Asuntos internos

Otro libro sobre el mal

. Foto: Cedoc Perfil

Catorce años después de haber publicado A sangre fría, Truman Capote decidió escribir otro libro sobre el mal, y para ello se trasladó a un sitio perdido en el oeste de los Estados Unidos (nunca da el nombre: cada vez que un novelista omite el lugar de los hechos, se trata de un lugar de cuyo nombre no quieren acordarse) donde habían ocurrido una serie de asesinatos misteriosos. Personas sin relación entre sí comienzan a recibir por correo pequeños ataúdes de madera con una fotografía dentro. En la foto siempre aparece la víctima futura en una situación cotidiana y banal (saliendo del banco, entrando a un supermercado, etc.), lo que demuestra que alguien los ha estado observando. Podría tratarse de una broma de mal gusto si no fuera porque, indefectiblemente, aquel que recibe ese regalo siniestro termina asesinado. Los modos en que mueren tampoco obedecen a un patrón: una pareja termina quemada en un sótano, del que previamente alguien se tomó el trabajo de obturar cualquier puerta para que no pudieran salir; otro muere en su propio auto, atacado por una docena de serpientes de cascabel a las que previamente se les inyectaron anfetaminas, cosas así, siempre escalofriantes. Truman Capote, a diferencia de A sangre fría, habla aquí en primera persona, invitado por un amigo investigador para que lo ayude a entender qué está ocurriendo: siempre es beneficiosa una opinión ajena y exterior, sobre todo cuando uno se encuentra empantanado. Y sobre todo si el otro es Truman Capote.

El libro se llamó Ataúdes tallados a mano (Relato real de un crimen americano), y se trataba, como puede apreciarse, de una secuela de A sangre fría, con la diferencia de que este Ataúdes tallados a mano es una invención de principio a fin: no existía el pueblo perdido en medio del oeste americano, no existía el amigo investigador empantanado, esos delitos nunca ocurrieron. El homicida, que el en libro tiene nombre y apellido, nunca existió. Lo único verdadero del libro era Truman Capote. Se trata de una pequeña obra maestra de la literatura policial, y sin embargo no tuvo el privilegio de tener su propia tapa: forma parte de una colección de relatos llamada Música para camaleones, publicada en 1980, cuatro años antes de la muerte de su autor.

Capote no era alguien que ignorara su genio. En la decisión de “ocultar” su relato hay una intención incomprensible. Después de A sangre fría, Capote no había logrado lo que más deseaba, esto es, escribir otra gran obra. Solo escribió obras breves, miniaturas incomparables, y trabajó mucho para el cine, el teatro, la radio y la televisión. Pero volvió a escribir sobre el mal, y cuando lo hizo decidió empezar de cero, inventándolo todo. Tal vez comprendió que solo mintiendo se puede llegar a la verdad. Muchos lo trataron de estafador por haber hecho creer al mundo que aquellos hechos que describía eran reales. A lo mejor fue por eso que lo escondió dentro de otro libro, camuflado.

Ataúdes tallados a mano es una pequeña obra maestra, creo que ya lo dije, donde Capote mezcla estilos, apela al lenguaje teatral y cinematográfico, hace observaciones exquisitas y tiene descripciones fulminantes. “Quería que relato fuese como la morderdura de una serpiente de cascabel”, dice en un momento. Y lo es.

Existen un par de intentos de llevar Ataúdes tallados a mano al cine, uno con guion de Peter Blatty (el autor de El exorcista) y dirección de Michael Cimino, y otros intentos entre los que se barajaron los nombres de directores como Jonathan Demme y Sidney Lumet, pero nada se concretó. Si yo fuera editor y tuviera dinero, lo primero que haría sería publicar Ataúdes tallados a mano. Le pediría ilustraciones a otro genio oscuro, Scafati. Seguramente sería un fracaso, pero al menos podría decir que festejé debidamente los cien años del nacimiento de Truman Capote.