opinión

Males de amores que no cesan

Ellos. Javier y Victoria, Cristina y Axel. Amores y odios en la disputa de poder. Foto: cedoc

Comenzaron los algoritmos en los laboratorios electorales: hasta imaginan a Cristina de Kirchner candidata a senadora en la Capital Federal, siempre y cuando La libertad Avanza y el PRO no lleguen a un acuerdo previo a los comicios. Podría filtrarse en territorio hostil por esa grieta entre las dos agrupaciones hoy dominantes en el distrito porteño. Un riesgo. Pero la viuda preservaría la alcurnia en ese eventual ingreso, cierto estatus más selectivo a quien le produce ardor estomacal regresar a la populosa Cámara de Diputados si se postula por la provincia de Buenos Aires. Además, salir de la órbita bonaerense facilitaría un lugar y acuerdos con el gobernador Axel Kicillof, alzado e irritable con el apellido Kirchner y dispuesto –si puede– a desdoblar los comicios en 2025 y despegarse de la familia sureña. Parece que llegó el momento de romper el huevo. Aunque sus mensajes de campaña bordean la búsqueda de un público en tránsito: les habla a los que perdieron el mate, la carne y el verano, no admite que la gente con bajo poder adquisitivo justifique esas dificultades por la baja de la inflación. Al menos. Como si Axel no leyera las encuestas y supusiera que lo de Javier Milei se acabara en marzo.  

Los que rompieron la huevera, en cambio, son Milei y Victoria Villarruel, de renovadas e inútiles confrontaciones. Nunca cesan en su mal de amores (a propósito, parece que ella encontró una media naranja de apellido Osorio, como cuchicheaban los viejos en los barrios). Las peleas se suceden a pesar de los compromisos de paz: el último, en apariencia, fue una promesa de la vice a Santiago Caputo de aislarse en silencio hasta que se vaya la resaca del conflicto. Pero ella no pudo contenerse frente al episodio del gendarme detenido por el gobierno de Venezuela y produjo un mensaje replicado con furia por otra dama también incontenible: Patricia Bullrich contestó en los términos que le agradan al Presidente. Sostienen que Vicky arguye que el tuit se lo maneja una pariente y que, al enterarse, lo sacó de la pantalla. Tal vez. Pero lo cierto es que, si fuera funcionaria, ya la habrían depositado en la calle hace meses, según el estilo presidencial. Poco explicable el sentido de la confrontación: ninguno puede remover al otro, sin votos suficientes seguirán odiándose por mucho tiempo.

Solo los egos explican estas porfías estériles, repetidas siempre en el pasado. Seguirán odiándose por mucho tiempo.

Solo los egos explican estas porfías estériles, repetidas siempre en el pasado, basta recordar un solo ejemplo: la obsesión de Néstor Kirchner por desplazar a Daniel Scioli apenas llegó al gobierno, ruptura inicial basada en una declaración inconsulta del entonces vice –dijo que era necesario corregir las tarifas–, considerada entonces como un intento de golpe de Estado, el avance de una conspiración. Justo el Pichichi para desafiar a Néstor. Desde esa manifestación, a Scioli le quitaron la oficina de la que disponía en la Casa Rosada (que había sido la que ocupaba Eva Perón), primero con la excusa de que iban a pintarla, luego sin devolverle la llave. En ocasiones, Kirchner convocaba a su vice al despacho en la Rosada y lo hacía aguardar horas en la sala, haciendo pasar a cuanta persona fuese a verlo y llegara después que el vicepresidente. La humillación llegaba al colmo cuando el patagónico viajaba al exterior: jamás le avisaba de la partida, menos formalizaba el cambio de mando y el obediente segundo igual se llegaba al aeropuerto para saludarlo cuando volvía: pérfido, Kirchner bajaba la escalerilla y ni siquiera lo miraba. Darle la mano, menos. Al margen de estos agravios personales, con su esposa –que detestaba a Scioli– y Alberto Fernández se prodigaban en campañas periodísticas para denigrarlo o iniciarle causas judiciales de baja monta y cierta repercusión, en particular contra la esposa. Buenos muchachos.

Esa ciega inspiración kirchnerista, fundada en el dicho “con el poder no se jode”, también se contagia a Milei, inquieto tal vez por que los disturbios políticos envenenen su plan económico, incluso los provenientes de su propio espacio. O lastimen esa imagen internacional tan asombrosamente conseguida. Solo así puede interpretarse la descarga de nueva leña sobre las brasitas y la persistente furia contra medios de comunicación y periodistas en general, como si el mundo fuera binario, controlado por ellos, y él no soportara ni un gramo de opinión discrepante. Se sospecha que actúa en comunión con la fiereza que unánimente se afirma que aplicara Donald Trump en su nuevo mandato contra los mismos enemigos. Por supuesto hay intereses, aprovechadores –incluso dentro de su nuevo círculo de aficionados–, mudanzas de una empresa a otra, compañías por nacer. Explicable, salvo la escasa tolerancia y falta de discriminación en algunos juicios presidenciales, como si se tratara del genocidio de la Iglesia católica contra los cátaros en el 1.200, cuando la Inquisición  pasaba a degüello hasta a los que no pertenecían a esa secta. Masacres monumentales. En uno de esos episodios sangrientos, un  oficial le preguntó a su generalísimo por la aberración criminal que cometían con los que no eran cátaros, y el jefe  respondió: “Despacharlos igual a todos, en el Cielo que los clasifique Dios”.

En la Casa Rosada se arrogan con jactancia haber combatido con esas armas a los economistas que “no la vieron”, algunos por conveniencia personal, enemistad otros, o por fallas en sus evaluaciones. De esa batalla, llamada “cultural”, también se pasó a otra, descalificadora e indiscriminada, contra el periodismo. También en ese juego de poder presunto aparecen los crumiros de la actividad que, en muchos casos, respondieron a otros dioses en el pasado. Suele ocurrir. Quizá valga en el rubro mantener la misma conducta que Milei le reserva a Juan Carlos de Pablo, quien no se amilana cuando critica medidas del Gobierno. “Soy amigo de Javier, pero también soy un profesional de la economía”. Distinciones de vida encarnadas por quien puede ser liberal y fundamentalmente maduro.