opinión

Realidad excesiva

Alberto. Su escándalo no deja espacio a los rumores habituales en la sociedad. Foto: cedoc

Esta es una época fructífera para la producción de rumores y trascendidos. A toda hora, en televisión o en redes sociales, supuestos detentadores de información circunstancial arrojan a sus públicos ansiosos datos inconexos de lo que ocurriría en reuniones, aquello que se estaría tejiendo en partidos políticos o lo próximo por fabricarse en el sistema de Justicia. Con esto el público tiende a creer, que aquel en condiciones de anunciar la revelación de un ya no más secreto, sería poseedor de la capacidad de ser señalado como un verdadero genio del análisis de la realidad.

Esta condición debe pensarse en términos de su producción de consecuencias. La posibilidad de tratar a los procesos sociales sobre la base de una mayor complejidad son abandonados. Podría dedicarse tiempo a revisar cómo las tensiones de cursos simultáneos de acciones se condicionan unos a otros, de qué modo los contextos históricos definen lo aceptable de lo no aceptable, o cómo podría comprenderse la manera en que estructuras sociales tienden a influir en un presente siempre intenso (y se puede continuar con más ejemplos). Sin embargo, la era actual no tiene más tiempo que para el próximo rumor, y por lo tanto, reemplaza, con el dato de un simple trascendido, arrojado en condiciones de inmediatez, a la complejidad social con lecturas de un mensaje de WhatsApp en vivo.

Esta semana será fructífera en rumores sobre el expresidente, todo lo que la sociedad necesita para seguir adelante

Si se presta atención una derivación sociológica se hace particularmente relevante. En estas condiciones la predominancia del sujeto, es decir de la acción individual, se torna en una estrella excesiva. El análisis de los procesos sociales son reemplazados por los casos posibles de ser indicados de intenciones individuales en relación a lo que se le ocurriría hacer o no a alguna persona. Precisamente, la realidad sería lo que ocurre en una oficina. Todo esto unido produce una consecuencia interesante: urgencia en el tiempo de un nuevo rumor, y la conexión de ese mismo rumor a una persona que lo protagoniza, porque justamente, no hay tiempo más que para eso.

Pero algo funge, al mismo tiempo, como lo necesario para permitir que toda esta operación sea posible. La condición de su funcionamiento es la separación clara entre un lado interno (el sitio de la producción del rumor), y otro lado externo (el que se irrita con la escucha de esa información). Y el rumor, especialmente, no necesita ser cierto, necesita solo estar encapsulado en aquello que no se puede terminar de confirmar. Incluso, es un buen motor del sostenimiento de las creencias, ya que a los enemigos se les pueden asignar los peores rumores de manera sistemática para así suponer que se confirmaría, que todos estos personificarían lo peor de todo lo peor posible.

Los rumores son sencillos. Su utilización para dar sentido requieren menor complejidad que la lectura de Husserl o de Heidegger, y actúan como buen resguardo de los participantes tardíos en política, como los actores y actrices en el kirchnerismo, o los ahora libertarios provenientes del consumo excesivo de redes sociales o de juegos de computadora. Cristina Kirchner puede acusar al poder concentrado de intenciones malignas y ser transmitido en un canal de televisión amigable a sus ideas, para que luego un periodista comente rumores o información “clasificada” que ejemplificaría esta dinámica del poder. Javier Milei puede acusar de ladrones a los políticos y hablar de la reducción del gasto del Estado, para luego ser replicado al aire por un medio cercano a través de un periodista indignado que podría reforzar la idea con algún dato clave. En este encadenamiento no hay ninguna posibilidad de profundizar; solo se recibe como válido a la acción sencilla de un trascendido, que refuerza aquello que ya se piensa de antes.

Con Alberto Fernández esto ingresa en una dinámica alternativa. Su exceso de realidad es desmesuradamente perturbador y casi inmanejable. Mientras las tensiones políticas requieren de estos ya mencionados supuestos, que nunca son reales, ni nunca son mentira, con Alberto se ofrece un mecanismo que no deja lugar a la imaginación de alguno de estos dos lados. No se puede suponer que se festejó un cumpleaños en Olivos en medio de las restricciones que él mismo había establecido, sino que se ve efectivamente que ese festejo fue ejecutado a través de una foto en la que él mismo participa. No se puede suponer o tener el trascendido de que estuvo en el despacho presidencial con una persona en una relación amorosa, sino que se puede ver cómo él mismo es el “cameraman” de su propia aniquilación, porque es Alberto el que filma la escena. Y no hay manera de imaginar de que ejercía violencia física sobre su pareja, porque se distribuyen las fotos como forma de hacer pesar la realidad sin que exista escapatoria para una historia diversa factible.

Debería llamar la atención su ruta hacia la completa soledad, no solo como un producto de actos intolerables para la sociedad moderna, sino como un acumulado de acciones imposibles de encasillar en estos esquemas de supuestos. Durante su gestión presidencial se podía hacer un juego similar de exhibicionismo equivalente al que ahora él protagoniza, porque de cada cosa que decía, había un video o un tuit recitando exactamente lo opuesto. Hace tiempo que él es protagonista de sus propios horrores frente a los públicos siempre atentos.

Javier en el espejo de Alberto

Desde el caso Nisman, la Corte Suprema de Justicia o críticas a Cristina o a Sergio Massa, se exponía un pasado reciente de contradicción que precisamente solo pudo ser contenido por el techo protector de una decisión de Cristina. Su candidatura, coordinada por su vice, sirvió para dejar en pausa ese paso anterior por los medios, para colocarlo ficticiamente en una corriente ilusoria de pensamientos que encubrían esa mezcla de frases. Con ella se podían construir rumores nuevos, trascendidos actualizados, en los que se destacaba la idea de que él era un títere de Cristina porque en una aparente intimidad, funcionaba como su víctima. Esto solo fue un ejercicio de asignación causal que entretuvo durante un tiempo importante a parte del periodismo con su público. Debe ya quedar claro que era otra la escena.

La sociedad tiene problemas con la realidad, y Alberto en su desastre ofrece una cantidad excesiva. Los enemigos del kirchnerismo rápidamente ubican a su persona dentro de un recorrido casi institucional de esa corriente política, y no como un caso personal perturbador, aislado. El kirchnerismo sobreviviente lo sitúa como un desvío individual, como un impulso no orgánico, que nada expresa sobre su historia. Mientras Alberto se queda solo, mientras sus rastros objetivos desestabilizan el orden conocido, el resto inmediatamente acciona el proceso de restitución de supuestos cruzados. Hay que inmediatamente darle sentido a la realidad, porque en su crudeza es poco lo que se puede hacer.

Esta semana será fructífera en rumores sobre el expresidente. Imágenes de su balcón, mensajes de WhatsApp de su hermano, trascendidos sobre su estado de salud y hasta información aparente en torno a su estrategia judicial. Justamente, todo lo que la sociedad necesita para seguir adelante, mientras espera algún video nuevo de Alberto. Pero ya a esta altura, eso queda más del lado del entretenimiento que del análisis social. Tal vez por eso a la política le guste sumar tantos artistas y periodistas a sus organizaciones, ya que son la garantía de tener a la realidad bien lejos.

*Sociólogo.