFIL

Qué acierto de Diego Lerman el de recuperar, justo ahora, en este tiempo, al bueno de José de Zer. Lo hizo en su última película: El hombre que amaba los platos voladores. En una sección bizarra de un noticiero de televisión, De Zer ofrecía sus jadeantes informes sobre la presencia de extraterrestres en la Argentina: exhibía rastros fehacientes (pastos quemados, dibujos sugerentes), obtenía testimonios incontestables (gente que, habiendo visto, musitaba lo que había visto), orientaba el periodismo de investigación hacia una ambición de escala cósmica: los marcianos.

Era todo un disparate, por supuesto. Pero el juego consistía justamente en insertar el disparate en un programa informativo de actualidad, en producir cierta fricción singular entre lo increíble y la creencia, entre la verdad y el absurdo, entre la verosimilitud y la falsedad. Lerman retoma en su película al personaje y el fervor de rating que en ese entonces alcanzó. Pero consigue mostrar además el riesgo que con todo eso se corría, que es que el propio José de Zer (no ya el público del noticiero, que podía o no tomarlo como un divertimento formidable) empezó progresivamente a creer en las fábulas que él mismo fraguaba.

La figura decisiva en todo esto es el camarógrafo que iba con él a registrar sus estrambóticas exploraciones de naves brillando en los cielos y  aterrizajes en montes perdidos. “Seguime, chango” es una frase que se volvió emblemática: era la que iba diciendo José de Zer. Y el Chango, en efecto, lo seguía. Algo tenían los dos de Don Quijote y Sancho Panza: el que se lanza a vivir aventuras, alucinándolas, y el buen ladero que va con él. Ya se ha dicho, por lo demás, que Sancho era, de los dos, el más loco, ya que, aun distinguiendo la verdad de los dislates de Don Quijote, lo seguía pese a todo.

Y es eso lo que viene a marcar El hombre que amaba los platos voladores, trayendo al presente aquellos geniales informes que hacía José de Zer. Que lo bizarro ya no ocupa una determinada sección en los medios de comunicación (los nuevos o los de antes), que ahora ocupa casi todo, que define su tenor. Que el engaño ya no se traba en conflicto con alguna vocación de verdad, que campea ahora a sus anchas. Que el delirio ya no desestabiliza sentidos, gira en falso sobre sí mismo. Que ficción y realidad ya no oscilan en ambivalencias intrigantes, que la mera manipulación impera y arrasa con todo.

Yo no sé qué tan irónico puede ser el consumo irónico, desde el momento en que se lo llama consumo.