Puteame pero votame
Lo admiten en el Gobierno y lo necesita Vidal en Buenos Aires. Kicillof hace campaña invisible.
"El Conurbano es hoy nuestro problema. Tenemos ahí un desafío gigante”. Así se expresaba en la mañana del viernes una voz del entorno de María Eugenia Vidal con tono de preocupación. No es para menos: quien se juega todo en ese territorio con aires de Far West es ella. En muchos de los distritos que conforman esa geografía intrincada y abundante en contrastes hay un enojo rabioso contra Mauricio Macri que la perjudica absolutamente.
Por eso el Presidente ya no pisa esos lugares. Sus paseos electorales los da por Vicente López, redil de su primo, Jorge Macri, donde sabe que será bien recibido y bien tratado. El resto queda para Vidal, que la tiene muy difícil. Ella lo sabe. Macri, también. El sueño de ganar en los bastiones del peronismo en el Gran Buenos Aires se esfumó. Ahora hay que procurar no perder lo que se tiene. Por eso Quilmes y Pilar representan dos dolores de cabeza fuertes para el oficialismo. Los números le siguen siendo adversos a pesar de la creciente cantidad de recursos que se están redireccionando hacia esos municipios. Domina allí la realidad de mucha gente de clase media baja que durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner estaba medianamente bien y para la que hoy las cosas están mal.
Muchos de ellos eran pequeños comerciantes que debieron bajar las persianas de sus negocios. Su enojo con Macri es mayúsculo. Por eso allí se ha comenzado a desplegar con intensidad la estrategia “puteame pero votame” pergeñada desde la usina de campaña que encabeza el jefe de Gabinete, Marcos Peña.
Vidal tiene que sacar 25 puntos en el Conurbano para que, sumado a lo que obtenga en el resto de la Provincia, pueda superar a Axel Kicillof.
Por eso se le está prestando especial atención a lo que vaya a suceder en las grandes ciudades del interior del primer estado argentino. En Mar del Plata –de cuyo intendente, Carlos Fernando Arroyo, es muy crítica– la mayor intención de votos es para la candidata del Frente de Todos, Fernanda Raverta. Según las encuestas, alcanzaría aproximadamente el 32% pero, la suma de los sufragios de los candidatos de Juntos por el Cambio –la concejal radical Vilma Baragiola y el ex ministro de Seguridad de la Ciudad de Buenos Aires, Guillermo Montenegro–, superaría por unos 6 puntos los guarismos de Raverta. El posible triunfo del oficialismo se daría, además, por un detalle no menor: Mar del Plata tiene una larga trayectoria en el apoyo a partidos vecinalistas. Esa fuerza –cuyo exponente fue el ex intendente Gustavo Pulti– le quitaría a Raverta los puntos que necesita para ganar.
En Bahía Blanca –fuerte bastión del oficialismo– Héctor Gay, actual intendente, se impondría por un margen de 7 puntos ante el candidato del kirchnerismo, el senador Federico Susbielles. No todas las encuestas coinciden en esa diferencia; en lo que sí concuerdan es en la reelección de Gay.
En La Plata, se observa una situación similar a la de Bahía Blanca. El precandidato que mide más es el actual intendente Julio Garro, hombre de Juntos por el Cambio, pero la interna del Frente de Todos es más amplia. Compiten allí cinco candidatos: Victoria Tolosa Paz, Florencia Saintout, Federico Martelli, Guillermo Escudero y Luis Arias.
Cada uno tiene un perfil propio con lo cual, según quién sea el triunfador, puede haber tracción de votos de indecisos o desilusionados para un lado o para el otro.
Desde el oficialismo asumen que los números no van a ser como los de 2015, ni mucho menos como los de 2017. Y eso genera ansiedad.
En los municipios inciertos, los sondeos muestran que el resultado va a estar atado a la extrema polarización a nivel nacional que seguramente se va a ahondar tras la PASO.
Un dato novedoso es que la boleta que más tracciona es la del medio. Y la boleta del medio es la que lleva como candidata a María Eugenia Vidal. La duda es cuál será la real capacidad de la gobernadora de mover la boleta de Macri hacia arriba. Y eso es algo que ni los oficialistas, ni los opositores, ni los encuestadores saben. Si esto se corroborase el día de la elección, se estaría además, ante un hecho inédito.
A escondidas. En las últimas semanas, Axel Kicillof ha optado por una campaña más bien subterránea. Es producto de una estrategia basada en una cruda y estricta apreciación de la realidad: cada vez que habla, baja en las mediciones. Los intendentes peronistas del Gran Buenos Aires no están felices con la candidatura del ex ministro de Economía de CFK. Se sienten incómodos. Prefieren a Sergio Massa. Sin embargo, su futuro en ese universo va a ser complicado. Su objetivo es llegar en algún momento a la presidencia de la Nación. Y eso no es lo que está en los planes de La Cámpora. Por el momento, Massa es absolutamente funcional al kirchnerismo ya que le suma a la fórmula Kicillof-Magario los votos que hoy le permiten estar a la cabeza de todas las encuestas.
El voto kirchnerista está consolidado. Y es el que le está augurando el triunfo en las PASO. Pero con lo que tiene, a la fórmula Fernández-Fernández aún no le alcanza para ganar la elección presidencial, sea que se defina en octubre o en noviembre.
Debe ir a buscar el voto independiente. Y esa es su principal dificultad. Alberto Fernández no parece haber podido hasta aquí vencer ese obstáculo. Su perfil moderado, que sin duda fue el objetivo de su elección por parte de Cristina Fernández de Kirchner, se ha desdibujado en alguna de sus apariciones públicas. La última, en la Facultad de Ciencias Exactas en donde se refirió a la científica Sandra Pitta, ahondó esa percepción. Quiso conjurar su miedos y logró exactamente lo contrario.
Es menester detenerse un momento en este tema del miedo al otro en el medio de la vorágine de esta campaña de la nada. Lo hay en los dos lados de esta maldita grieta que divide y embrutece a una gran parte de la sociedad argentina. Este convicción de que si gana uno al otro le va a ir mal, es fatal. Y lo peor, es que ese pensamiento tiene bases de realidad. Fueron muchos los que la pasaron mal durante los años del kirchnerato. Y son muchos los que la están pasando mal durante este gobierno.
La polarización extrema que impulsan tanto Juntos por el Cambio como el Frente de Todos, es letal. Lo hacen, además, con un mensaje disociado de los hechos: ambos aseguran que van a gobernar para todos, pero lo que hacen es hablarle y congraciarse con los adeptos y descalificar al que piensa diferente. Se asiste a un verdadero oxímoron político carente de contenido que llena de incertidumbre el destino de la Argentina.
Producción periodística: Lucía Di Carlo.