Piano, tango, Buenos Aires
Dirigida por Rodrigo Noya y Hernán Gallegos, la miniserie documental de 2023, El piano y el tango, se presenta como el recorrido por “una estética y un lenguaje pianístico que, en menos de treinta años, se desparrama por el mundo y se consolida como la música popular de Buenos Aires”. Con interpretaciones de grandes músicos y la buena nueva (al menos para mí que no soy muy del palo) de la noble labor de quienes hacen partituras a partir de grabaciones antiguas, apuesta, de refilón, a mostrar fragmentos de Buenos Aires que rehúyen de lo esperable. No vemos el Obelisco, Caminito, Congreso, o Plaza de Mayo, sino porciones de la Ciudad que podríamos calificar de anodinas o tristes, tan poco glamorosas como para provocar rechazo en los paladares fascinados con las copias deficientes de bicisendas, cerramientos y espacios para sentarse que en sus tiempos importó Larreta de París o Ámsterdam.
Fachadas sin ninguna cualidad especial, escudos de equipos de fútbol de la B o la C pintados en paredones resquebrajados, fábricas y galpones que parecen abandonados, dan una pauta, no sólo más familiar de la Ciudad, sino más a tono con lo que el tango muchas veces expresa. Todo es tan sinceramente porteño que, si somos un poco sensibleros, emociona. Es que en cada avance del horror arquitectónico que la toca al menos desde fines de los 60, los que amamos Buenos Aires podemos ver otro tipo de seducción, algo que podríamos definir como estilo. Tras el esplendor de fines del IXX y principios del XX, las construcciones se fueron envileciendo, sí, pero también fueron mostrando un afán de supervivencia, unas ganas de seguir adelante contra viento y marea que solo pueden tener lugar en una urbe presumida y colosal. Las modas y vicisitudes dejaron un legado que incluye aberraciones, como esos frentes recubiertos con algo que parece vidrio molido o los dúplex menemistas de ladrillo a la vista e iluminación dicroica, y polaridades extremas: de los edificios con sum, quincho y pileta a los monoblocks, de las fortalezas de tres pisos para una familia, a las villas. Todo amalgamado en un clima húmedo y soleado, que da larga vida a los techos formados por las copas de los árboles en avenidas y a la invasión lila del jacarandá (no siempre son los plátanos de Sarmiento). Como las tomas seleccionadas por Noya y Gallegos, los distintos avatares edilicios de Buenos Aires conmueven. Es que expresan con gran franqueza las aspiraciones y sueños frustrados de sus habitantes. O quizás no, y escribo esto solo porque estoy lejos y extraño.
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