opinion

Maradona, un mito y una voz

En el barro. Diego nunca ahorró palabras. ¿Qué diría ahora de los candidatos? Foto: télam

Viendo el otro día Racing-Platense, noté que el campo de juego estaba en muy buen estado. Y pensé entonces que los campos en Argentina mejoraron mucho en los últimos años. El de Defensa y Justicia es un billar. El de Independiente también es muy bueno. Como el de Estudiantes e incluso el de Boca, que antes se inundaba apenas caían dos gotas. Queda el de River, que muchos definen como el mejor. Reconozco que es un campo impecable, pero –más allá de River, sino en términos generales– a mí no me gustan los campos con mezcla de césped con pasto sintético (y mucho menos los que son todo sintético, como el de Palmeiras, en Brasil). Es cierto, para ser honesto, que cuando se jugó hace poco el Mundial sub-20 en Argentina, muchos campos no estaban buenos. Pero fue un Mundial organizado sobre la marcha, a las apuradas, y jugado en estadios de equipos que no disputaban la Libertadores ni la Sudamericana, ni partidos importantes de campeonato.

Los campos buenos favorecen un futbol más preciso, tocar de primera o a dos toques, mejorar el control orientado –técnica que cada vez ocupa un lugar más importante–, además de favorecer la cuestión estética: es mucho más lindo ver un partido en un campo perfecto. Todo eso es cierto. Muy cierto. Pero, ¿está mal si digo –en voz bajita, casi con vergüenza– que a veces extraño los campos desastrosos de antes?

Había que tener mucho talento para bajarla y dar un pase de primera mientras la pelota iba picando haciendo sapito. Había que ser crack para evitar al mismo tiempo las patadas y los pozos. En Desde La Boca, Martín Kohan y Ricardo Cohen incluyen un capítulo impecable sobre jugar en canchas embarradas, que agrega una reproducción de la famosa foto de El Gráfico de Gatti, Brindisi y Maradona embarrados, sucios como mineros. Maradona, dije, ahora que falta poco para un nuevo aniversario de su nacimiento. Maradona jugando en canchas, en Italia, llenas de barro, de aserrín, de matas de pasto del tamaño de un arbusto.

Lo extrañamos mucho a Maradona. No solo su fútbol, obviamente, sino su decir. Su palabra. ¿Se imaginan a un Maradona vivo y lúcido en estos tiempos? ¿Se imaginan a Maradona opinando sobre Milei? ¿Cómo lo llamaría? ¿El Peluca? ¿Y a Bullrich y a Massa? No hay hoy decidores, por usar un neologismo, como Maradona. Hubo un momento en que Maradona se había convertido en eso, una voz, esa voz y su mito detrás. Pese a ser conocido universalmente, Maradona nunca fue un líder de consumo. Rápidamente las grandes marcas se retiraron y, a diferencia de los Messi, los Cristiano Ronaldo, etc., etc., nadie compraba tal o cual botines porque Maradona los usaba, ni relojes, ni ropa, ni ninguna otra cosa. Mientras los Messi, los Cristiano Ronaldo, etc., etc., tienen una dimensión aspiracional, una imagen pública que se imbrica con el aspecto comercial de esa figura, Maradona, antes de su decadencia final, era solo una voz. Un mito y una voz. Una voz única.