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Qué suerte la nuestra

. Foto: Cedoc Perfil

¿Qué pasa cuando el reposado ya no luce reposado, sino más bien adormilado, abombado, abotagado, pachorriento, presa de algún irrevocable letargo, sumido en un apaciguamiento total? Porque el reposado, de por sí, parece prometer reflexión, lo propio del que sabe tomarse un tiempo, del que no se precipita, del que logra manejar sus impulsos, del que piensa antes de actuar (o de hablar, que es un grado previo). 

El que aumenta la cualidad del reposo hasta convertirla simplemente en modorra, un bache de somnolencia del que no atina a emerger, no augura un accionar sopesado, sino el riesgo de la inacción. No el preludio caviloso que precede al movimiento, y que habrá de insuflarle un criterio, sino un sopor de quietud apocada que se empasta en la inmovilidad. No es mesura lo que ahora transmite, sino un estancamiento eventual. Ya no luce, se desluce.

Por contraste con una figura de esa índole, cuando se instala y se prolonga en el tiempo, puede llegar a resultar atractivo algún frenético singular, algún desaforado conspicuo, el excitado o sobrexcitado, el que no para ni puede parar (es preciso distinguirlo claramente del enfático, del vehemente, del apasionado: son dos cosas ciertamente distintas).

Alguien así puede en principio resultar atractivo y activar hasta alguna esperanza, pues sacude la espesa pesadez de una parsimonia. Funge de despertador: espabila y, por acelerado, parece acelerar los tiempos.

La comparación inicial lo favorece: respecto de quien, atortugado, ha pasado a dar la impresión de que al final no hará nada (o un poquito tan despacioso que equivale finalmente a una nada), este otro da la impresión de que, en cambio, algo hará. Algo, algo, al menos algo. Y al principio no importa tanto qué: ese algo, por ser algo, aventaja a la posibilidad de la nada. Puede resultar preferible, incluso antes de que se sepa qué es o qué habrá de ser.

El problema puede presentarse después. Cuando, pasados los primeros impulsos, sacudón y despertar, ese algo indefinido se convierte en definido, se resuelve en cosas concretas y esas cosas son dañinas: dolorosas, perjudiciales, destructivas, aflictivas.

¡Qué suerte la nuestra que lo vemos de lejos, pues no votamos en Estados Unidos!