voces

Primera persona

. Foto: Cedoc Perfil

Yo, ¿quién soy? Se supone que refiero a cada uno cuando se nombra a sí mismo. Soy lo que las personas se adjudican como ser. Soy la palabra espejo, el retorno sonoro de la autorreferencia. Alguien dice “yo” (o sea, me nombra), y mi destino circular enseguida se satisface (vuelvo a designar a quien me nombra). Por supuesto que “yo” (que según dicen provengo de una letra caída, cuando en el siglo VI las hablas latinas vulgares dejaron de pronunciar la “g” intervocálica de mi antigua nominación “ego”) no soy igual en todas las épocas. Voy pasando de filósofo en filosofía, de la antropología a la lingüística y al psicoanálisis, convirtiéndome en una de las ficciones más prolíficas. Sin embargo, en la actualidad, la multiplicación de categorías –que en lugar de ampliar el panorama a veces parece reducirlo a fuerza de clasificaciones– me desconcierta. Se supone que “yo” (o sea, quien les habla, que no soy la firmante, sino el personaje que imprime su sesgo en estas líneas movedizas) correspondo a lo que llaman la primera persona del singular. Así, cada vez que aparezco me endilgan toda clase de impresiones, sentimientos, atributos… Hasta llegaron a decir que “yo” es otro (por cierto, le agradezco al tal Rimbaud este pequeño descanso de autonomía). Tantos han querido encorsetarme, como si mi existencia se rigiera por la voluntad de ser (y no de la representación). Ahora bien, si “yo” soy la primera persona, ¿nadie me precede? Y si “nadie” me precede, ¿acaso estoy sola en tanto primera? No creo que “yo” alcance para convertirme en alguien. ¿Cómo puede ser que exista una palabra acotada a la autopercepción? 

La mirada de los otros también me designa (siempre y cuando no sea prejuiciosa o injuriante). Entre Lewis Carroll y Borges (de la mano de Hume y su original concepción del “yo”, oscura, inabordable), confieso que me relajo. Depongo mi estatuto de timonel de la existencia y me convierto en plural, variable. Más que primera persona, indicativa de mí misma, percibo a los que me constituyen. Por eso, en estos tiempos tan aferrados a posturas, rótulos y autopercepciones, me precipito a acortar la distancia entre todas las personas: arrimarme al “tú” (vos) lo antes posible, a la tercera (o como quieran llamarla) y sobre todo al “nosotros” (ídem), a los enfrentados “ustedes” y a los relegados “ellos, ellas, elles...”. Incluso revindico una voz que suele atribuírseme con desagrado, al menos parece floja: la voz pasiva. Sin embargo, ¡cuánto complementa mi aislado reino! “Yo juego”, “yo me juego”, “yo brindo”, “yo me brindo”… Quizá la voz pasiva sea la más activa de las voces.