¿Destino?

Personas en situación de perros

Calle. La soledad es jodida. Ves los bultos contra una pared. Foto: AFP

Los seis perros, flacos, altos, polvorientos, trotaban sin montura por Irala en dirección al centro de la ciudad. Se detuvieron ante el semáforo en rojo de Martín García como si el más adelantado hubiera levantado la pata, ordenando parar. Cruzaron hacia el Parque Lezama. Dos de ellos se abrieron para oler, mear, al pie de los árboles. Los demás esperaron. Luego, todos juntos siguieron su camino por la vereda, sin entrar al parque.

Desde la calle Defensa venía un paseador que llevaba envueltas en el puño enguantado las correas de las que tironeaban siete perros de pelos con colores relucientes, tres de ellos tenían bozal. Cabeceaban hacia el interior del parque. El paseador los retenía con esfuerzo, echando el cuerpo hacia atrás, hasta que se dejó llevar, cedió al reclamo, apuró el paso. De pronto, las dos bandas de perros se miraron. Capturé ese instante dramático en un pestañeo, como si tomara una foto.

El encuentro fue breve. Que yo recuerde, no pasó primero de un olfateo general a distancia, seguido de un husmeo más cercano, corporal, bocal, anal. Una vez reconocidos entre sí, cada uno de los grupos volvió a lo suyo. Buscarse la vida unos, disfrutar de su hora animal los otros. La escena sucedió hace ya algunos años. Vuelvo a ella como si todavía tuviera algo qué decirme, además de la evidente alegoría. ¿Suelto o atado, qué perro te gustaría ser? En situación de perro no hay mucho para elegir, me dije. Te toca, o no te toca.

Te toca Milei, te adopta, sos su hijo de cuatro patas. Pasás a llamarte Conan. Te sacan a pasear, aplauden tus cagadas, varían el menú, te acostás en el sofá, mirás la tele, dormís en la cama. Sin otras obligaciones más que las de mover la cola cuando te acarician, obedecer, dar la patita, demostrar alegría, lengüetear mejillas, completar con saltitos, sin sacar las uñas, la ración mínima de cariño diario que todo humano necesita para sobrevivir. Bien tratado, en plan cuidado, aunque tu raza de mastín dura menos que el promedio, mínimo ligás un año más como bonus track.

Eso sí, siempre atado, o entre rejas. Libertad, las pelotas. El collar colocado con la cadenita de la que cuelga tu chapita, en la que figuran los datos necesarios para que te devuelvan si te perdés, o pidan rescate en caso de secuestro. Nombre, apodo, teléfono fijo, o celular. Si hay de los dos, mejor, por las dudas que uno dé ocupado. Ni hablar de ponerla con cualquier perrita. Ni en sueños, que esos no los controla nadie. Mirá si se te ofrece una socialista cachonda. Hijos tendrás cuando mueras. Te los clona tu padre.   

El dolor no olvida

Si no te toca, guau, la soledad en invierno es jodida para los que ni nombre tienen. Ya ves los bultos en las calles, contra una pared, en los umbrales. Buscate un hueco entre esas mantas de lana áspera. El calor, sea de cualquier cuerpo que se perciba, siempre es bienvenido, se agradece. Durante el día van a compartir con vos las sobras, lo que hay en los contenedores, lo que les den. Para el resto de hambre, te las vas a tener que rebuscar. No hay comedores que atiendan perros, ni limosnas, no podés salir a vender medias, pañuelos, o ladridos que den miedo, pero no van a faltar palabras amables, o quien tire un hueso.

A cambio, vos sí podés darte el gusto de fantasear como un salvaje libertario. Perrear cada noche con cachorras que no presumen de pedigrí. Sin marca, sin sellos de raza, sin límites, sin temor a la mezcla, a contagiarse ideas, sin prejuicios de edad, piel, religión, ni condición social. Amantes de salchichas, de un gran danés, o de un chihuahua, que no preguntan a quién votaste, no hacen interrogatorios policiales.

Imaginate ahí, en el canil con calefacción pagada por la residencia de Olivos, masticando un bife de chorizo, abrazado al lomo de tu amor, cercado por los celosos tarascones de Murray, Milton, Robert, Lucas, los cuatro hijos de mil Conan, así llamados en homenaje a los economistas que copia Milei. Te quieren rajar de la historia, pero vos les eructás tu libertad en la cara.       

Me dirás que será duro el despertar. Sí, fiel amigo, pero quién te quita lo soñado.  

*Periodista.