incertidumbre

Nubosidad variable

Catherine Laborde. Mujer meteoróloga de la TV francesa. Foto: captura video

Hace unos días en un recuadro de tapa de la edición de papel de Le Monde se informaba la muerte de Catherine Laborde, la mujer del tiempo, meteoróloga de una cadena de TV francesa. Años atrás, cuando le diagnosticaron una enfermedad degenerativa, se despidió de su audiencia, después de dar su último parte del tiempo y pidió que no la olvidaran ofreciendo una promesa final: “yo no los olvidaré”. El presidente Macron, al día siguiente de la muerte de Laborde, escribió en X: “no, no te vamos a olvidar”. Hasta Fabien Roussel, líder del Partido Comunista Francés, la despidió con un sentido mensaje. El primer ministro François Bayrou fue más allá y dio un adiós a quien fuera, dijo, su primera novia en el instituto. Pareciera que Laborde, más que la mujer del tiempo fue el tiempo mismo de una generación de franceses.

Los ingleses también son fervientes observadores del devenir meteorológico y quien ha estado allí algún tiempo, no puede olvidar todo el instrumental desplegado en las paredes de las cocinas, que simulan la sala de mando de una embarcación. Confieso que hay aparatos que soy incapaz de leer. En España es más simple: todo se resume en lluvia o sol y frío o calor. La preocupación argentina acerca de la humedad como causa de mortalidad, para los españoles es un fenómeno paranormal ya que averiguar el porcentaje de humedad es todo un emprendimiento virtual que demanda paciencia, y la sensación térmica es un diagnóstico que hay que buscar en el campo freudiano. La Agencia Estatal de Meteorología no proporciona ninguna de estas informaciones en su aplicación.

En la ciudad de Los Ángeles es raro que llueva. Tanto en otoño como en invierno hay algunos días nublados, y muy de vez en cuando, cae agua del cielo. Se considera a Madrid, una ciudad de poca lluvia con un promedio anual de unos ochenta días con precipitaciones. En Los Ángeles no suele llover más de 35 días en un año. Pues, allí, con esa alta previsibilidad climática, se dedicó a lo largo de dos años y medio David Lynch a dar un informe meteorológico diario.

Durante la pandemia comenzó a subir videos de un minuto a YouTube grabados en su estudio de trabajo, con una ventana hacia la que dirigía la mirada para cargar de veracidad su relato. En medio de su informe solía introducir digresiones que, lejos de interrumpir el informe, lo cargaban de sentido. Después de dar la temperatura, una mañana, dijo que estaba pensando en la canción It´s a wonderful live de Sparkhorse, grupo con el que colaboró en un álbum, para dar luego, sin más, el pronóstico vespertino augurando “hermosos cielos azules y un sol dorado a lo largo de todo el camino”.  Otro día, sin que aparentemente viniera a cuento, soltó una frase de John Merrik, personaje interpretado por John Hurt, en El hombre elefante: “La gente teme al tiempo que no entiende”.

Y sí, el tiempo no se entiende en la medida en que carecemos de la duración exacta del nuestro. A partir de ahí, está todo abierto. Como abiertas están las películas de Lynch que se distraen en diferentes senderos del jardín borgeano, donde Lynch también parece haber leído que el tiempo sueña una cuarta dimensión y la fauna singular que la habita. O mucho más simple, como en el poema de Frost: tomar siempre el camino menos transitado (o inesperado).

En cada video de un minuto del pronóstico de Lynch está la misma perspectiva que en el resto de su obra: la obvia incertidumbre en la que resistimos. El pronóstico del tiempo cierra en falso otra puerta de la inquietud, como demuestra el obituario de Emmanuel Macron, la tristeza del materialista Fabien Roussel y la del sentimental primer ministro francés.

David Lynch, por el contrario, se pasó toda su vida abriendo puertas.

*Escritor y periodista.