huellas

Palabra escrita

. Foto: Cedoc Perfil

Ya no me llevan de paseo por las páginas, cabalgando en frases de varios renglones o simplemente dibujando un nombre cualquiera en el reverso de un papel momentáneamente útil. Algunos ni siquiera recuerdan el trazo de las letras, mi naturaleza personal –¡y universal!– de palabra manuscrita. 

Hasta titubean cuando se les presenta un formulario para completar “a mano”, como si se hubiesen vuelto mancos de palabras, al advertir la contorsión de las letras en caótico tropel. 

¿Tan dificil es recobrar el pulso, la parsimonia de la caligrafía, la paciencia de lo escrito, la lentitud del dibujo? 

Me apena que olviden mis formas curvas, el flirteo de las frases, mi andar orondo por las páginas en blanco, surcando (haciendo surcos, rayas en el papel para ararlo) la hoja. Hasta con las máquinas de escribir pasaba un buen rato, al menos la acústica se acomodaba al tacto, tecleaban y el sonido, aunque monótono, marcaba el ritmo de lo escrito.

¿Y si probaran por un rato? Hoja en blanco y a escribir, cualquier cosa, lo que venga y salga: un recuerdo, una idea, la lista del supermercado. Sientan el fluir de la tinta o el lápiz sobre el papel sediento de anotaciones. 

Los dedos se deslizan firmes en la hoja dándole al cuerpo sacudones de sentido, la revelación de la letra propia, parecida al nombre, pero con movimiento. 

Mi gracia es manuscrita. Y no tengan miedo al garabato, me adapto a todos los estilos; soy la palabra con cuerpo, la sensible. 

Mi grafía no esta exenta de recuerdos de infancia que se esconden entre eles altivas o enruladas. Finalmente escribir a mano es la huella de ustedes mismos. 

Una anécdota de mi resurgimiento: la autora de este artículo me convirtió en protagonista del mismo al olvidarse la computadora y recobrar su trazo en papeles sueltos.