Periodismo espurio, espías y mala praxis en la profesión
“Es una falta grave, muy grave, que quienes ejercen este oficio se sumerjan en las oscuras aguas de la tempestad que está inundando centenares de páginas, miles de minutos de radio y televisión, infinidad de intervenciones en redes sociales y discursos políticos con manifiestas intenciones non sanctas”. Escribí estas palabras cuatro años atrás, en la columna que titulé “Intimar con las fuentes lleva a pisar el palito”. En esencia, se trataba entonces, como hoy, de orientar a los lectores de PERFIL para navegar con cierta seguridad por las oscuras aguas de la tempestad que hoy perturba el universo del periodismo argento.
Hoy, como entonces, se hace difícil identificar la buena información cuando ella viene contaminada por un cúmulo de influencias negativas surgidas, muchas veces, de las usinas de desinformación que alimentan los extremos, a uno y otro lado de la grieta. Más aún cuando esas usinas son alimentadas con el combustible tramposo de servicios de inteligencia más o menos orgánicos, como los que actuaron para poner al descubierto el escandaloso viaje al sur de jueces, funcionarios y empresarios poderosos: en este caso hubo espías que hackearon a buena parte de los concurrentes a ese evento, espías que embarraron la cancha para beneficiarlos o perjudicarlos, personajes non sanctos que siguen ensuciando el escenario informativo.
Agregaba en aquel texto de marzo de 2019: “¿Es lícito basar la tarea de quien ejerce este oficio en informes suministrados por personajes oscuros, marginales, generalmente infectados por el virus desinformador de los sistemas de espionaje? La respuesta es un no rotundo, aunque los datos aportados por el informante oscuro parezcan ciertos, comprobables. (…) La trampa de aceptar como válido lo que esos personajes ofrecen conlleva el riesgo cierto de pisar el palito y caer en una jaula de la que será muy difícil salir limpio”.
María Dolores Masana Argüelles fue jefa de Internacionales de La Vanguardia, Barcelona, miembro del buró de Reporteros sin Fronteras (RSF) y exvicepresidenta de la Comisión de Quejas y Deontología de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España. En un artículo que publicó en El País de Madrid, señalaba: “Perder credibilidad es lo peor que le puede ocurrir a un medio de comunicación. No se puede aceptar que los periodistas recurran a medios ilícitos para conseguir exclusivas impactantes en aras de una mayor audiencia. Menos aún, cuando los métodos empleados son constitutivos de delito. (…) Hoy la prensa se debate entre el escándalo, la opacidad, la desinformación cuando no la transgresión de la ética. Hay que decir bien alto que en periodismo no todo vale. ¿Conseguir una información a toda costa? No. Rotundamente, no cuando hablamos de prácticas ilícitas que rozan el delito”.
En un interesante artículo publicado en el Correo de la Unesco, el británico Aidan White, director de la Red de Periodismo Ético, destacó que en los últimos 15 años “el periodismo de información ha decaído espectacularmente debido a que las tecnologías han transformado de arriba abajo los modos de comunicación de la gente y el funcionamiento de los medios informativos”. En otro tramo de su texto, White puntualizaba que “las informaciones falsas o trucadas, la propaganda política y empresarial y los abusos vergonzosos observados en las plataformas digitales suponen una amenaza para la democracia y, al mismo tiempo, abren nuevos frentes de combate a los defensores de la libertad de expresión, los decisores en materia de políticas y los profesionales de los medios”. Desafíos que nos plantea este cambiante (para mal) mundillo del periodismo espurio.
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