Ser responsable

Los números cierran y tapan

Nuevamente Olivos. Allí se se rindió homenaje a 85 legisladores que cambiaron su voto. Foto: cedoc

En la utopía mileísta los números cierran. En la realidad cotidiana de muchas personas (un número que crece a ritmo pausado, pero constante según diferentes encuestas) las cosas son diferentes. El dogma del equilibrio fiscal suma elogios empresariales, palmadas de organismos internacionales, ajenos a la vida diaria de quienes temen perder su trabajo o ya lo perdieron, de quienes se despidieron de modestos placeres o recompensas, de soñar con un auto (hoy la moto parece ser el límite) o con un viaje, por citar apenas obviedades, en los hábitos de una clase media que encoge su tamaño día a día, en caída libre. Ni hablar de emprender módicos proyectos personales que requieran arriesgar algún ahorro. Mientras la pobreza alcanza al 52% de la población (unos 23 millones de personas) y la indigencia al 18% (otros ocho millones), la residencia de Olivos sigue siendo escenario de festejos palaciegos desde los cuales, parece oírse la voz de María Antonieta diciendo: “Si no hay pan que coman torta”. Y detrás de esa voz una carcajada sarcástica. En Olivos se celebró obscenamente un cumpleaños cuando la pandemia mantenía a la población enclaustrada por orden presidencial, y en Olivos se rindió opíparo homenaje a 85 legisladores “heroicos,” que negociaron misteriosas prebendas a cambio de un voto que permitiera mantener a los jubilados en la precariedad.

En el credo del libertarismo prepotente hay nociones que, a la luz de los hechos, no existen. Empatía, comprensión, escucha, diálogo, debate, respeto, compasión. Son demasiadas cuando se toman decisiones que afectan a millones de personas y las consecuencias de esas decisiones se miden sólo en términos de acumulación de poder y de números. La ausencia de tales nociones anula la responsabilidad, valor esencial en las relaciones humanas. Ser responsable significa responder por las consecuencias de las propias palabras, actitudes, acciones y elecciones, porque del mismo modo en que es imposible que una piedra que cae en la superficie de un río no provoque ondas centrífugas, también lo es que todo lo que hacemos, decimos y elegimos no genere consecuencias. El simple hecho de vivir genera consecuencias, deseadas o no, conscientes o no, visibles o no, pero lo hace. Los humanos somos seres relacionados, que viven entre y con otros y es a estos que afectan esas consecuencias, sean buenas o malas. Es a estos, entonces, y ante estos (los otros) que se responde. Desentenderse de los efectos que provocamos, eludirlos o trasladarlos como culpas ajenas son señales de irresponsabilidad. Aunque los números cierren. Porque las personas no son números.

La ceguera economicista

Si se intenta imponer un dogma sin responsabilidad sobre las consecuencias, y a fuerza de violencia simbólica (insultos, improperios, metáforas brutales, exigencia de sometimiento), violencia que está a un paso de convertirse en física, puede ocurrir que la proclamada lucha contra la “casta” se manifieste como el simple remplazo de esa casta por otra. Y ni siquiera del todo, porque en la nueva casta de cortesanos, obedientes, cancerberos y fanáticos no es difícil encontrar, disimulados o a cara descubierta, miembros de la vieja casta. Ocurre cuando el fin justifica los medios.

No será ésta la primera vez, y mucho menos en la historia argentina, que alguien proclama que viene a poner fin a la historia para fundar una nueva civilización. Y no será la primera vez en que debajo de la ilusión de números que “cierran” (también “cerraron” con Martínez de Hoz y con Cavallo, por ejemplo) asome la sombra de lo viejo, de aquello que no se transforma ni soluciona con números, sino con una inteligencia emocional y una comprensión de lo humano que en el dogma hoy imperante está ausente.

*Escritor y periodista.