lecturas

Plurales

Alfabeto Foto: Pixabay

Decenas de veces uno puede haberlas leído, decenas de veces uno puede haberlas escuchado (y hasta incluso, por qué no, cantado), y sin embargo, hay palabras que pasan inadvertidas hasta que alguien (en ocasiones puede ser uno mismo, pero lo más frecuente es que sea otro) se detiene y las subraya. Me pasó por ejemplo, hace unos días, con una de las columnas que Diego Fischerman publica habitualmente en eldiario.ar: hablaba de “El arriero”, de Atahualpa Yupanqui, y en un momento subrayó este verso: “Un degüello de soles muestra la tarde”. Yo no soy muy de fogón, de noches ni de grupos, pero habré cantado “El arriero” unas cuantas veces, y unas cuantas veces la escuché, de Atahualpa a Divididos, y nunca había advertido el prodigio de ese plural.

Al leerlo me acordé, no de Marilina Ross, sino de una entrevista que Antonio Carrizo le hizo a Roberto Goyeneche (porque hace años, en las mañanas de Radio Rivadavia, el que hablaba era Antonio Carrizo). En un momento dado de la conversación, que luego Página/12 editaría en forma de disco, Goyeneche destacaba este verso de Homero Manzi en “Sur”: “las calles y las lunas suburbanas”. Antes el sol y ahora la luna, singulares por definición, siempre solos en su cielo, se traspasan al plural, y al hacerlo se transforman.

No es extraño que Goyeneche subrayara tan bien, porque cantaba subrayando; ni es extraño que lo haga Diego Fischerman, que es maestro de la escucha atenta. Porque subrayar tiene que ver con eso, con la atención, con llamar la atención (al cantar, al escribir) o con prestar atención (al escuchar, al leer). María Moreno tituló Subrayados un libro suyo de recopilación de lecturas.

Lecturas

De la lectura en soporte de papel me gusta, entre otras cosas, que el subrayado trae los gestos y los instrumentos que son propios de la escritura (en otros soportes el efecto se debilita o se pierde). Subrayar supone detenerse y volver atrás, haciendo de la lectura un arte de la lentitud y no del apuro (incluso las fugas hacia delante de las novelas de César Aira admiten esa alternativa: la de detenerse a subrayar, para ver cómo lo hizo). El subrayar como una práctica de intensificación de la lectura.

Eso que se hace al leer se anticipa al escribir con el recurso a las bastardillas o a las negritas. El texto ofrece sus subrayados antes de que el lector mismo subraye. Pero hay otra forma de destacar que pasó a generalizarse en la prensa y en los manuales escolares, que consiste en extractar y recuadrar. Si la relación con el texto se intensifica con la frase subrayada, con la frase extractada se anula. Se pasa a leer de a cachos, puras frases sueltas, desgajadas (como ocurre, en lo audiovisual, con la reducción de todo a videítos). No son ya lecturas fuera de contexto, sino lecturas fuera de texto: fuera del texto mismo. Poco propicias para la comprensión de lo que se lee, pero formidables para poder largarse a decir cualquier cosa, sin tener demasiada idea de lo que el otro se supone que dijo, y que muy probablemente ni siquiera dijo.