Asuntos internos

San Martín, lector de Sterne

. Foto: Cedoc Perfil

El Libro de las moscas es una recopilación del mexicano Aurelio Asiain de apariciones de moscas en la literatura. Sería más justo hablar de antología, no de recopilación, porque Asiain conoce la ubicación y la procedencia de más citas de las que antologó: creyendo que se le había escapado una perla, le hice saber, a través de su editor, de la existencia de un capítulo de El éxtasis material, de Jean-Marie Le Clézio, titulado “Asesinato de una mosca”, donde el escritor aplasta a un insecto inocente con una revista que estaba leyendo, y luego de eso cae en la cuenta de que acaba de cometer un asesinato y describe, con minuciosidad obscena, el estado del cadáver que dejó estampado sobre la mesa. Pero Asiain ya lo conocía. Hay otra mosca famosa, tal vez la más famosa de todas, que es la que aparece en Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy, de Laurence Sterne, que Asiain tampoco incluye en su antología, tal vez por eso, porque es demasiado conocida. El verdadero protagonista de la cita no es la mosca, sino Toby, el tío de Tristam Shandy, quien para poner en evidencia su bondad infinita dice que el tío “apenas si tenía corazón para tomar represalias sobre una mosca. –Vete,–le dijo un día durante la cena a una, gigantesca, que se había pasado toda la velada zumbándole alrededor de la nariz y atormentándolo despiadadamente, y a la que, tras infinitos intentos, había logrado atrapar finalmente mientras revoloteaba en torno a él–; no te haré daño –le dijo mi tío Toby mientras se levantaba de la silla y atravesaba la habitación con la mosca en la mano–; no te tocaré un solo pelo; vete –le dijo; y mientras lo hacía levantó el bastidor de la ventana y abrió la mano para dejarla escapar–; vete, pobre diablo, lárgate, ¿por qué habría de hacerte daño? Sin duda este mundo es lo bastante grande para que quepamos los dos en él.” El tío Toby habla con la mosca, y eso lo vuelve infinitamente tierno y amable.

Hermoso, ¿no? Esa cita fue protagonista de varios equívocos, no propiciados por mí, quiero aclarar, que involucran a don José de San Martín. El equívoco proviene de los comentaristas, o mejor de los divulgadores, de sus máximas a su hija Merceditas, a la que como las obligaciones independentistas del héroe lo habían obligado a no ocuparse mucho de ella en la niñez, sintió la necesidad de dedicarse de ella cuando más necesitaba de alguien que se ocupara de él, en la vejez. Cosas que pasan. Y San Martín sintió que paliaba aquella larga ausencia escribiendo esas máximas, que encima son pocas, apenas una página, una docena de frases. Dramatizándolas, teatralizándolas, ilustrándolas, no recuerdo si en la enciclopedia Lo sé todo o en un número añejo de Billiken o Anteojito, recuerdo haber visto un dibujo de Merceditas, de espaldas, abriendo la ventana y exclamando a una mosca: “Vete, el mundo es demasiado grande para nosotros dos”. De lo cual yo deducía que algún hagiógrafo, o el propio San Martín, había plagiado a Sterne. Lo cual me parecía escandaloso.

Pero yendo a buscar el texto de “Máximas para mi hija” original, en el primer punto, encuentro lo que sigue: “Humanizar el carácter y hacerlo sensible aún con los insectos que nos perjudican. Sterne ha dicho a una mosca abriéndole la ventana para que saliese: ‘Anda, pobre animal, el mundo es demasiado grande para nosotros dos’.” Las traducciones no tienen por qué coincidir: la primera que transcribí es la de Javier Marías, la segunda del propio San Martín, que seguramente leyó el Tristam Shandy en inglés (aviso a la miríada de transcriptores online: es Sterne, no Stern; San Martín lo escribe bien).

De todo esto se deduce que sospechar de los padres de la patria está bien, pero al mismo tiempo que la cita de las fuentes es una práctica que no evitan, ni en las situaciones más honorables, ceremoniosas y tardías, los más grandes, dilectos y ulcerosos.