validación

Ni una palabra

Imagen ilustrativa | Silencio | Censura Foto: Unsplash | Armin Lotfi

De alguien que reclama no se dice que reclama, se dice que llora. De alguien que protesta no se dice que protesta, se dice que llora. De alguien que cuestiona no se dice que cuestiona, se dice que llora. De los que repudian, refutan, critican, confrontan, no se dice que repudien, refuten, critiquen, confronten: se dice que lloran. ¿Qué está ocurriendo con ese verbo, que ha pasado a reemplazar prácticamente a casi todos los otros? Los especialistas ya han advertido que se está reduciendo drásticamente el repertorio lexical socialmente en uso (hoy la noticia se escribe así: “Lloran reducción del repertorio lexical”). Algo de eso habrá, probablemente. Pero aun así cabe preguntarse por qué fue ese verbo, y no algún otro, el que absorbió tantos otros verbos y empezó a ocupar su lugar.

Hay momentos que son de llorar. Por ejemplo, cuando el amor se acaba y nos dejan (¡pero de ahí la palabra fue quitada! ¡Quitada y reemplazada por el mero afán de hacer plata!). Pero hay momentos que no son de llorar, sino de manifestarse públicamente en las calles, o de exigir respuestas a necesidades básicas, o de rechazar falsedades y vituperios, o de discutir posiciones ideológicas. ¿Por qué llamarle a eso llorar, una y otra vez  llorar, solamente llorar, nada más que llorar? ¿Por qué ver en eso un llanto, por qué ver en eso llorones?

Hay momentos que son de llorar. Por ejemplo, cuando el amor se acaba y nos dejan

No se trata evidentemente de la verdad del llanto (la que atinó a tocar César Aira en una novela llamada precisamente así: El llanto), sino más bien de la necesidad de suponer que el otro está llorando, de entregarse a esa fantasía insistente: que el otro llora y no cesa, para disfrutarlo sin duda alguna (porque existen quienes disfrutan del dolor o del sufrimiento ajeno). La conminación a dejar de llorar, que también es recurrente, no responde entonces a una intención de cobijo o consuelo (como cuando Spinetta canta: “No llores más, ya no tengas frío”), sino a un reproche por flojedad (como cuando canta Gardel: “Fuerza canejo, sufra y no llore / que un hombre macho no debe llorar”). Cierta extraña validación del padecimiento, sostenida por la idea de que hay que saber aguantar, de que hay que saber soportar, y hacerlo además calladitos, hacerlo además sin llorar.