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Paseo de primavera

. Foto: Cedoc Perfil

Ella agarra el bastón y pregunta si hace frío o calor. Salen. Él le dice que está templado, no hace falta que lleve abrigo. Van despacio, él la sostiene de la mano libre. Cada diez, veinte pasos, ella tiene que detenerse para respirar. Él le dice que no respire con la boca abierta y que no doble hacia afuera la pierna izquierda, que así se cansa y pierde estabilidad. Van hacia la plazoleta que lleva el nombre de un difunto pianista y director de tango que repartía por igual los ingresos entre los músicos de su orquesta. Si el gobierno supiera que fue comunista la mandaría a rebautizar, luego de quitar la estatua o monumento, entre fea y moderna.

Pero no hay que dar ideas estúpidas, porque siempre hay un cretino que las quiere ejecutar. Un ex ministro quiso tirar un edificio histórico que está en medio de una avenida, con la excusa de que obstaculiza el tránsito pero en verdad porque lleva el nombre o tiene adosada a las paredes exteriores la escultura de la mujer de un ex presidente.

Pasan junto a unos asientos  con símil acolchado, están manchados de caca de paloma, y se sientan en un reborde de la construcción. Ella temía que el lugar estuviera lleno de bicis y motos de repartidores que fuman y toman cerveza, pero no. “Está lindo”, dice. Después dice que se aburre a lo largo del día, que quisiera hacer cosas nuevas. Él le pregunta qué querría hacer además de volver a ser joven, tener novios y un marido distinto del que tuvo. No, dice ella. Me gustaría viajar en un crucero. Él se ríe. ¿Cómo se te ocurrió eso? Con tu estabilidad, únicamente podría hacerlo en silla de ruedas, y eso si para subir al barco te ponen una rampa. ¿Te imaginás, el barco moviéndose en una tormenta? Ah, no pensé en eso, dice ella. ¿Y adonde irías? A Brasil. ¿Y qué harías en el viaje? Miraría el mar, y después, cuando se baja en el puerto, me tomaría un taxi y conocería lugares. ¿Y con quién irías? No sé, dice ella, no lo pensé. ¿Con las señoras que te cuidan? No, con ellas no. ¿Me estás invitando? ¿Vos irías a un crucero? ¡Ni en pedo!, dice él. Viajar y que me toque un camarote con alguien que no conozco, sentarme a almorzar y cenar con otros desconocidos, esconderme del sol para cuidarme del cáncer de piel, estar encerrado en una tumba flotante con personas que piensan que divertirse es ir a cantar al karaoke del tercer piso y tomar champagne y tragos de colores y comer langostinos y cócteles de camarones hasta reventar, no, gracias, no es mi idea de la felicidad. ¿Y cómo se te ocurrió lo del crucero?

Es que hay un programa de la tele que veo todas las noches, dice ella, con gente que va a cantar y el ganador recibe de premio un viaje en crucero para cuatro personas. Entonces pasan todo el tiempo avisos del crucero a Brasil. ¿Vos irías a cantar al programa? Porque vos cantás. Sí, pero la voz no me da para eso. El otro día de jurado estaba un señor mayor que canta muy bien, que… ¿te acordás cuando tu hija y la madre vivían en la calle donde estaba una señora que fue la mujer del señor…? Ah, sí. Pinky. El que canta es Raúl Lavie, entonces, dice él. Sí. Ese. El otro día cantó y. Él le pregunta si el martes fue con el coro a cantar a un geriátrico. Ella dice que sí, que estuvo muy bien. Es un lugar muy lindo, muy agradable, no hay tantos viejos. Lástima que les pidieron una canción en hebreo y nadie del coro sabe hebreo. ¿Fue Clarita, también?, pregunta él. No, está faltando desde que se cayó. Qué lástima, es un amor de persona, espero que se reponga, dice él. Ella asiente, se queda en silencio, después dice: Pensar que fue tu maestra y ahora…¿sabés lo que me contó la última vez que nos vimos? Vos estabas en el jardín de infantes y todos los chicos estaban haciendo regalitos para el día de la madre. Dibujitos, esas cosas. Y ella se acercaba uno por uno a los chicos para ayudarlos y cuando fue con vos le dijiste que no querías ayuda, que de mi regalo te ocupabas vos solo. Eso la impresionó mucho, todavía se acuerda, dice ella. ¿Yo le dije eso? No me acuerdo yo. Qué carácter debo haber tenido, no sé cómo lo perdí, dice él. La vida, dice ella. También me dijo que de chica tu hermana era hermosa, una hermosura. Sí, dice él. Vos tampoco eras feo. Ahora los hermosos son mis nietos, tu hija y el hijo de tu hermana. ¿Vamos volviendo? Está fresquito, ya, dice ella.