¿HEREDERO O PROTAGONISTA?

Quién so vo

Lejos de ser un espectador ajeno, Máximo Kirchner es uno de los actores que intentan ser "novedosos", pero que siguen imponiendo un esquema de poder marcado por sospechas históricas de corrupción, enriquecimiento ilícito y un manejo turbio de los recursos públicos.

Máximo Kirchner en el Club Atenas de La Plata. Foto: Prensa La Campora

Es difícil encontrar un personaje en la política argentina que represente con mayor claridad el desprecio por la responsabilidad pública que Máximo Kirchner. Este heredero político, que ha sabido mantenerse en la cima gracias a su apellido, parece haber encontrado su lugar en la historia como una sombra alargada de un legado que, lejos de aportar soluciones, ha profundizado la crisis del país.

Durante años, la narrativa que rodeaba su figura estaba marcada por la imagen de un joven que, sin más opción, había recibido una pesada carga política y económica de sus padres, Néstor y Cristina Kirchner. Se lo mostraba como una especie de víctima del poder heredado, alguien que, sin habérselo ganado, había sido empujado a ocupar un lugar central en la política nacional. Sin embargo, el paso del tiempo ha demostrado que esa imagen de inocencia ha quedado en el pasado. Lejos de ser un espectador ajeno, Máximo Kirchner es uno de los actores que intentan ser "novedosos", pero que siguen imponiendo un esquema de poder marcado por sospechas históricas de corrupción, enriquecimiento ilícito y un manejo turbio de los recursos públicos.

Ya no se puede decir que es simplemente "el hijo de", una figura sin autonomía. Máximo es hoy un protagonista consciente y activo de las decisiones que han sostenido un modelo económico que privilegia a un círculo cercano, mientras las grandes mayorías sufren las consecuencias de una crisis prolongada. En lugar de desmarcarse de los errores y excesos de su familia, Máximo ha hecho propios los "pecados" que sus padres cometieron en nombre del poder. La concentración de la riqueza, la corrupción sistémica y el clientelismo político que caracterizaron a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Máximo ha abrazado esos pecados heredados, convirtiéndolos en el centro de su propio proyecto de poder.

Máximo no es un líder. No tiene la más mínima idea de lo que significa gobernar.

¿Quién es, al fin y al cabo, Máximo Kirchner? Para muchos, no es más que el hijo de un presidente que habría iniciado una asociación ilícita de corrupción y negocios turbios con figuras como Julio De Vido y Lázaro Báez. Una era que dejó profundas cicatrices en la Argentina, marcada por la falta de transparencia, el populismo barato y los acuerdos oscuros. A nivel internacional, la gestión kirchnerista, con la influencia de la familia, dejó al país en una posición ridícula. Argentina, que alguna vez fue una potencia regional, es hoy vista como una telenovela trágica, repleta de promesas vacías y errores garrafales.

Históricamente, la política argentina ha visto surgir herederos políticos, figuras que aprovecharon sus conexiones familiares para ganar poder. Sin embargo, el caso de Máximo Kirchner es particularmente escandaloso. Un hijo sin estudios formales, sin experiencia, cuya única cualidad parece ser su linaje y la imposición de un apellido. No fue elegido por su capacidad, sino por ser el continuador de un proyecto familiar que ha sabido mutar de acuerdo a las conveniencias. Y, al igual que en otros momentos críticos de nuestra historia, lo que se perpetúa no es un gobierno, sino un negocio.

En la política de hoy, Milei gobierna, pero el ego es quien manda

Máximo no es un líder. No tiene la más mínima idea de lo que significa gobernar. No es tan actor de su circunstancia sino heredero de los hechos, pero es un heredero. Como tal, administra lo que recibió y obtiene réditos de eso. Aún no creó valor.

Es momento de que te hagas cargo, Máximo. Hacete cargo del país que contribuiste a destruir, de los jóvenes que no tienen futuro, de los trabajadores que no llegan a fin de mes, de las instituciones que tu familia convirtió en meros peones de sus intereses personales. Es hora de que entiendas que la política no es un negocio familiar, que no se trata de perpetuar un apellido ni de mantener privilegios. La verdadera política es servicio y, en ese aspecto, no has mostrado ni un mínimo de compromiso.


 

ML