Mala sangre
Leí varios textos que cuestionaban las declaraciones presidenciales sobre nuestro venir de los barcos. Todos ellos me resultaron tan certeros como estimulantes (hablo de las argumentaciones críticas; las chicanas y las gastadas admito que me interesaron menos). Disiento de que el chiste sobre argentinos se entendiera exactamente al revés y derivara en una nueva jactancia. Pero unos días después me encontré con las objeciones que Sergio Berni formuló al respecto en un programa de televisión. Invocando a Arturo Jauretche, Berni estableció que “el ser nacional es una mixtura de sangre criolla, indígena y extranjera”.
Entiendo que en la configuración de identidades nacionales pueden activarse mitologías espaciales (la selva, la pampa, la cordillera, el mar), mitos de origen (escenas de fundación trascendental, herencias clásicas, culturas originarias) y aun mitologías de la historia (o la historia mitologizada: una guerra, una conquista, el rechazo de una conquista, un proceso inmigratorio). Pero algo de un orden ciertamente distinto aparece cuando se invoca la existencia de un “ser nacional”, y tanto más cuando se lo inscribe nada menos que en la “sangre”. No sorprende que, bajo una perspectiva tal, al inmigrante se lo siga sintiendo “extranjero”: presencia que se mezcló en algo que se supone que era más puro.
Cualquier discusión sobre concepciones de la identidad, incluso una que transcurra entre tropiezos y patinadas, me resulta preferible a la premisa de que alguna clase de esencia nos trasciende y nos determina.
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