Asuntos internos

Santos y bebedores

. Foto: Cedoc Perfil

¿Cómo hacen para vivir los abstemios? El consumo de alcohol, distinto entre país y país, entre región y región, entre cultura y cultura, funciona como una especie de expediente que permite analizar las sociedades, las calles entre las que nos movemos. Hace pocos años, la salida de Breve historia de la borrachera (Ariel), de Mark Forsyth, nos hizo creer que difícilmente alguien podría mejorar el expediente. Forsyth diferenciaba entre aquellos que beben solamente para emborracharse, para quienes emborracharse es una intención, no una consecuencia de la incontinencia, y aquellos para quienes beber es un rito colectivo, que por lo general tiene lugar mientras estamos sentados. Para el británico Lawrence Osborne la diferenciación funciona, es inobjetable, pero su espíritu aventurero lo lleva en Beber o no beber. Una odisea etílica (Gatopardo) a llevar la práctica de la borrachera a los países donde no se bebe, o mejor, donde beber es penado, prohibido, mal visto, desaconsejado.

Osborne emprende un viaje en tierras abstemias, Medio Oriente, por lugares que conoce bien, o cree conocer, solo y acompañado, pero siempre en busca de un trago. Algo tan habitual y tolerado en Occidente en tierras islámicas se vuelve una odisea, como reza el subtítulo, un permanente regreso a Ítaca.

Omán, Turquía, Egipto, Pakistán, Emiratos Árabes Unidos, Líbano... Siempre buscando un trago, incluso en situaciones de grave peligro. Como cuando en Indonesia, el escritor decide salir a la caza de un oasis en una nación abstemia, una cerveza en Surakarta, sede local de Al Qaeda, donde bajo un retrato de Osama bin Laden un grupo de estudiantes vestidos de blanco tratan de todos los modos posibles de convencerlo de que el alcohol es “una enfermedad del alma”. O como cuando en Islamabad, la capital de Pakistán, piensa en emborracharse “en uno de los países más peligrosos y hostiles al alcohol” del planeta.

Pero como buen británico, en medio de semejantes peripecias, el autor se concede momentos de profunda reflexión sobre el abismo que separa Oriente y Occidente. O bien sobre lo que podrían pensar los musulmanes de un occidental dedicado a alzar el codo. En la mayor parte de los países islámicos el consumo de alcohol altera el estado normal de conciencia, hace evaporar cualquier intento de buen discernimiento, adultera las relaciones humanas y, peor todavía, compromete la relación con Dios. Santo, entonces, es el que no consume alcohol. Los bebedores son todos pecadores. 

Osborne sabe de lo que habla. Es un bebedor consumado. Define el vodka como una “lavativa para el alma”, aconseja el vino y la cerveza “para los amigos” y los destilados para los bebedores solitarios. Entre digresiones, de las que emerge también la educación alcohólica del escritor, el libro se empeña en trazar los contornos de dos modos distintos de interactuar con el mundo consumiendo alcohol: Este y Oeste, lo húmedo y lo seco (el título original del libro, Wet and Dry). Sería incorrecto hablar de ensayo, reductivo hablar de reportaje, limitante decir que es un panfleto. Como todos los libros de Osborne, Beber y no beber es un viaje literario. Pero repleto de reflexiones como esta: “La relación entre un bebedor y un abstemio es peligrosa. El abstemio se siente incomprendido y se resiente de la fácil elasticidad del bebedor y su tendencia a exagerar, perdonar y disfrutar del presente. El bebedor se resiente de la rigidez del abstemio, de su formalidad y su limitada capacidad para abandonar su implacable lucidez mental. Una lucidez que pese a sus bondades es, en última instancia, irritantemente prosaica. Uno se aburre del otro”.

“¿Qué es preferible? –se pregunta Osborne–. ¿El borracho incontenible y estoico, maldito y melódico, que expulsado del bar siempre se las ingenia para volver a entrar, o el abstemio que duerme en su casa, roncando junto a un vaso de agua?”.